| ¿Cómo fue hace 60 años? 
			El centenario martiano 
			 Con 
			una recepción en el Palacio Presidencial el domingo 25 de enero de 
			1953 se iniciaban los festejos oficiales del gobierno golpista de 
			Fulgencio Batista por el centenario martiano. "Para encontrar 
			ejemplos de tan egregia conducta, es menester remontarse a las 
			enseñanzas de Jesús y auscultar en las calidades políticas de 
			patriotas como Hidalgo y como Lincoln", decía Batista en un 
			superficial discurso leído durante 15 minutos, en el que 
			arbitrariamente encontró esas solas referencias a su aparente 
			búsqueda de las esencias martianas. Todo lo demás fueron los 
			trillados lugares comunes en que se desposeía a Martí de su filo 
			revolucionario. Para el tirano, el Martí destacable era el 
			beatíficamente sacado de contexto de la concordia en la familia 
			cubana, el de la república de paz y armonía, lograda, desde luego, 
			con la decisiva ayuda de nuestros vecinos del norte. Ni siquiera la evocación de la figura de José Martí frenó el 
			apetito depredador de los detentadores del poder. Se hizo pagar al 
			pueblo el costo de la conmemoración y gran parte de la recaudación 
			fue a parar, como siempre, a unos cuantos bolsillos enriquecidos. Se 
			impuso por decreto el descuento de un día de salario a los empleados 
			públicos, dos pesos a cada profesional y, lo más indignante, un 
			centavo a cada niño matriculado en las escuelas públicas y privadas. Bochornoso contraste, el mismo día 28 de enero de 1953 el Diario 
			de Cuba denunciaba que no existía una carretera para llegar a Dos 
			Ríos, lugar donde cayera Martí el 19 de mayo de 1895. Como era usual, no faltó el irritante espectáculo de las 
			emperifolladas señoras alcaldesas entregando dadivosamente 
			"canastillas martianas" a los niños pobres nacidos el 28 de enero en 
			los hospitales, en medio del consabido torneo de fotos posadas para 
			la prensa. La explanada frente al Capitolio Nacional fue el escenario para 
			el acto gubernamental presidido por Batista la noche del 27 de 
			enero, con la obligada asistencia del cuerpo diplomático y decenas 
			de invitados extranjeros. Lamentablemente —aunque con el corazón 
			puesto en Martí, no en sus traidores de turno— dos cumbres de la 
			cultura continental, la chilena Gabriela Mistral y el cubano 
			Fernando Ortiz, fueron los oradores de aquella velada. Entre los invitados, viajó a Cuba María Mantilla, quien entregó a 
			Batista el grillete que había llevado Martí durante los meses 
			terribles del presidio político, en su juventud. Con ese motivo la 
			prensa daría a conocer una carta que le hicieron llegar las mujeres 
			martianas. Tras varios párrafos centrados en el enaltecimiento de la 
			patriótica conmemoración, la emotiva queja: "Releemos de nuevo El presidio político en Cuba, obra que 
			no solo debe enorgullecer al cubano sino al género humano mismo y 
			sentimos que nos da un vuelco el corazón angustiado. José Martí 
			llevó ese grillete en la pierna y en el alma —en el alma donde la 
			tuvo a usted, María, y a Cuba entera con un amor que desafió el 
			tiempo, y sin embargo no lloró ‘porque no hay derecho a llorar 
			lágrimas mientras otros lloran sangre’. Hoy, de vivir, lloraría 
			pecho adentro lágrimas infinitas al contemplar a su tierra sin 
			libertades, sin justicia, sin democracia. Con todo lo malo y todo lo 
			bueno que cabe suponer a un gobierno constitucional, siempre 
			factible de sustituir por otro mejor mediante el ejercicio del 
			sufragio, la República, María, sufre otra vez el grillete de la 
			dictadura —precisamente cuando creíamos que ya en Cuba era imposible 
			el retorno al cuartelazo y a la asonada militar. Y usted sabe que 
			José Martí escribió miles de páginas condenando las desgracias 
			cívicas acaecidas en la mayoría de las repúblicas de la que él 
			llamara Nuestra América. "Usted no sabe cómo se violan y destrozan domicilios, se arrestan 
			y privan de libertad a hombres, niños y mujeres, se amordazan las 
			voces más puras del país, se mutilan las libertades de prensa, 
			palabra y pensamiento, que impiden el libre movimiento de los 
			ciudadanos. Todo el país vive como en vilo esperando lo peor. La 
