¿Atrevimiento? Mejor diría apuesta pertinente y coherente por
parte de una artista, cuya vocación por el riesgo y la visión
desmitificada que tiene de ella misma son las mejores credenciales
de un espíritu osado e infatigable, que se prueba en cada nueva meta
a la altura en que la inmensa mayoría se hubiera contentado con
saberse, como en el caso de Alicia, con un bien ganado puesto en la
eternidad.
Impulsándola y arropándola en esta nueva empresa estuvieron su
compañero Pedro Simón y José R. Neira; Eduardo Díaz, titular del
Teatro Lírico Nacional; el director y pianista australiano Richard
Bonynge, desde la distancia primero y luego de manera personal al
frente de la orquesta; la directora coral Leonor Suárez y los
diseñadores Agostino Brotto y Frank Álvarez, que acertaron en la
recreación visual del montaje.
Antes de comentar el hecho artístico, debo señalar la
incomprensión y el desconcierto de cierto sector del público, que
aun avisado, no se las entendió con una propuesta que consideraron
extraña a sus expectativas. En verdad, una ópera, aunque integrara
la danza, no encajaba del todo en un programa eminentemente
balletístico. Mas no por ello se justifican el trasiego por la
platea ni el cuchicheo en palcos y lunetas. No es casual que tales
reacciones provengan mayoritariamente de espectadores que van a las
funciones de ballet a aplaudir giros y piruetas, como si se tratase
de un concurso atlético, o a favorecer fanatismos y divismos ajenos
a la real naturaleza del arte.
Vayamos, pues, a Acis y Galatea. Hay que saber que estamos
en presencia de una de las muestras más logradas de la ópera barroca
que ha llegado a la actualidad, escrita por uno de los compositores
que consiguieron reconocimiento en su época —síntesis en la música
para la escena de los estilos alemán, italiano, francés e inglés de
la primera mitad del siglo XVIII—, y trascendencia en el tiempo
hasta nuestros días. Algo frecuente en su plazo de vida era visitar
y revisitar temas y argumentos, de modo que la versión escenificada
en La Habana corresponde a la revisión que hizo el autor en 1739 y
consagrada en 1741, ya con el texto en inglés del poeta John Gay, a
partir de cómo William Congreve recreó la fabulación de Ovidio.
Tal vez, para un mejor entendimiento de la obra, hubiera sido
necesario citar en el programa de mano lo que el propio Haendel
advirtió para la versión de 1732: "No habrá acción en el escenario,
pero la escena se representará, en una manera pintoresca, una
perspectiva rural, con rocas, bosquecillos, fuentes y grutas; entre
los cuales se dispondrán un coro de ninfas y pastores, ropajes, y el
resto de la decoración apropiada al tema".
Consciente de esa pauta, Alicia emprendió el montaje de Acis y
Galatea, como lo que es, una ópera pastoral de inspiración
mitológica, que da cuenta del ardiente amor entre dos jóvenes,
interrumpido por los celos y la acción criminal de Polifemo. Luego
de muerto Acis a manos del cíclope, Galatea, dotada de poderes
divinos, convierte a su amado en una caudalosa fuente.
La fundadora de la Escuela Cubana de Ballet se remitió a un
estilo en el que evocó el espíritu de las representaciones de la
época haendeliana sin ataduras arqueológicas ni pretensiones
miméticas, insuflándoles frescura y calculada simplicidad a los
planteos coreográficos, sobriamente concebidos y nunca en primer
plano, y comprometiendo, siempre que fue posible, a los
protagonistas y el coro con la expresión gestual y escénica en plena
correspondencia con el carácter pastoril de la puesta.
Hubo, sin embargo, inconsecuencias interpretativas tanto en el
canto como en la actuación. En los protagónicos, una distancia
ostensible entre la Galatea de Johana Simón, voz y dicción apropiada
al estilo, acendrada interiorización del papel, y el Acis de Brian
López, si bien muy ajustado en la proyección melódica, impreciso en
el dominio idiomático y con clisés reiterados en las actitudes
amatorias. El Damón de Roger Quintana y la conjunción coral de Vocal
Sine Nomine con el Teatro Lírico Nacional salieron adelante
con dignidad y prestancia, al igual que el cuerpo de baile del BNC.
No puede decirse lo mismo del Polifemo de Dayron Peralta, que tiene
como asignatura pendiente el estilo y, no por su culpa (¿dónde
estaban los asistentes de Alicia para advertirlo?), la descolocación
escénica, agravada en el momento de dar muerte a Acis, acción que
produjo el efecto de una contraproducente hilaridad. La orquesta,
nutrida de jóvenes talentos del Lyceum Mozartiano, Ars Longa
(hay que contar con su directora, Teresa Paz, para el conocimiento
del repertorio renacentista y barroco entre nosotros, por su alta
especialización) y la Orquesta de Cámara de La Habana, respondió en
sentido general a las exigencias.
Le haría falta a esta puesta de Acis y Galatea más vida en
escena. De tal modo honraría el aventurado empeño de Alicia, a quien
todos debemos reverenciar por su irreductible pasión por la
aventura.