Y es que no se trata de una arista más en el camino de la
igualdad de derechos y oportunidades: el ámbito de lo político es el
espacio desde el cual las mujeres pueden manejar herramientas de
mayor efectividad para promover una "contracultura de género", más
justa que el hegemónico enfoque patriarcal.
No es fortuito que, a inicios del presente año, la presidenta de
ONU-Mujer, Michelle Bachelet, demandara "una mayor voluntad para
resolver el problema de la baja representación de las mujeres en la
vida política, asunto que calificó de la brecha más profunda en
materia de igualdad de géneros en el mundo".
En tal sentido, son gratificantes los logros de nuestra sociedad
en los últimos años, y no hay mejor día para comentarlos, evaluarlos
sin grandilocuencias y apostar por más, que este 23 de agosto,
cuando arriba a 52 años de fundada la Federación de Mujeres Cubanas
(FMC).
Perseverar en el interés de superar lo alcanzado, es también
respetar el legado de la "eterna presidenta" de la organización,
Vilma Espín Guillois, quien fuera ejemplo de inserción femenina,
temprana y plena, en la vida política de la nación (diputada a la
Asamblea Nacional desde su primera legislatura, y miembro del
Consejo de Estado desde su constitución).
En Cuba las mujeres tienen objetivamente las mismas posibilidades
de acceder a cargos de implicación política que los hombres, en
tanto las acompañen, como a ellos, aptitudes y condiciones. Pero la
práctica sugiere que, una vez más, lograrlo precisa de un impulso,
de una intención explícita para sobreponerse a los patrones sexistas
que median nuestro razonamiento y apostar por ellas.
Recientes experiencias han demostrado que solo como resultado de
estrategias gubernamentales de promoción a la mujer, siete
organismos del país —Ministerio de Trabajo y Seguridad Social,
Tribunal Supremo Popular, Fiscalía y Contraloría General de la
República, Banco Central de Cuba, ministerios de Educación y de
Finanzas y Precios— ubicaron en manos femeninas entre el 50 y el 70
% de sus cargos máximos y fundamentales.
Así, a raíz de intensificar una voluntad con enfoque de género,
presente desde los años fundacionales de nuestra Revolución, se
consiguió que entre el 2010 y el 2011 las presidentas de los
Consejos de la Administración Provincial (CAP) aumentaran de 21,4 %
a 53 %, y en los Municipales (CAM), aunque dieron un salto menor,
partieron de mejores indicadores, pasando de 29 % a 30 % en el mismo
periodo.
Por otra parte, según datos de la Oficina Nacional de
Estadísticas e Información (ONEI), al cierre del pasado año las
delegadas a las Asambleas Provinciales y Municipales representaban
el 40,6 % y 33,4 %, respectivamente (composición que en 1976 inició
con 17, 2 % y 8 % en cada caso).
En cuanto a la Asamblea Nacional del Poder Popular, Cuba logró
ocupar el tercer lugar entre todas las naciones del mundo con más
alta proporción femenina, con un 45, 2 % de su quórum constituido
por mujeres en diciembre del pasado año (creciendo en 23, 4 puntos
porcentuales respecto a las primeras elecciones). A la alegría por
esta posición de avanzada se suma el reciente nombramiento, por
primera vez, de una vicepresidenta del máximo órgano legislativo, la
compañera Ana María Mari Machado.
Sin rechazar el lógico orgullo, este resultado en el escalafón
internacional de diputadas no constituye una victoria absoluta en la
que debemos descansar. Toda comparación toma como referente las
características del otro elemento de la balanza, y según datos de la
Unión Interparlamentaria, la situación a nivel mundial es bastante
crítica, pues menos de uno de cada cinco escaños legislativos en el
orbe es ocupado por mujeres.
De cualquier forma, el reconocimiento sí constituye un indicativo
del buen rumbo, una expresión del punto de vanguardia en temas de
justicia social al que nos ha acostumbrado nuestro proyecto
revolucionario. Darle una continuidad digna es desafío y
responsabilidad de todas y todos, e inicia por elegir y proponernos
un enfoque de género.