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Lance Armstrong: Del Olimpo al inframundo
YOSEL E. MARTÍNEZ CASTELLANOS
Idolatrado
por millones. Supo sobreponerse a la mayor adversidad: Su propia
muerte. Venció al cáncer… y quien sabe a cuantos otros demonios.
Tocó el Olimpo deportivo a fuerza de pedalazos y golpe de riñón.
Pasó a ser uno de los deportistas más extraordinarios de todos los
tiempos. Lance Armstrong se convirtió en el ícono de la esperanza
cuando todo parece estar perdido.
La locomotora de Waco, como es conocido, se tomó en serio el
ciclismo allá por el año 1990. Salió campeón nacional aficionado de
los Estados Unidos en 1991. Apenas comenzaba a gestarse el mito del
hombre y su corcel de hierro. Sin embargo, desde el inicio, tuvo que
sortear no pocos obstáculos, como sobreponerse al último lugar
obtenido en la Clásica de San Sebastián, en 1992.
Sabía que para conseguir el éxito debía esforzarse más de lo que
sus piernas daban. Para 1993 se titula campeón del mundo en ciclismo
de carretera, además, obtiene el campeonato nacional estadounidense.
Se impone en algunas etapas de las vueltas más prestigiosas del
viejo continente, incluida una del Tour de Francia.
Cuando pedaleaba rumbo al éxito sufrió una grave caída, y no
precisamente ciclística. Le fue diagnosticado cáncer testicular
avanzado, sus posibilidades de sobrevivir eran de apenas un 40 %.
Ahí comienza su primera gran leyenda. El oriundo de Texas, luchó
palmo a palmo con la muerte, en una carrera en las que tenía todo
para perder. Armstrong vence de forma espectacular, y se recupera
para volver al mundo de las bielas y los pedales.
Entonces se inicia su otra gran hazaña al conquistar la prueba
ciclística más prestigiosa que existe: el Tour de Francia. No se
conforma con obtener el éxito en el año 1999. Lo repite una y otra
vez, por siete veces de forma consecutiva. Nadie ha conseguido tal
proeza en este deporte. ¡Siete giros galos en siete años! Los Alpes
y Los Pirineos, macizos montañosos temibles, se rindieron ante la
fuerza de su empuje, también sus más encarnizados rivales: Ullrich,
Pantani o Valverde.
El mito era realidad Armstrong tenía el mundo a sus pies. A ello
sumó la creación de una fundación con su propio nombre para combatir
el cáncer. La estrella no se olvidó de su pasado al borde de la
muerte y emprendió otra lucha para ayudar a quienes padecen esta
terrible enfermedad.
Pero Armstrong tenía su propia caja de pandora aferrada a su
rueda trasera. Las sospechas sobre el uso de substancias prohibidas
lo acompañaron desde el año 2000, cuando se hizo pública una
investigación judicial abierta en Francia tras una denuncia anónima.
El dopaje, ese flagelo que amenaza los valores deportivos había
recaído sobre la locomotora texana.
Compañeros de equipo, ex asistentes suyos, federativos galos,
entre otros personajes vinculados al ciclismo, lo acusan de emplear
transfusiones de sangre, manipular sus muestras de orina, utilizar
testosterona y corticoides, desde 1998. Armstrong una y otra vez
alega que es inocente, y da como prueba los más de 600 exámenes
antidoping en los que siempre dio negativo. No obstante, la sombra
de la duda se ceñía sobre su flamante maillot
amarillo de líder.
El mito comienza a derrumbarse. Todo al parecer resulta una
farsa. Su brillante carrera estuvo condicionada por el uso de
substancias ilícitas y tráfico de las mismas. El hombre que venció
todos los obstáculos se rehúsa en numerosas oportunidades para
colaborar con las diferentes investigaciones llevadas en su contra.
Las sospechas se incrementan, solo falta su confesión, no lo
hace. Una parte del mundo ciclístico lo respalda: Botero, Contador y
Beloki, ponderan la trayectoria del estadounidense. Así
transcurrieron los años sin que el final de esta melodramática
historia arribe a su línea de meta.
Hace apenas unos días la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos
(USADA), lo sanciona de por vida y lo despoja de los títulos
obtenidos a partir de agosto de 1998. El máximo organismo contra las
substancias prohibidas en Estados Unidos alega tener evidencia
testimonial y física suficiente en las que se demuestra que Lance
Armstrong se dopaba.
Increíblemente el ser humano que se impuso en mil batallas se
bajó de su bicicleta y anunció que no apelaría dicha decisión.
Quizás, sea una confesión disimulada de su culpabilidad. No
obstante, el último segmento no se ha corrido aún. La (USADA) envió
a fines de la semana pasada a la Unión Ciclística Internacional
(UCI), las pruebas del supuesto dopaje del texano, para una condena
del máximo organismo de este deporte a nivel mundial. Solo así se
podrá privar a Armstrong de los éxitos cosechados en las carreteras
europeas, australianas y estadounidenses.
Si bien es cierto reconocer su ayuda para combatir el cáncer, no
se puede omitir su desfachatez. Creó un ídolo a base de mentiras y
fraudes. El Olimpo deportivo es para aquellos que han competido bajo
el lema de confraternidad, limpieza y ética deportiva. Ese sitio es
reservado para Stevenson, Pelé,
Owens, Comaneci
o Spitz, por citar unos pocos.
Armstrong debe tener un asiento al lado de Ben Johnson y Mark
McGwire. Su nombre será recordado por ser una persona que regresó a
la alta competición para manchar al deporte con esa gran epidemia
que es sin dudas el dopaje. |