La referencia no es lejana. Entre enero y mayo del pasado año, el
país registró 695 incendios en áreas forestales o rurales. Esa cifra
representa el 96 % de los siniestros reportados en todo el 2011.
Sequía y temperaturas aparte, las investigaciones continúan
inscribiendo al descuido y a la negligencia humana como la causa
principal de ese recurrente fenómeno que en cada calendario le
calcina a la economía millones de pesos, atenta contra el patrimonio
forestal, deviene azote para la fauna, empeora la situación en áreas
ganaderas, de cultivos varios y deviene llaga para la vida y el
medio ambiente.
"A pesar de nuestra insistencia y de la orientación por
diferentes vías —afirma el teniente coronel José Martínez Cárdenas,
jefe del Cuerpo de Guardabosques en Las Tunas—, hay ciudadanos
irresponsables que lanzan colillas de cigarro o fósforos encendidos
al lado de carreteras y caminos, autos que circulan sin matachispas,
finqueros que les prenden fuego a la maleza o a residuales de
cosechas... y esas violaciones y descuidos provocan situaciones muy
peligrosas que nos obligan a actuar cuando ya el daño avanza."
Al menos hasta el momento, la multa ha sido una especie de
"pellizco" frente al irreparable perjuicio que deja la mordida del
fuego. Unas 140 notificaciones fueron aplicadas en suelo tunero y
ello no impidió la ascendente proliferación en incendios y áreas
dañadas.
Similar panorama signa a la vecina provincia de Granma, donde,
según declaraciones de Rodolfo González, segundo jefe del Cuerpo de
Guardabosques, la mayoría de los infractores fueron multados de
acuerdo con los Decretos 268 y 179 de la Ley Forestal, y también
algunos directivos por no garantizar la preparación establecida con
vistas a la temporada de alta peligrosidad. Sin embargo, las llamas
no cedieron en el 2011, anualmente dan cuenta de estragos que
remontan el millón de pesos y ya las estadísticas reportan cinco
siniestros desde enero.
Difícilmente la sanción pueda remediar, "post mórtem vegetal",
perjuicios como los que pesaron sobre unas 1 700 hectáreas de bosque
en el macizo San Felipe-Los Joberos: la mayor reserva forestal de
Camagüey y uno de los tres sitios cubanos más propicios para la
plantación del pino.
Por eso, en medio del trabajo preventivo, especialistas,
directivos y trabajadores del sector refuerzan la vigilancia y les
conceden alto valor al aseguramiento real del sistema de trochas
cortafuegos (insuficiente allí) y a otras alternativas que incluyen
hasta la supervisión del trasiego de vehículos dentro del macizo,
mediante puntos de control.
Todo ello hace que, otra vez, brigadas formadas por obreros de
unidades productivas, vecinos de comunidades, fuerzas especializadas
del cuerpo de guardabosques y personal encargado de la extinción de
incendios insistan en perfeccionar a todo lo largo y ancho del país
la coordinación y cohesión de acciones para poder prevenir (objetivo
primordial), evitar o en última instancia atenuar desastres como los
que entre enero y mayo del pasado año provocó el fuego en Pinar del
Río (casi 6 000 hectáreas carbonizadas), seguido de Holguín y
Camagüey, con más de 5 400 y cerca de 2 500 hectáreas,
respectivamente.
El Estado cubano no está ajeno a realidades como esas. Una de las
evidencias que confirman la voluntad de poner coto al daño está en
experiencias al estilo de la que ya reporta resultados en territorio
granmense, sobre la base de un sistema satelital apto para la
detección de focos de calor y que posibilita, por tanto, la
ubicación oportuna y el aviso en caso de incendios.
Aún así, es obvio que no basta con la inserción de la más moderna
tecnología si de antemano palidece o "arde por su ausencia" el
concurso de las personas.
La realidad sigue avalando a pie de bosque el criterio de los
especialistas acerca de la limitada percepción de riesgo que
predomina en la población, e incluso entre directivos de empresas y
autoridades gubernamentales, a pesar de las acciones educativas y de
orientación que se han puesto en práctica, con el propósito de
transformar favorablemente la conducta de las personas.
Los hechos hablan. Solo en los primeros cinco meses del 2011
quedaron abrasadas en el país alrededor de 25 mil hectáreas de
bosques e hierbazales de ciénaga. ¿Pudo evitarse o atenuarse tal
estrago? ¿Se repetirá año tras año la misma historia? ¿Puede Cuba
darse el lujo de perder cuantiosos recursos por culpa de la
negligencia, social y administrativa en momentos como estos?... No
les dejemos las respuestas a las lengüetas del fuego.