			economía de la nación ha entrado en crisis desde que el usurpador 
			asumió por la fuerza mecanizada del ejército los poderes públicos. "En tan tristes condiciones hemos visto celebrar oficiosamente el 
			Centenario del Natalicio de José Martí, que debió ser de 
			glorificación y de ejemplo. "Entregó usted, María, el grillete que laceró a Martí 
			precisamente a quien ha puesto grilletes al pueblo de Cuba. Duélenos 
			en nuestro sentir de mujeres cubanas representativas de lo mejor de 
			la conciencia nacional, que tal haya sucedido." La fuerza 
			unitaria de Martí La verdadera conmemoración del centenario iba a mostrarse alejada 
			de palacios y oropeles, ajena a brindis ostentosos y retóricas de 
			salón, negadores de la vida y prédica de quien había echado su 
			suerte junto a los pobres de la tierra y vislumbrado un mundo que se 
			nos venía encima amasado por los trabajadores. Transitaría junto al 
			sudor y al libro en multitud de talleres y escuelas, en la energía 
			de los jóvenes dispuestos al sacrificio emulador, en las manos 
			infantiles con una sencilla flor como ofrenda. En La Habana, vértice del poder despótico y de la represión, iban 
			a representarse las más empinadas manifestaciones populares, con la 
			bicentenaria universidad figurando nuevamente como centro. Desde el sábado 24 de enero, acogida a la protección todavía 
			respetada de la autonomía, la FEU había comenzado a reunirse con 
			representaciones de la segunda enseñanza, de las secciones juveniles 
			de los partidos de oposición y las mujeres martianas para concretar 
			las actividades de recordación. De las numerosas sugerencias debatidas surgieron varios acuerdos: 
			representación de obras de Martí en el teatro universitario; 
			inauguración de un rincón martiano en la universidad; firma en la 
			escalinata del Libro de oro del centenario; impresión y 
			distribución de folletos con pensamientos de Martí; desfile con 
			antorchas hasta la Fragua Martiana la noche del 27 de enero; 
			manifestación hasta el monumento en el Parque Central, el miércoles 
			28 a las 2:00 de la tarde. Se invitó al pueblo a participar en todas estas actividades, 
			mediante un llamamiento suscrito el 26 de enero por la FEU y los 
			centros de segunda enseñanza de La Habana, la Sección Juvenil 
			Auténtica, la juventud ortodoxa, la juventud del Partido Socialista 
			Popular, la Unión Nacional de Empleados Públicos y el Frente Cívico 
			de Mujeres del Centenario Martiano. El llamamiento aparecía con el 
			visto bueno de Joaquín Peláez como presidente de la FEU, cargo para 
			el que había sido elegido dos días antes, en sucesión de Álvaro 
			Barba. Un hecho excepcional se reflejaba en el documento. Por primera 
			vez aparecían unidas en un propósito común las juventudes 
			auténticas, ortodoxas y socialistas. Se rompía así, en las bases 
			juveniles, el pertinaz desprecio de los dirigentes de los partidos 
			auténtico y ortodoxo a los militantes comunistas. Martí oficiaba 
			como fuerza unitaria para algunos sectores de la juventud cubana, 
			fugazmente desvinculados de los intereses partidarios. Ese mismo fenómeno se manifestaba en un singular evento que se 
			iniciaba ese día en el local del Sindicato de los Yesistas, situado 
			en Xifré entre Maloja y Estrella: el Congreso Martiano en Defensa de 
			los Derechos de la Juventud. Promovido por la FEU, buscaba extender 
			extramuros las acciones populares contra la tiranía. Los contactos 
			que se habían logrado espontáneamente en la base meses atrás, cuando 
			la campaña de juramento a la Constitución se expandió a lo largo del 
			país, sirvieron de basamento a la organización del congreso. Para la celebración del congreso juvenil martiano se había 
			integrado una comisión gestora que trabajó arduamente durante varias 
			semanas. Formaron parte de esa comisión, entre otros, Léster 
			Rodríguez, Raúl Castro Ruz y René Crucet por los estudiantes 
			universitarios. Ataúlfo Pichardo, presidente de la Escuela de Artes 
			y Oficios de La Habana, Omar Borges, dirigente juvenil ortodoxo, y 
			contó con el entusiasta apoyo del dirigente nacional de la juventud 
			socialista Flavio Bravo. Con la participación de más de 200 delegados de todo el país, el 
