LAS
TUNAS.— A 144 años de iniciada aquí la guerra de 1868, los restos
del General Julián Santana Santana fueron trasladados y ubicados en
el panteón erigido al Mayor General Vicente García González, en el
cementerio de igual nombre, en la cabecera provincial tunera.
Fallecido a la edad de 101 años, el 31 de julio de 1931, los
restos del caudillo mambí se encontraban en un camposanto cercano al
lugar donde residió, en la finca Santa Inés, estrechamente vinculada
a los preparativos durante las gestas libertadoras del siglo XIX
contra el dominio colonial español en este territorio.
Además de autorizar la exhumación, traslado e inhumación en el
mencionado panteón, familiares descendientes de Julián Santana
donaron una foto original y varios objetos personales de
extraordinario valor histórico y patrimonial, durante el homenaje
que el pueblo tunero le ofreció al aguerrido mambí.
Todo ese proceso tuvo como base un minucioso trabajo de
investigación, acercamiento a las raíces e interacción con la
familia, encabezado por Carlos Romero, miembro de la logia masónica
Hijos de Hiram, organización fraternal, como también fue la Estrella
Tropical, en Bayamo, a cuyas ideas se vinculó Julián Santana durante
64 años, con el sugerente nombre de Hatuey.
Originario de Tenerife, Islas Canarias (9 de enero de 1830),
había viajado a Cuba con apenas 21 años. Tras identificarse con las
ideas más avanzadas del pensamiento criollo se incorporó muy pronto
a la actividad conspirativa, primero, y luego a la lucha contra el
colonialismo. Por su arrojo combativo en Oriente, Camagüey y Las
Villas fue ascendido progresivamente, hasta alcanzar el grado de
General de Brigada, por orden de Antonio Maceo.
Partidario de no deponer jamás las armas, hasta lograr la
victoria final, siguió a Maceo en la histórica Protesta de Baraguá.
Su nombre aparece entre los dispuestos a continuar luchando tras el
cese de la Guerra de los diez años. Fue de los primeros en acudir al
llamado de El Titán de Bronce para iniciar la gesta de 1895.
Su determinación de renunciar a la ciudadanía con que llegó a la
Isla y asumir la cubana, fue expresión del mismo sentimiento que lo
llevó a odiar hasta el final de sus días la indeseable presencia
norteamericana en el archipiélago.