Lo sabemos, por supuesto, instalado en el bloque de arrancada de
la primera vanguardia pictórica cubana del siglo XX, cuando las
convenciones académicas naufragaban en la retórica y se hacía
perentoria una nueva y oxigenante mirada.
Pero ya en el punto de partida se advertía una diferencia en su
perspectiva, compartida con Carlos Enríquez y Eduardo Abela. Para
Pogolotti, que hizo sus primeros estudios en Nueva York y convivió
con las vanguardias europeas de entreguerras y de manera muy
especial, con el auge del movimiento futurista italiano al filo de
los años 30, la novedad muy pronto dejó de ser una aventura
meramente formal.
Eso lo tenía claro desde que en 1925 fue coprotagonista en Cuba
de la irrupción del arte nuevo, pero se hizo mucho más evidente
durante su estancia en Turín hacia 1930. Él mismo expresó: "El nuevo
mensaje exigía la elaboración de formas adecuadas, suyas, propias,
utilizando un conocimiento de los medios adquiridos hasta entonces,
pero yendo más allá de los mismos".
Fue cuando Pogolotti comenzó a revelar con toda intención y
maestría el valor del arte como instrumento de interpretación y de
posible transformación revolucionaria de la realidad. No bastaba con
proclamarse mecanicista, futurista, surrealista, dadaísta, o de
afiliarse a cualquiera de las etiquetas de moda, sino de ser un
creador críticamente comprometido con su época y con la
emancipación, siendo a la vez un renovador de los códigos visuales
de expresión.
Este fue el logro mayúsculo de Pogolotti, conseguido en un tiempo
limitado, debido a la afección que lo privó tempranamente de la
vista. Nadie sabe cuánto hubiera avanzado sin ese obstáculo
insalvable. Sin embargo, no es necesario especular. Su obra es
contundente y fundamental. Sus telas Paisaje cubano,
Obreros y campesinos, El cielo y la tierra, El muelle,
Despertar y Alba constituyen lecciones magistrales de
traducción enriquecida de economía política. Y cuando se observan
obras como El intelectual o Evasión, se tiene la
certeza de que estamos ante el intérprete visual de la noción del
intelectual orgánico pensado por Gramsci. A todo esto debe añadirse
su labor extraordinaria como crítico de arte y memorialista.
Desde la altura de nuestro tiempo y en la circunstancia cubana,
no se trata, por tanto, de volver una y otra vez a Pogolotti, sino
de admirarlo, sentirlo y pensarlo por y para siempre.