Naborí, mucho tiempo que decir

MADELEINE SAUTIÉ RODRÍGUEZ
madeleine@granma.cip.cu

De un verso cucalambeano con el que ganó el primer lugar en un concurso de la Corte Guajira, en 1939, al emplearlo como pie forzado en una décima, tomó el joven Jesús Orta Ruiz el sobrenombre que se adjudicaría, a partir de entonces, ese poeta mayor que es El Indio Naborí, quien a pesar de habernos dicho el 30 de diciembre del 2005 su inexorable adiós, está celebrando con ferviente "salud" sus 90 años de existencia.

Entre las hermosas jornadas que se han dispuesto por estos días para homenajearlo, cuenta el espacio Fe de Vida, conducido por Aitana Alberti, que tuvo lugar en el Centro Dulce María Loynaz, donde la presentación del poemario de diez sonetos, Una parte consciente del crepúsculo (Colección Sur), a cargo de Virgilio López Lemus, y la proyección del documental Sigo empeñado en decir, del realizador Jorge Aguirre, fueron suficientes votos para constatar que la vida de los poetas queda eternamente atrapada en su poesía, latiendo más fuerte cuando sus versos repican desde las voces que los veneran.

Imágenes, poemas bien escogidos para la ocasión, y la presencia de sus hijos Fidel, Jesús y Alba, a los que un día pidió ser fieles a sus nombres, consiguieron traer muy cerca al niño que fue Orta Ruiz, deambulando por su natal finca Los Zapotes, en el actual San Miguel del Padrón; reencontrarlo de la mano del amor eterno por Cuba y por aquella mujer que "lo encendió" y con la que compartió toda su vida, Eloína Pérez; estimarlo en su condición de padre de familia, estampa notoria de una buena parte de su obra; y admirarlo en el ocaso luminoso de su vida en la que, aun habiendo perdido la vista, miró hondo el recorrido de los años transitados y lamentó, plegado de estoico optimismo, no la muerte, sino, en el caso de que así fuera, la ausencia de memoria.

Desde el documental, el Indio hizo acto de presencia. Naborí —epíteto que prefirió por ser los naboríes los nativos que trabajaban la tierra, lo cual subraya la humildad que lo caracterizó— nos contó, con esa cadencia serena y la certeza de su palabra sencilla, su historia de luces y sombras, sus más puntuales momentos, desde la infancia paupérrima, que quedó atrás para siempre con el triunfo revolucionario de 1959; o la pérdida de su primer hijo, la "fuga de su Ángel", hasta su empeño por estudiar y superarse; su amistad con Juan Marinello, cuyas oportunas recomendaciones lo hicieron incursionar también en la poesía escrita, y el amor incondicional a su familia.

Del cuidado extremo con que trabajó el verso, de sus sonetos creados para el más exquisito goce de la poesía, de las temáticas que más lo obsesionaron como la vida, el tiempo, la muerte y la memoria; de la perfecta condición de hacedor de textos incluidos en la más rigurosa antología cubana que pueda hacerse, del artista consumado en cuyas piezas creativas no falta ni sobra una palabra, ofreció sus referencias López Lemus, quien también incluyó en sus elogios ese rol esencial de Orta Ruiz al hacer poesía social, en la que, para conseguir el verdadero valor lírico, es preciso "ser muy sincero y creer mucho en lo que se dice".

Considerado el primer poeta popular cubano —aunque también lo fuera de la alta cultura—, válidas de destacar son esas primiciales aristas que evocan al Premio Nacional de Literatura 1995, como el improvisador cuyas controversias con figuras de la talla de Adolfo Alfonso y Justo Vega, fueron capaces de movilizar estadios repletos de personas, para presenciar los espectáculos poéticos más concurridos que en la historia de la Isla hayan acaecido.

"He escrito varios libros de poesía, pero miento si digo que estoy contento con las cosas que he escrito. Creo que me falta mucho por decir", alegó el poeta invadiendo la sala desde la silueta del audiovisual. Y después en un poema que alguien leyó: "me queda poco tiempo de palabra".

Si su obra, como es un hecho, se resiste al olvido, si la memoria que temió perder se multiplica en su Isla amada cada vez que se le menciona o se le lee, Naborí cuenta, para vivir entre nosotros, con todo el tiempo del mundo.

Placa en la puerta del Partido

 

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