			congreso sesionó los días 26 y 27 de enero como un verdadero 
			tribunal de conciencia contra el régimen. La procedencia de los 
			jóvenes delegados cubría un amplio abanico social e ideológico: 
			estudiantes de las universidades de La Habana, Santa Clara y 
			Santiago de Cuba, institutos de segunda enseñanza, escuelas normales 
			de maestros, de comercio, de artes y oficios, jóvenes obreros, 
			trabajadores agrícolas, profesionales universitarios, artistas, 
			deportistas, dirigentes juveniles comunistas, ortodoxos, auténticos, 
			católicos, masones... Entre los numerosos acuerdos adoptados era recogida la plataforma 
			de demandas que los partidos políticos de oposición exigían del 
			régimen: plena vigencia de la Constitución de 1940, lo que implicaba 
			el restablecimiento de los denominados derechos democráticos, 
			incluida la democracia sindical; y celebración inmediata de 
			elecciones generales, libres, con garantías efectivas para todos los 
			partidos, y regidas por el Código Electoral de 1943. Abogaban los representantes juveniles por el establecimiento real 
			de una serie de medidas de carácter estratégico en lo económico y 
			político, como el desarrollo de una radical reforma agraria que 
			otorgara gratuitamente la tierra a los campesinos; cese del robo del 
			tesoro público e imposición de la honestidad en la administración 
			del Estado; protección de la economía nacional frente a la 
			penetración de capital extranjero; y adopción de una política 
			exterior soberana e independiente, que abriera nuestro comercio 
			exterior con todos los países del mundo. Se reconocía la necesidad de una lucha unitaria de los jóvenes 
			cubanos para beneficio de todo el pueblo, y se erigía en derecho de 
			los jóvenes y obligación del Estado la satisfacción de las 
			necesidades económicas y sociales de la juventud. Los alentadores resultados del congreso juvenil martiano llevaron 
			a concebir esperanzas de continuar más allá del evento la lucha 
			unida de los jóvenes. De ahí que dejaran constituido un comité 
			permanente integrado por un presidente, Léster Rodríguez y 15 
			vicepresidentes, entre los que se encontraban Joaquín Peláez, 
			presidente de la FEU, Flavio Bravo, presidente de la juventud 
			socialista, Max Lesnick, secretario general de la juventud ortodoxa, 
			Antonio Santiago, presidente de la juventud auténtica, Armando 
			Hidalgo, secretario de la Cámara Nacional Ajefista y Luis Fuentes, 
			presidente de la juventud católica de Santiago de Cuba. El consejo permanente también estaba integrado por 10 
			secretarios: propaganda, Raúl Castro; finanzas, Cecilio Martínez; 
			actas, Aramís Taboada; asuntos femeninos, Concepción Portela; 
			obreros, Gustavo González; estudiantes, Orlando Benítez; campesinos, 
			Enrique Benavides; culturales, Juan Bradman; jurídicos, Juan Blanco; 
			deportivos José Ocejo. Y seis delegaciones, una por cada provincia. Pero una vez concluidas las movilizaciones que se gestaron al 
			calor de la conmemoración, y con la presión de una serie de 
			acontecimientos que vinieron a ocupar el primer plano en el interés 
			público, el consejo permanente devino inoperante hasta esfumarse en 
			la inacción y el olvido. La Marcha 
			de las Antorchas La noche del lunes 26, el mismo día en que la FEU llamaba al 
			pueblo para la conmemoración del centenario en la universidad y 
			comenzaba sus sesiones el Congreso Martiano en Defensa de los 
			Derechos de la Juventud, varios autos del buró de investigaciones y 
			un carro-jaula de la policía se detenían frente a una casona 
			colonial marcada con el número siete en la calle Navarrete, Marianao. En la casa, donde vivía Tomasa Crespo, una veintena de mujeres 
			hacían los últimos ajustes para su participación en las actividades 
			de los siguientes días, mientras que ejemplares de un pequeño 
			volante que habían hecho imprimir pasaban de mano en mano. El 
			volante, con más de cien firmas, constituía un nuevo golpe de las 
			mujeres martianas contra el régimen. Era un llamado a rechazar los 
			impuestos forzosos para costear los actos conmemorativos: "El 
			espíritu del Maestro está lo suficientemente enraizado en la 
			conciencia de nuestro pueblo" —se leía en el cuarto párrafo—"para 
