Para
el carismático actor Jorge Lozada resulta muy difícil explicarse a
sí mismo si traía al nacer ese supuesto "gen histriónico" con que
parecen ser bendecidos los grandes de la escena o si el curso
natural de la vida lo condujo por los lares de la actuación; sin
embargo, en esta revelación podría estar la clave de la respuesta.
"Tenía 11 años cuando en la escuelita pública donde estudiaba,
mis compañeros se animaban para celebrar la Navidad y me preguntaron
qué yo iba a hacer. ‘Escribir, les dije’, y al poco rato les mostré
una obra teatral en versos que aún puedo memorizar: Al mesón
vamos, José, / que tal vez por caridad/ alguien un lugar nos dé/ do
podamos descansar."
Así recuerda —lo que a su juicio socarrón consideró una de esas
piezas mal hechas a las que llaman bodrios— su primera vivencia
asociada con las tablas este versátil artista que acaba de ser
condecorado, junto a otros colegas suyos, con el Premio Omar Valdés
que otorga la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC por el
conjunto de su labor creadora, cuyo temprano despliegue ha abarcado
la radio, el teatro, el cine y la televisión.
Bien sabido tiene, puesto que sabe agradecer, cuánto le debe a
cada uno de los medios que ha ido conquistando sin más armas que "la
bomba que le pongo a todo lo que hago, incluso a los papeles más
pequeñitos".
"La televisión ha sido muy generosa conmigo y me ha dado la
popularidad que nunca tuve. Sin ser uno de esos actores famosos
siento que tengo una audiencia televisiva. Todavía me preguntan por
ahí cómo anda el Marqués de Casa Camargo, de la popular telenovela
Las huérfanas de la Obra Pía, donde hice de Teodoro Malanges
(el criado que lo servía y cuya dualidad interpretativa resultó muy
convincente).
Pero el cine también le abrió espléndidamente las puertas¼
"La primera película fue Soy Cuba del director soviético
Mijail Kalatazov, en 1964, pero suman ya unas 20, entre las que
están Guantanamera, de Tomás Gutiérrez Alea y El cuerno de
la abundancia, de Juan Carlos Tabío. Este medio se distingue por
las atenciones y el respeto al actor que uno tiene que retribuir con
la exquisitez del trabajo".
Entre todos los escenarios ¿cuál le hace mayor bien a su
espíritu? "Que me haga plenamente feliz, el teatro. Y por
supuesto que tiene que ver con el contacto inmediato con el público.
Cuando hago televisión, sé de la reacción de los televidentes cuando
voy por la calle y alguien me da su opinión, pero en el teatro yo me
doy, doy parte de mi alma, parte de mi ser. Y en el aplauso
espontáneo del público está el alimento que necesito para sostener
mi espíritu".
La vital necesidad que significa ese acto de entrega y recepción
justifica lo que sucede cuando algo no le sale todo lo bien que
esperaba. "Pierdo el sueño. Por eso hay que ser buen actor, si vas a
ser malo, mejor no lo seas. Un rechazo del público es terrible".
Partícipe mayormente de comedias, "porque tengo el don de la
comicidad y hasta en situaciones difíciles de mi vida personal puedo
provocar la risa", se considera esencialmente actor, lo cual
significa que tiene que saber hacerlo todo. Por eso se siente
dignificado al haber compartido escena con María de los Ángeles
Santana y Rosita Fornés, de quienes tantas cosas tiene él que
decirnos.
Resisten en su memoria el paso del tiempo personajes como el
Caballero de Pogolotti —que le valió en 1987 el premio UNEAC al
mejor actor de teatro— y obras como Don Quijote de La Rampa y
Llévame a la pelota, "donde no hacía un papel cómico. Es
mentira que todas te atrapan por igual. Fueron puestas que me
marcaron muy hondo".
A sus casi 80 años Lozada apenas tiene tiempo para descansar. "Me
voy desde muy temprano, estoy grabando de nuevo para la televisión
con Delso Aquino (director de Pateando la lata) un programa
que saldrá pronto y se llama A otro con ese cuento."
Acostumbrado a laurear, pues inauguró y es actualmente presidente
del jurado del Premio Caricato, pide poco por tanta entrega. ¿Con
qué lo premia la vida? La respuesta no se hace esperar. "Me
premia con el aplauso".