En
el siglo XVIII los doctores creían que los enfermos podían curarse
purgando una parte de su sangre, la causa por la que probablemente
murió el primer presidente de Estados Unidos, George Washington. Dos
siglos después, los responsables de las decisiones económicas llevan
adelante políticas análogamente absurdas y son impulsados a hacerlo
por economistas. Son los mismos economistas que presionaron para ver
una "terapia de shock" en América Latina por más de treinta años.
Son los mismos que aplaudieron al Gobierno de Argentina, a lo largo
de la década de 1990, cuando introdujeron la paridad cambiaria entre
el peso y el dólar que terminó con el colapso del 2001-2002.
Imaginen que los alquimistas se apoderan de los laboratorios de
química, que los astrólogos persiguen a los científicos que trabajan
en los laboratorios y que los creacionistas deciden el rumbo de la
genética. Sería una dura derrota para el Iluminismo, la razón y la
racionalidad. Esto es lo que sucedió con la economía. Los
alconomistas predican su propia versión del creacionismo, donde los
mercados libres y desregulados son la única forma posible de
organizar la sociedad. Predican por todos lados la alconomía de los
presupuestos equilibrados, mercados desregulados y la austeridad. Lo
hacen en Europa, Estados Unidos y también en Argentina, aunque su
gobierno no los escuche.
Los alconomistas dicen que explican cómo funcionan los mercados,
pero se trata de mercados ideales que no existen en el mundo real.
Estos ideólogos dotan a sus mercados imaginarios con poderes
metafísicos para que los consumidores y empresarios estén siempre
satisfechos. Esos mercados son voluntarios donde el tiempo no corre
y cuentan con la participación de un gran número de criaturas
omniscientes de igual poder de negociación, que conocen todos los
resultados posibles antes de que sucedan. En la alconomía no existen
diferencias entre el pasado, el presente y el futuro. ¿Por qué tanta
gente, en tantos países, reverencia a los alconomistas como gurúes?
En gran parte, la inmerecida credibilidad de los alconomistas
proviene de la sistemática promoción de la ignorancia. Comprender
cómo la sociedad se organiza para producir y distribuir bienes y
servicios no es sencillo. Sin embargo, no es más difícil que
entender algo de política antes de ir a votar. Cada determinado
periodo de tiempo, la gente entra en el cuarto oscuro y elige entre
los candidatos, o los rechaza a todos. Muchos, si no la mayoría de
estas personas, se consideran ignorantes en materia económica, lo
que los imposibilita para que evalúen entre diferentes análisis
sobre las políticas públicas, incluso cuando las afectan
directamente.
Los alconomistas refuerzan esta creencia popular de que la
economía es demasiado difícil de entender. Los ayuda a predicar sus
doctrinas reaccionarias como la ley de la oferta y la demanda, la
ineficiencia del Estado, la responsabilidad de los sindicato
s en el desempleo y la inflación y el hecho de que los aumentos
de precios deben ser más temidos que la desocupación. Desde su
teoría banal, los alconomistas imponen una supremacía ideológica.
Con explicaciones superficiales y simplistas construyeron una
ideología que emite juicios de valor cual oráculo griego sobre los
distintos temas de la humanidad.
Las políticas reaccionarias de los alconomistas se derivan de
esas generalizaciones simplistas. Su explicación comienza con la
observación, aparentemente trivial y obvia, de que las personas
tienen un deseo de consumir que excede su ingreso, lo que requiere
que asignen sus recursos para satisfacer esos deseos. Así, para toda
la gente al mismo tiempo, los deseos son ilimitados y los recursos
para satisfacerlos son escasos. Para los alconomistas, la economía
es el estudio de la asignación de recursos escasos para satisfacer
necesidades ilimitadas.
De esta ideología surge la creencia de que las acciones del
gobierno restringen, limitan y distorsionan la habilidad de las
personas para tomar decisiones. Por eso, su rol debe ser limitado,
para minimizar las restricciones. La explicación es simple: la
asignación debe estar a cargo del mercado. Para las grandes empresas
y sus sacerdotes alconómicos, los mercados no solo son más
eficientes que los métodos alternativos de asignación y
distribución, sino que son el único mecanismo viable. Aun más, los
mercados solo son eficientes si no están regulados de ninguna forma
y se les permite operar libremente sin la intervención del Estado.
Esta lógica es errónea. Primero, las decisiones de los individuos
en los mercados no responden a sus preferencias y deseos. Las
personas toman decisiones en los mercados porque en la sociedad
existe una división del trabajo que organiza la distribución y
producción de una forma históricamente específica. Cada persona es
parte de una organización social. Segundo, el hecho de que la gente
entre al intercambio de forma "voluntaria" no está claro. Por
ejemplo, nadie está obligado a no empezar un tratamiento médico
porque es demasiado caro. Esa es una decisión que la mayoría de la
gente está forzada a tomar y no debería suceder en una sociedad
humana. Tercero, ningún mercado es perfectamente competitivo; por el
contrario, muchos están dominados por unos pocos vendedores o
compradores. Como resultado, en las operaciones de mercado suelen
observarse abusos de precios y fraudes. La acción colectiva de los
individuos a través de los gobiernos para reducir los abusos del
mercado incrementa las libertades individuales, no las reducen.
La lógica de la alconomía exhibe un error fatal que es más básico
que su negación del mal funcionamiento de los mercados. Su premisa
fundamental de que los recursos son escasos es falsa. Es
indiscutible que la humanidad vive en un mundo de recursos limitados
como evidencian el calentamiento global y la destrucción del medio
ambiente. Pero esta no es la "escasez" de la alconomía. Para los
alconomistas, la "escasez" resulta del uso total y más eficiente de
los recursos. La escasez existe cuando más de un producto puede
llevarse a cabo si la producción de algún otro se reduce. Este tipo
de escasez no existe ni existió en ninguna sociedad de mercado,
excepto en situación de países en guerra. La economía no es "la
asignación de recursos escasos para satisfacer deseos ilimitados".
La economía es el estudio de cómo la sociedad moviliza la totalidad
de sus recursos para mejorar el nivel de vida de toda la población.