La moraleja es clara: conocer el significado de algo, aunque te
lo recalquen a diario y por todas las vías, no siempre es garantía
de que se cumpla. Y lo otro y no menos importante: eficiencia no es
un concepto blindado y mucho menos aislado del mundo circundante. No
se logra ser eficiente solo porque usted conoce el abecé de la
eficiencia e intenta aplicarlo. Ese camino hay que buscarlo mano a
mano con los protagonistas de una empresa, de una obra, de un
proyecto... , es decir, con los obreros y sus líderes. Y si estos
últimos no se sienten motivados, convencidos, dueños de los medios
de producción y de sus resultados —el equivalente de bien pagados—,
entonces para qué les sirve ser eficientes.
Hace solo unos días, un amigo que participó en el VIII Encuentro
Internacional de Contabilidad, Auditoría y Finanzas, organizado en
La Habana por la Asociación Nacional de Economistas y Contadores (ANEC),
respondía a nuestras inquietudes sobre el tema con un destello de
luz que le agradecemos: "lo que hace falta aquí es hablar más de
eficacia en lugar de eficiencia"... Él, que ha dedicado su vida al
mundo empresarial cubano, puso el dedo en la llaga de un tema
económico, pero que solo puede superarse con un cambio de mentalidad
y bordeando con desenfado el concepto de eficiencia, visto ya como
consigna y no como una categoría para hacer mejor las cosas.
Cualquier economista o estudioso del tema nos rectificaría que
"los conceptos de eficiencia y eficacia son por igual vitales a la
hora de hablar de productividad". Y hasta nos pediría no
divorciarlos, porque la eficacia es el cumplimiento de los
objetivos; mientras que la eficiencia es el logro de las metas con
la menor cantidad de recursos posibles. Entonces, ¿por qué en Cuba
necesitamos hablar más de eficacia, en lugar de seguir invocando una
eficiencia que tanto nos cuesta conseguir?
Creemos, en primer lugar, que el cambio de mentalidad que
necesitamos en el plano económico se logra si entendemos y aplicamos
la definición de eficacia: "Capacidad de lograr los objetivos y
metas programados con los recursos disponibles en un tiempo
predeterminado. Capacidad para cumplir en el lugar, tiempo, calidad
y cantidad las metas y objetivos establecidos". En resumen: ser
eficaces sería, por ejemplo, concretar en un tiempo razonable los
lineamientos de la política económica y social aprobados en el Sexto
Congreso del Partido. Y ya logrados, perfeccionarlos a la luz de la
cotidianidad y mantenerlos.
Ese sería el logro supremo de nuestra eficacia como nación y como
pueblo. Pero si lo llevamos a un ejemplo concreto del medio
circundante, podríamos hasta entenderlo mejor.
Hay muchas cosas que preguntarse al analizar estos conceptos,
¿por qué en unos casos sí prima el sentido o la pertenencia de ser
dueño y en otros no?
Veamos: muchos años atrás surgió bajo la tutela estatal una
empresa que entonces nombraron "Restaurantes de Lujo". Era la
sumatoria de emblemáticos sitios de la capital, que entonces
aparecían bajo la égida de una administración encargada de conseguir
un servicio gastronómico de excelencia y eficiencia en el campo
económico. Pasaron los años y la inmensa mayoría de esas unidades no
consiguieron ser ni lo uno ni lo otro. Y aquel nombre empresarial
terminó convertido en una suerte de ironía, no del destino, sino de
nuestras propias fallas y faltas.
Por estos días, sobran también ejemplos de otros restaurantes
(los llamados paladares) que nacieron a la luz del trabajo por
cuenta propia, y por su propia cuenta muchos de ellos se han
convertido en verdaderos restaurantes de lujo: buena gastronomía,
excelente servicio, competitividad, imagen y promoción de sus
actividades...
¿Es que lo privado es más eficiente que lo estatal?
Con una pequeña empresa eficaz, pero a la vez eficiente, donde lo
esencial es el sentido de esa pertenencia, los trabajadores no se
roban a sí mismos si se sienten dueños y, además, se preserva el
capital humano con una remuneración justa y de paso se consigue que
los trabajadores hagan un uso racional de los medios con que cuentan
para alcanzar el objetivo predeterminado de ofrecer un servicio de
excelencia.
Cuba, en la hora actual, necesita experimentar y hablar el
lenguaje de la eficacia, para que las formas de gestión (las que
están en marcha y las que se incorporarán) alcancen a desentrañar
con éxito esa suerte de sudoku que es la eficiencia.
Como en este ejemplo que traemos a las páginas de Granma,
muchas otras actividades relacionadas con los servicios, el
transporte, las construcciones... claman por un cambio de mentalidad
y por una solución eficaz. Corresponde a las grandes empresas
socialistas ser el motor impulsor de la economía nacional, pero es
responsabilidad de los cubanos todos, organizados hoy en las nuevas
formas de empleo y gestión, hacer suyos el concepto de eficacia
—lograr metas y mantenerlas— como primera condición para descubrir
luego el camino de la extraviada eficiencia.