En este pequeño pueblo de las afueras de Praga, fueron asesinados
todos los hombres, las mujeres trasladadas a campos de concentración
junto a los niños —donde la mayoría murió en cámaras de gas— y el
resto quedó reducido a cenizas. La orden de desaparecer del mapa a
esta localidad fue dispuesta por Karl Hermann Frank, secretario de
Estado de Bohemia y Moravia, como respuesta tras el atentado contra
el teniente general de las SS Reinhard Heydrich, considerado uno de
los hombres más temidos y odiados en Checoslovaquia.
En el informe oficial sobre las ejecuciones, se afirmaba que
durante las indagaciones sobre el asesinato de Heydrich, se comprobó
que la población de la aldea había brindado ayuda a los culpables y
que, además, tenía en su poder un depósito clandestino de municiones
y de armas.
Pero investigaciones históricas demuestran que la realidad era
muy distinta. En Lídice ni había almacenes de armas, ni ninguno de
sus habitantes prestó ayuda alguna a los dos paracaidistas checos
que acabaron con la vida de Heydrich. Expertos consideran que la
matanza fue más bien el resultado de la infructífera pesquisa
llevada a cabo por la policía nazi para atrapar a los autores del
atentado, y, en tales circunstancias, cualquier indicio bastaba para
desencadenar represalias.
Los nazis aplicaron constantemente reglas que violaban todas las
convenciones internacionales. El sistema más aberrante fue el
empleado en este caso. En el vano intento de impedir que surgiera en
los pueblos oprimidos un movimiento patriótico de liberación
nacional, instituyeron científicamente el sistema de matar a diez,
veinte o cien ciudadanos inocentes por cada mili-tar
alemán que muriera de manos de guerrilleros. Es un sistema
bárbaro, pero los alemanes lo practicaron duran-te toda la Segunda
Guerra Mundial, sin impedir con ello a los pueblos oprimidos
organizarse para combatir en nombre de su propia independencia
nacional.
Hoy el poblado ha recuperado la vida que le fue arrebatada en
1942. Habitada por cerca de 400 personas, entre ellas siete
sobrevivientes, la nueva villa se encuentra a 500 metros de la
anterior. El edificio más alto, la iglesia de San Martín, aún
permanece en pie, y la antigua escuela nunca ha sido reemplazada. En
memoria de los 82 niños que perdieron la vida, se erige un monumento
de bronce que es visitado anualmente por miles de personas, y
numerosos municipios y mujeres en todo el mundo han sido bautizados
con el nombre de Lídice.
El pueblo checo se ha volcado en rendir tributo a las víctimas y
conmemorar la masacre que este año llega a su aniversario 70, para
que este momento no sea nunca borrado de la historia del país.