Pogolotti por y para siempre

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Para evocar a Marcelo Pogolotti, aunque las llamadas de atención del calendario sean necesarias, no hace falta remitirnos forzosamente al hecho de que ayer, 12 de julio, se cumpliera el aniversario 110 de su nacimiento en La Habana.

La vitalidad de la obra y el legado de su hazaña intelectual son demasiado vivos como para permitirnos el lujo de la más mínima distracción.

El intelectual, óleo de Marcelo Pogolotti.

Lo sabemos, por supuesto, instalado en el bloque de arrancada de la primera vanguardia pictórica cubana del siglo XX, cuando las convenciones académicas naufragaban en la retórica y se hacía perentoria una nueva y oxigenante mirada.

Pero ya en el punto de partida se advertía una diferencia en su perspectiva, compartida con Carlos Enríquez y Eduardo Abela. Para Pogolotti, que hizo sus primeros estudios en Nueva York y convivió con las vanguardias europeas de entreguerras y de manera muy especial, con el auge del movimiento futurista italiano al filo de los años 30, la novedad muy pronto dejó de ser una aventura meramente formal.

Eso lo tenía claro desde que en 1925 fue coprotagonista en Cuba de la irrupción del arte nuevo, pero se hizo mucho más evidente durante su estancia en Turín hacia 1930. Él mismo expresó: "El nuevo mensaje exigía la elaboración de formas adecuadas, suyas, propias, utilizando un conocimiento de los medios adquiridos hasta entonces, pero yendo más allá de los mismos".

Fue cuando Pogolotti comenzó a revelar con toda intención y maestría el valor del arte como instrumento de interpretación y de posible transformación revolucionaria de la realidad. No bastaba con proclamarse mecanicista, futurista, surrealista, dadaísta, o de afiliarse a cualquiera de las etiquetas de moda, sino de ser un creador críticamente comprometido con su época y con la emancipación, siendo a la vez un renovador de los códigos visuales de expresión.

Este fue el logro mayúsculo de Pogolotti, conseguido en un tiempo limitado, debido a la afección que lo privó tempranamente de la vista. Nadie sabe cuánto hubiera avanzado sin ese obstáculo insalvable. Sin embargo, no es necesario especular. Su obra es contundente y fundamental. Sus telas Paisaje cubano, Obreros y campesinos, El cielo y la tierra, El muelle, Despertar y Alba constituyen lecciones magistrales de traducción enriquecida de economía política. Y cuando se observan obras como El intelectual o Evasión, se tiene la certeza de que estamos ante el intérprete visual de la noción del intelectual orgánico pensado por Gramsci. A todo esto debe añadirse su labor extraordinaria como crítico de arte y memorialista.

Desde la altura de nuestro tiempo y en la circunstancia cubana, no se trata, por tanto, de volver una y otra vez a Pogolotti, sino de admirarlo, sentirlo y pensarlo por y para siempre.

 

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