La
moneda única paga hoy sus defectos de nacimiento. Pero Europa no
saldrá de la crisis aplicando una política de austeridad uniforme,
sino permitiendo un poco de inflación, según Paul Krugman, premio
Nobel de Economía.
Su libro ¡Acabad ya con esta crisis! es un alegato
contra la austeridad y el dogma de la lucha antidéficit. Según
usted, ¿se ha equivocado Europa de batalla?
Al principio fue Grecia. Nadie puede negar que Atenas tuviera un
problema de disciplina presupuestaria y que le corresponde una gran
responsabilidad en sus desgracias. Pero ha cundido el pánico y se ha
convertido a ese país en la explicación por defecto de la crisis
europea. Encajaba perfectamente con la tendencia natural que tenían
los bancos centrales de apretar las tuercas y de echarle la culpa
del origen de los problemas de la zona euro al laxismo social y
presupuestario.
Reflejaba, además, el dogmatismo de los alemanes, siempre
dispuestos a reprocharles a los demás que no sean tan virtuosos como
ellos. Es olvidar hasta qué punto el caso de Grecia es único,
aislado. Sin embargo, la interpretación de su grave desventura
contribuyó a que se hiciese una amalgama que ha justificado el dogma
general de la austeridad. Por conformismo, los demás puntos de vista
se excluyeron muy de prisa del debate.
¿Acusa, pues, a los alemanes?
Históricamente, su actitud se explica por una fobia de la
inflación, que les parece el origen de su tragedia del pasado. Pero
da la impresión de que han borrado de su memoria colectiva los
sufrimientos causados por las terribles políticas deflacionistas de
los años treinta. Su influencia en el Banco Central Europeo se
explica, sin duda, por su condición dominante en Europa y también
por la intención original de hacer de esa institución un parapeto
contra la indisciplina y la inflación [...] Alemania es el acreedor
de una Europa que, en efecto, ha conocido un periodo de exuberancia.
No obstante, siento curiosidad por saber qué remedios se habrían
propuesto si los flujos de capitales hubiesen ido desde España hacia
las inmobiliarias alemanas y no a la inversa.
¿Era usted euroescéptico desde un principio?
Sí, pienso que el euro era una idea romántica, un bello símbolo
de la unidad política. Pero cuando ustedes perdieron sus monedas
nacionales, perdieron también mucha flexibilidad. No es evidente
cómo se puede paliar esa falta de margen de maniobra. Hay dos medios
en caso de una crisis localizada: la movilidad de la mano de obra,
para compensar la pérdida de actividad, y sobre todo la integración
fiscal, para compensar la pérdida de ingresos. Desde este punto de
vista, Europa era muchos menos adecuada que Estados Unidos para una
moneda única. Comparemos Florida y España: la misma burbuja
inmobiliaria, el mismo estallido. Pero en Estados Unidos la gente
puede ir a buscar trabajo a otro estado menos afectado. Washington
mantiene en todas partes las ayudas sociales, el seguro médico, los
gastos federales y las garantías bancarias. No es el caso de Europa.
¿Cómo juzga la respuesta europea a la crisis?
Mis palabras contra las políticas de austeridad se dirigen a los
países que todavía pueden elegir. Ni España ni Grecia podían zafarse
de las exigencias alemanas y correr así el riesgo de que les dejasen
sin recursos. Pero, desde mi punto de vista, Francia no está en una
situación presupuestaria crítica y no tiene tanta necesidad de una
política de austeridad.
Sin embargo, hay que conservar la confianza de los mercados...
¿Cómo se consigue?
La respuesta es monetaria. Pasa por el Banco Central Europeo. Veo
por una parte compras masivas de obligaciones españolas e italianas
para contener el ascenso de los tipos de interés; por otra, señales
de una política más flexible del BCE, la promesa de no subir los
tipos al menor indicio de inflación y el establecimiento de
objetivos realistas, una inflación de un 2 % o un 3 % a plazo medio
en vez de un 0, o un 1 %, como ahora.
¿Y Grecia?
No veo cómo podría quedarse este país en el euro. Es
prácticamente imposible. Pero su salida provocaría una retirada
masiva de depósitos de los bancos españoles e italianos, a lo cual
el BCE tendría que responder absolutamente con un aporte ilimitado
de liquidez. Si no, en dos semanas el Bundesbank tiraría la toalla y
sería el final del euro.
¿Cuáles serían las consecuencias de la desaparición de la moneda
única?
Imagínese deudas denominadas en una moneda que ya no existe...
Pienso que la zona caería en una recesión severa durante un año
antes de que los países encontrasen el medio de proseguir sus
transacciones y, como en el caso de España e Italia, recobrasen un
poco de competitividad. Desde el punto de vista político, sería
grave: con el fracaso del mayor proyecto de la historia y el
descrédito en que habrían caído los dirigentes implicados en el
mantenimiento del antiguo sistema sonaría la hora de las
insurrecciones populistas y nacionalistas.
¿Qué soluciones preconiza para los países del sur?
Lo clásico sería una devaluación interna. En principio, la
disminución de los salarios permitiría recuperar la competitividad.
Pero ningún país, ni siquiera Irlanda y Letonia, han logrado una
disminución real de los salarios del sector privado. Además, la
deflación aumenta el peso de la deuda privada en euros. Añadamos a
esto el riesgo de la huida de capitales y la inestabilidad de los
gobiernos encargados de esas medidas, y se llega a un callejón sin
salida. Los salarios españoles son hoy un 30 % demasiado altos si se
los compara con los alemanes. En vez de bajarlos por la fuerza —lo
que es imposible políticamente—, ¿por qué no dejamos que los
salarios aumenten más allá del Rin para que mejore la competitividad
de España? Esto supondría un relajamiento de la política monetaria
y, claro está, más inflación en Alemania.
¿Qué porvenir le ve a la zona euro?
Si el BCE toma medidas acertadas, se podría imaginar una mejora
de aquí en tres o cinco años. Pero Europa siempre será frágil. Su
moneda es una construcción que cojea y seguirá siéndolo mientras no
se cree una garantía bancaria europea. Mientras tanto, el sistema
podría sobrevivir más cómodamente si se admitiese, como lubricante,
una dosis de inflación más fuerte. Pero no lo olvidemos: Europa, en
lo fundamental, no está en declive. Es un continente productivo e
innovador. Solo se ha equivocado en su gobernanza y en las
instituciones con las que controla la economía. Se puede arreglar
por completo.