Recientes
análisis en Las Tunas acerca de la necesidad de actuar con riguroso
apego a la austeridad —sin que ello implique renunciar al empleo
lógico, óptimo y eficiente de recursos imprescindibles para la vida—
consignan que, con ese criterio, desde el año 2010 se han empleado
aquí unos 20 millones de pesos menos por parte del sistema de salud.
En tal reducción no ha mediado, como opción, el cierre de
servicios, equipos o instalaciones. Todo lo contrario. La situación
actual de los consultorios del médico de la familia deviene buen
ejemplo: hace dos años había 256 cubiertos por el doctor o la
enfermera y hoy la cifra asciende a 552.
Son "muchos poquitos" los que pueden ayudar a estrechar la grieta
por donde se escapan millones, sin menoscabo de la calidad del
servicio médico. Uno de ellos es el giro a favor del método clínico:
algo esencial en esta profesión.
No hay razón para que cientos y miles de exámenes (con
intervención de reactivos, materiales, equipamiento, uso de energía)
ocupen el lugar que bien puede y debe llenar la auscultación, el
reconocimiento dactilar, la pregunta precisa y oportuna, la
capacidad de mirar al paciente, escucharlo, adentrarse en su
problema de salud, llegar hasta el fondo del diagnóstico.
El primer cuatrimestre confirmó los beneficios de poner en
práctica lo anterior, al registrar unos 50 mil exámenes
complementarios menos, con respecto a un bienio atrás, y a la vez
mantener los indicadores de salud.
Las posibilidades de utilizar bien cada recurso son incalculables
y amplio el espectro de acción: salas de consulta, salón de
operaciones, laboratorios, pasillos, comedores, farmacia,
ambulancias...
Recetas al por mayor, concesión indebida de certificados, luces
encendidas inútilmente, aires acondicionados que no recesan, pruebas
o exámenes innecesarios, indicación inadecuada o exagerada de
medicamentos, negligencia en el uso de gasas, torundas, algodón o
descuidos en relación con equipos e instrumental, son nichos por
donde puede escaparse, o ser retenido, el dinero de una atención
médica que es gratuita para cualquier ciudadano, pero que le cuesta
al país.
De cualquier modo, para que los subsidios millonarios en este
sentido valgan la pena en toda su dimensión, es preciso tener en
cuenta que, a la par de los recursos materiales (al parecer mejor
empleados que antes, pero aún con brechas de ahorro), subyacen en
algunos casos insuficiencias subjetivas, de atención, buen trato,
preocupación y de apego ético a esa humana profesión; en torno a la
cual la mayoría del tiempo gravita un profundo agradecimiento, pero
también anidan quejas por parte de la población, insatisfacciones y
denuncias en torno a deficiencias que también resulta indispensable
extirpar de raíz.