			que quienes detentan el poder, de espaldas a sus prédicas, obliguen 
			a la ciudadanía a contribuir económicamente para llevar adelante un 
			plan de festejos protocolares y oficiosos, organizados por una 
			comisión que hará uso de altísimas recaudaciones logradas por 
			métodos dictatoriales, sin que los contribuyentes puedan ejercer 
			fiscalización alguna". Después de varias contundentes argumentaciones, el manifiesto 
			finalizaba: "¡Hónrese a los mártires y fundadores de la 
			nacionalidad, al Apóstol en el centenario de su advenimiento, no con 
			impuestos y gabelas para costear actos irreverentes, sino ganando 
			una paz decorosa, que solo puede obtenerse librando a la patria de 
			la humillación y el sojuzgamiento!" El propio jefe del buró de investigaciones, comandante Antolín 
			Falcón, tocó a la puerta y penetró escoltado por varios de sus 
			agentes. La escena que seguiría tuvo una conclusión que a nadie 
			asombraba. Después de leer el volante, el jefe represivo expresó: 
			"Estos pensamientos de Martí no caben en estos momentos en el 
			gobierno." "Martí es el que no cabe en este desgobierno", ripostó 
			Aida Pelayo. Durante el trayecto hacia el buró de investigaciones el 
			carro-jaula atraía la atención de los transeúntes por los gritos a 
			coro de las mujeres que iban detenidas. Sus voces fueron reconocidas 
			por los tripulantes de un automóvil que se cruzó con ellas y que, 
			cambiando de dirección, las siguió hasta el buró de investigaciones, 
			a la salida del viejo puente sobre el río Almendares en la margen 
			del Vedado. Se trataba de Fidel que viajaba en compañía de Alfredo, 
			el Chino, Esquivel y Aramís Taboada, también abogados. Fidel se hizo 
			cargo de la representación legal del grupo de mujeres detenidas. "Y 
			no se movió de allí hasta que en la madrugada salió en libertad la 
			última de las compañeras", diría Rosita Mier muchos años después.
			 El grupo de mujeres martianas detenidas en esta oportunidad 
			estaba formado por Aida Pelayo, Carmen Castro Porta, Pastorita 
			Núñez, Tomasa Crespo, Olga Román, Rosita Mier, Josefa Denis, Eloísa 
			Irigoyen, Mercedes Rodríguez, María Antonia Fariñas, Eloísa Martínez 
			y otras. Aida Pelayo y Rosita Mier fueron nuevamente detenidas y 
			llevadas al buró de investigaciones la tarde del 27 de enero, donde 
			les fue comunicada una amenaza colectiva para las mujeres martianas 
			si participaban en la marcha de las antorchas. Dejadas en libertad, 
			pocas horas después participaron retadoramente esa noche en la 
			marcha con todas las compañeras. Mientras tanto, desde temprano en la mañana del martes 27 grupos 
			de estudiantes entraban y salían del hospital Calixto García y del 
			estadio universitario en desusual trasiego de palos y pequeños 
			recipientes de lata en desuso. Otros se aparecían con puntillas y, 
			al rato menudeó el ruido de los martillos. Se trataba de la 
			preparación de las rústicas antorchas que, con estopa, alquitrán y 
			gasolina se completarían más tarde para ser utilizadas en el desfile 
			anunciado para esa noche. La posibilidad de un choque con las fuerzas policiacas acució la 
			imaginación y a los palos se adicionaron grandes clavos con las 
			puntas salientes, que transformaron las antorchas en amenazantes 
			armas para el probable enfrentamiento. Durante las primeras horas de la noche, en tanto frente al 
			Capitolio se desarrollaba el acto oficial patrocinado por el 
			régimen, filas de estudiantes y gentes del pueblo arribaban 
			ininterrumpidamente al área universitaria hasta integrar una enorme 
			masa bulliciosa. La plaza Cadenas y la monumental escalinata 
			quedaron abarrotadas. Una visión a distancia descubría la fantástica 
			perspectiva de miles de serpenteantes lengüetas de fuego que 
			comenzaron a deslizarse hacia Infanta y San Lázaro a las 11:30 de la 
			noche. Varios carros con equipos de los noticieros cinematográficos y de 
			la televisión se adelantaban tomando escenas del desfile que estaba 
			encabezado por una gigantesca bandera sostenida por muchachas 
			universitarias y de la enseñanza media. Detrás, el ejecutivo en 
			pleno de la FEU. El río de llamas bajaba por San Lázaro hasta la calle Espada. 
