dos
semanas después de que perdiera la inmunidad presidencial y lo hizo
de una manera intencionadamente visible.
La investigación sobre la financiación ilegal de la campaña
electoral de Sarkozy por la corporación L¢
Oreal fue iniciada en el 2010, derivando, para sorpresa de todos, en
el más sonado caso de Lilliane Bettencourt, anciana dueña del
imperio de cosméticos, cuya familia acabó enredada en rencillas
internas y derechos hereditarios.
De una grabación de las conversaciones telefónicas hecha pública
por su mayordomo se desprende que una de las mujeres más ricas del
mundo evadía supuestamente impuestos por cantidades considerables,
recibiendo, además, ventajas tributarias por millones de euros del
exministro de Trabajo, Eric Woerth, cercano colaborador de Sarkozy.
Tras ello, la excontable de Bettencourt, Claire Thibout,
manifestó que los políticos franceses de tendencias conservadoras,
incluido Nicolas Sarkozy, supuestamente habían recibido en la
mansión de Bettencourt sobres con dinero en efectivo, mientras que
Woerth, siendo en el 2007 tesorero de la Unión por un Movimiento
Popular, recibió un sobre que contenía 150 mil euros para la campaña
electoral de Sarkozy.
La financiación ilegal de las campañas electorales es el talón de
Aquiles de los políticos franceses, tanto conservadores como
socialistas. Recientemente, el predecesor de Sarkozy en el puesto de
presidente, Jacques Chirac, recibió una condena de dos años. Debido
a su delicado estado de salud, ya no pudo presenciar las audiencias
judiciales ni cumplir la condena en un centro penitenciario.
Se le reconoció culpable de haber creado en la segunda mitad de
los años noventa del siglo pasado puestos de trabajo ficticios en la
alcaldía de París, que dirigió durante casi 20 años. Los sueldos de
los inexistentes empleados engrosaban las cuentas del partido. Un
sumario parecido fue abierto contra Alain Juppé, colaborador de
Chirac, hasta hace poco ministro de Asuntos Exteriores en el
gabinete de Sarkozy.
Los socialistas tampoco tienen una imagen mucho mejor: durante la
presidencia de François Mitterrand (1981-1995), mentor del actual
jefe del Estado, François Hollande, la petrolera estatal Elf
Aquitaine, de manera casi oficial, servía de fuente de fondos para
las administraciones públicas.
Una vergonzosa mezcla de intereses particulares, políticos,
estatales y comerciales se reveló a principios de los años 2000
durante la investigación del caso Elf. Estaba involucrada en el
asunto Christine Deviers-Joncour, amante de uno de los socialistas
más famosos de Francia, Roland Dumas. Este negó todas las
acusaciones y finalmente logró salir impune de la situación, pero
más tarde, en el 2007, recibió una condena de dos años de prisión
incondicional por apropiación indebida de fondos.
No hace mucho ocurrió una historia que revela la manera en la que
se cruzan los asuntos de carácter dudoso de los dos más importantes
partidos de Francia: en el 2008 se devolvieron al expolítico de
tendencias socialistas y magnate Bernard Tapie, de modo
extrajudicial, casi 300 millones de euros. La decisión en cuestión
fue tomada por la entonces ministra de Finanzas y actual directora
gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde.
Tapie, un exitoso hombre de negocios, especializado en la
capitalización y la reventa de importantes empresas (fue durante un
cierto periodo copropietario de Adidas), era dueño del famoso club
de fútbol Olympique y ministro en un Gobierno de socialistas. Se le
vaticinaba la trayectoria vital de Silvio Berlusconi. En 1990 fue
enviado a la cárcel por pactar los resultados de los partidos, lo
que estropeó su posible carrera política y lo convirtió en un
ferviente admirador de Nicolas Sarkozy.
Precisamente a este estrecho vínculo achacaban los analistas la
extraña decisión del Gobierno francés de apoyar al empresario en el
duradero litigio entre Tapie y la entidad Credit Lyonnais, que se
encontraba en bancarrota y anteriormente había estado sometida al
control del Estado. Tapie acusaba al banco de estafa durante la
venta de Adidas. El papel de Lagarde en el asunto sigue sin estar
del todo aclarado.
Los ataques públicos a Sarkozy tienen una explicación lógica: son
la otra cara de su propio estilo político, basado en una
inquebrantable relación de intereses comerciales y estatales. Los
expertos coinciden en que esta fue la razón por la cual los
electores decidieron dar la espalda a Sarkozy. Y como su manera de
comportarse siempre se ha caracterizado por arrogancia y altanería,
no es de sorprender que haya quienes de-seen ajustar cuentas con el
expresidente. Y, todo parece indicar, existen delitos para
incriminarle.
El problema, sin embargo, no radica en la personalidad de Sarkozy,
sino en la actual cultura política que permite que por doquier se
borren las fronteras entre lo particular y lo común, entre lo
comercial y lo estatal. Es una de las secuelas de la erosión que
está carcomiendo las instituciones, tan característica en nuestros
tiempos.
Las experiencias del pasado nos enseñan que dobles estándares
morales y una corrupción sistémica siempre han sido rasgos propios
de la política en general, no solo de la francesa. Pero el ambiente
globalizado y universal concede a este fenómeno una nueva dimensión
y las discrepancias ideológicas acaban desapareciendo junto con las
normas éticas.
François Hollande se encuentra en una posición ventajosa, por lo
que le es fácil someter a críticas a su antecesor y prometer
justicia social. No en vano una de sus promesas preelectorales más
altisonantes era la introducción de un impuesto sobre la riqueza de
un 75 %, que daría recursos que habrían de destinarse a la
reconstrucción de la economía nacional.
Poco podría salir de esta iniciativa y, si a pesar de todo el
presidente lo intenta, lo más seguro es que aparezcan datos que
confirmen sus vínculos con estos "ciudadanos más ricos del país". No
es ningún multimillonario, como Strauss-Khan, pero no es una persona
pobre.
De modo que la vida política sigue y con ella el desfile de los
esqueletos escondidos en el armario. (Tomado de ARGENPRESS)