Aniversario 40 del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech

Querían ser muchas cosas, y fueron maestros

FREDDY PÉREZ CABRERA

Algunos preferían la medicina, otros la ingeniería o el arte, y quién sabe cuántas profesiones más pasaron por sus cabezas. A lo mejor hasta sentían cierta presión de la familia para que siguieran los pasos de los padres.

Pero la vida da sorpresas. Aquel 4 de abril de 1972, la mayoría de los jóvenes estaban pegados al televisor para escuchar lo que decía el Jefe de la Revolución en la clausura del II Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Eran tiempos de gran efervescencia revolucionaria.

En un momento del discurso, Fidel habló de la necesidad de iniciar un movimiento de captación de jóvenes de décimo grado para que marcharan a enseñar a las secundarias en el campo, bajo la dirección de profesores más experimentados. Dijo, además, que para 1976 harían falta más de 18 mil maestros, y Cuba nos los tenía. ¿Qué hacer?

Tal vez, por la premura del momento, la mayoría no interiorizó la idea. Sin embargo, ya al otro día el tema central de los comentarios en pasillos, aulas y albergues giraba alrededor de aquella solicitud del Comandante en Jefe.

Pronto empezaron las captaciones para el Destacamento Pedagógico. No se podía quedar mal con Fidel, de ahí la masiva respuesta. Cientos, miles de jóvenes de 16, 17 o 18 años dieron el paso al frente.

Fue una etapa preñada de sacrificios y dejaciones, pero también de muchas emociones: la primera clase, esa que nunca se olvida; el distintivo uniforme azul oscuro; el formar a otros jóvenes casi de la misma edad... Y así, poco a poco fue naciendo la vocación por el magisterio, esa que atrapa para toda la vida. Cómo olvidar esa frase que tantas veces los ha acompañado durante estas cuatro décadas, "usted fue mi profesor".

Por eso, cuando se escriba la historia de la educación cubana y del protagonismo de sus jóvenes en apoyo a la Revolución, podrán faltar algunos pasajes, pero no la leyenda tejida por el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, sin cuyo concurso hubiera sido imposible dar continuidad a la epopeya de la Campaña de Alfabetización, y la obra misma de la Revolución.

 

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