			Sobre la marcha se sumó el contingente que acababa de clausurar el 
			congreso juvenil martiano. Las mujeres martianas aportaban otro 
			nutrido bloque. "Mas, la sensación de la noche fue una columna como de 500 
			jóvenes, perfectamente formados, que iban detrás de Fidel. Se veía 
			que estaban bien entrenados por la demostración de disciplina y 
			cohesión que dieron" —detalla Aida Pelayo. "Cuando comenzamos a 
			corear los gritos de ‘¡Revolución! ¡Revolución!’, resaltaban las 
			voces de estos jóvenes. Era como un torrente atronador que hizo más 
			espectacular e impresionante la nutrida manifestación." "Se movilizaron compañeros de La Habana y Pinar del Río para 
			participar en ella" —relata Melba Hernández. "De la universidad 
			bajaron miles de jóvenes con sus antorchas. Entre ellos íbamos 
			nosotros, ya como un grupo organizado. Fue un hermoso y emocionante 
			homenaje al Apóstol aquel desfile para esperar el 28 de enero." "A la manifestación de las antorchas nosotros nos incorporamos 
			para hacer una demostración de decisión y fuerza. Presentamos varios 
			bloques que fueron organizados por Abel y José Luis Tasende", 
			precisa Jesús Montané. Desde Espada, la muchedumbre siguió a la calle 27 hasta detenerse 
			en la esquina de Hospital. En la Fragua Martiana, José Machado, 
			Machadito, fue uno de los oradores. "Esta manifestación" —dijo 
			con vibrantes palabras— es expresión de las ideas libres sembradas 
			en la juventud cubana por las prédicas de José Martí". Al finalizar 
			gritando "¡Libertad!", fue coreado por la masa enardecida que 
			enarboló con energía —refulgente anticipo de futuros fusiles— las 
			llameantes antorchas martianas. En contrario a lo previsto, ningún choque se produjo con las 
			fuerzas represivas. No hubo policías a lo largo del recorrido. Ante 
			sus invitados extranjeros y con la prensa internacional focalizada 
			en la conmemoración del centenario, el régimen asumió una fachada de 
			paz y respeto a los derechos democráticos. Ya era bastante enojoso 
			que algunos periódicos reprodujeran casi diariamente los partes 
			médicos sobre el estado agónico del joven estudiante Rubén Batista 
			Rubio. De ahí que el desfile también multitudinario que al siguiente día 
			marchó desde la universidad hasta la estatua de Martí, en el Parque 
			Central de La Habana, tampoco fuera interceptado. Fue otra 
			oportunidad para que los jóvenes dirigidos por Fidel dieran una 
			nueva demostración de su organización y adiestramiento; marcharon 
			cogidos del brazo, en bloques uniformes, tan disciplinadamente "que 
			oí a varios que al vernos pasar comentaron: esos que van ahí son los 
			comunistas", todavía recuerda Melba Hernández. "Para el pueblo habanero que participaba y observaba el desfile 
			desde las aceras, puertas y balcones, constituyó una sorpresa ver 
			pasar a aquel compacto grupo de jóvenes que disciplinadamente 
			marchaban por la calle San Lázaro dando gritos de ‘¡Revolución! 
			¡Revolución!’ Sin embargo, pocos sabían que se trataba de jóvenes 
			comandados por Fidel Castro y que muchos de ellos ya habían recibido 
			alguna instrucción militar. Recordamos a Abel corriendo de un lado 
			para otro impartiendo instrucciones a los jefes de grupos de los 500 
			compañeros que desfilaban bajo nuestra organización, al lado de 
			obreros y estudiantes que miraban hacia el Apóstol en un momento 
			trágico de la patria", diría Montané varios años después al recordar 
			aquella tarde del 28 de enero de 1953, fecha en que el insumiso 
			pueblo cubano arribaba sin libertad al día exacto del centenario 
			martiano. (Fragmentos tomados del libro El Grito del Moncada, de 
			Mario Mencía) |