Haendel y Alicia, ninfas y pastores

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Rara avis en la escena cubana, con el 23 Festival Internacional de Ballet llegó a la sala García Lorca una ópera barroca, Acis y Galatea, de Jorge Federico Haendel, en una puesta de Alicia Alonso.

Foto: Yander ZamoraJohana Simón encarnó con solvencia y dignidad la Galatea.

¿Atrevimiento? Mejor diría apuesta pertinente y coherente por parte de una artista, cuya vocación por el riesgo y la visión desmitificada que tiene de ella misma son las mejores credenciales de un espíritu osado e infatigable, que se prueba en cada nueva meta a la altura en que la inmensa mayoría se hubiera contentado con saberse, como en el caso de Alicia, con un bien ganado puesto en la eternidad.

Impulsándola y arropándola en esta nueva empresa estuvieron su compañero Pedro Simón y José R. Neira; Eduardo Díaz, titular del Teatro Lírico Nacional; el director y pianista australiano Richard Bonynge, desde la distancia primero y luego de manera personal al frente de la orquesta; la directora coral Leonor Suárez y los diseñadores Agostino Brotto y Frank Álvarez, que acertaron en la recreación visual del montaje.

Antes de comentar el hecho artístico, debo señalar la incomprensión y el desconcierto de cierto sector del público, que aun avisado, no se las entendió con una propuesta que consideraron extraña a sus expectativas. En verdad, una ópera, aunque integrara la danza, no encajaba del todo en un programa eminentemente balletístico. Mas no por ello se justifican el trasiego por la platea ni el cuchicheo en palcos y lunetas. No es casual que tales reacciones provengan mayoritariamente de espectadores que van a las funciones de ballet a aplaudir giros y piruetas, como si se tratase de un concurso atlético, o a favorecer fanatismos y divismos ajenos a la real naturaleza del arte.

Vayamos, pues, a Acis y Galatea. Hay que saber que estamos en presencia de una de las muestras más logradas de la ópera barroca que ha llegado a la actualidad, escrita por uno de los compositores que consiguieron reconocimiento en su época —síntesis en la música para la escena de los estilos alemán, italiano, francés e inglés de la primera mitad del siglo XVIII—, y trascendencia en el tiempo hasta nuestros días. Algo frecuente en su plazo de vida era visitar y revisitar temas y argumentos, de modo que la versión escenificada en La Habana corresponde a la revisión que hizo el autor en 1739 y consagrada en 1741, ya con el texto en inglés del poeta John Gay, a partir de cómo William Congreve recreó la fabulación de Ovidio.

Tal vez, para un mejor entendimiento de la obra, hubiera sido necesario citar en el programa de mano lo que el propio Haendel advirtió para la versión de 1732: "No habrá acción en el escenario, pero la escena se representará, en una manera pintoresca, una perspectiva rural, con rocas, bosquecillos, fuentes y grutas; entre los cuales se dispondrán un coro de ninfas y pastores, ropajes, y el resto de la decoración apropiada al tema".

Consciente de esa pauta, Alicia emprendió el montaje de Acis y Galatea, como lo que es, una ópera pastoral de inspiración mitológica, que da cuenta del ardiente amor entre dos jóvenes, interrumpido por los celos y la acción criminal de Polifemo. Luego de muerto Acis a manos del cíclope, Galatea, dotada de poderes divinos, convierte a su amado en una caudalosa fuente.

La fundadora de la Escuela Cubana de Ballet se remitió a un estilo en el que evocó el espíritu de las representaciones de la época haendeliana sin ataduras arqueológicas ni pretensiones miméticas, insuflándoles frescura y calculada simplicidad a los planteos coreográficos, sobriamente concebidos y nunca en primer plano, y comprometiendo, siempre que fue posible, a los protagonistas y el coro con la expresión gestual y escénica en plena correspondencia con el carácter pastoril de la puesta.

Hubo, sin embargo, inconsecuencias interpretativas tanto en el canto como en la actuación. En los protagónicos, una distancia ostensible entre la Galatea de Johana Simón, voz y dicción apropiada al estilo, acendrada interiorización del papel, y el Acis de Brian López, si bien muy ajustado en la proyección melódica, impreciso en el dominio idiomático y con clisés reiterados en las actitudes amatorias. El Damón de Roger Quintana y la conjunción coral de Vocal Sine Nomine con el Teatro Lírico Nacional salieron adelante con dignidad y prestancia, al igual que el cuerpo de baile del BNC. No puede decirse lo mismo del Polifemo de Dayron Peralta, que tiene como asignatura pendiente el estilo y, no por su culpa (¿dónde estaban los asistentes de Alicia para advertirlo?), la descolocación escénica, agravada en el momento de dar muerte a Acis, acción que produjo el efecto de una contraproducente hilaridad. La orquesta, nutrida de jóvenes talentos del Lyceum Mozartiano, Ars Longa (hay que contar con su directora, Teresa Paz, para el conocimiento del repertorio renacentista y barroco entre nosotros, por su alta especialización) y la Orquesta de Cámara de La Habana, respondió en sentido general a las exigencias.

Le haría falta a esta puesta de Acis y Galatea más vida en escena. De tal modo honraría el aventurado empeño de Alicia, a quien todos debemos reverenciar por su irreductible pasión por la aventura.

 

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