George 
			H. W. Bush y Richard Nixon estaban en Dallas el día del asesinato de 
			John F. Kennedy (JFK), un año después de la Crisis de los cohetes. 
			Sin embargo lo niegan o "no recuerdan."
			Brian Latell, alto oficial de la CIA, publicó en estos días el 
			libro The Castro secrets, para dar pie en el Miami Herald a 
			un insidioso título de Glenn Garvin ¿Sabía Castro que iban a matar a 
			Kennedy? Medios como Life y Le Monde Magazine lo reproducen.
			Ni Latell ni Garvin preguntaron dónde estaban Nixon y Bush el 22 
			de noviembre de 1963. Otros sí lo han hecho y ambos políticos 
			contestaron que no recuerdan. Pero Paul Kangas y otros 
			investigadores han revelado evidencias de que ambos estaban en esa 
			ciudad de Texas aquel día. Y que conocían del magnicidio. 
			Una de las evidencias es un memorándum de Edgar Hoover, director 
			del FBI, donde se revela que George Bush, oficial de la CIA, informó 
			el 23 de noviembre de 1963 cómo estaban reaccionando contra Kennedy 
			los exiliados cubanos. Bush alegó que era otro oficial con el mismo 
			nombre, pero dejó la impresión de que el FBI sabía lo que estaba 
			diciendo. Fletcher Prouty, exoficial de enlace de la CIA, declaró 
			que Bush —ya alto oficial de la agencia en 1960 aunque también lo 
			negaba— tuvo a su cargo la organización de la invasión de Bahía de 
			Cochinos y se ocupó de reclutar los cubanos después sospechosos para 
			el Comité investigador del Congreso de Estados Unidos por el 
			asesinato de JFK. 
			Carl Freund, del diario Dallas Morning News, entrevistó a Nixon 
			el propio día del magnicidio. El autor intelectual del famoso 
			Watergate aseguró allí que Kennedy excluiría a Lyndon Johnson como 
			Vice de la candidatura en 1964 y arremetió contra el Presidente por 
			las demostraciones raciales: "ofreció más de lo que puede realizar", 
			dijo. El diario agregó que Nixon asistía allí a una reunión de la 
			compañía Pepsi Cola y se hospedó en el hotel Baker. The Dallas Times 
			Herald publicó la víspera del magnicidio una foto tomada en Dallas 
			de Nixon y Donald Kendall, presidente de la Pepsi Cola. Ante las 
			pruebas documentales, Nixon admitió que estuvo allí invitado por 
			Kendall. Kangas refuta que Nixon haya abandonado esa ciudad antes, 
			pues "los documentos del Aeropuerto muestran que se marchó después 
			del asesinato". (1) 
			En 1991, el agente CIA Chauncey Holt dijo a la revista Newsweek 
			que Kendall era considerado por la agencia como sus ojos y oídos en 
			el Caribe. La CIA es la clave de esa estrecha relación entre el 
			empresario y el político. En Cuba, la Pepsi tenía una fábrica y una 
			plantación que fueron nacionalizadas. 
			El investigador Carl Oglesby ubica a Nixon junto al 
			vicepresidente Johnson en una fiesta en Dallas la víspera del 
			crimen, conceptuada como coordinación final del magnicidio. En 
			círculos del gobierno y de íntimos de los Kennedy se conocían en 
			1963 los crecientes enfrentamientos con Johnson. Se aseguraba que 
			iban a denunciar sus corruptas conexiones y dejarlo fuera de la 
			candidatura para los comicios de 1964. Se hablaba también de 
			procesarlo. 
			El libro El último testigo recoge las confesiones de 
			Billie Sol Estes, un millonario financiero ligado al político texano, 
			sancionado por los tribunales después de ser investigado por Robert 
			Kennedy, entonces Fiscal General. Estes dijo que Johnson le obligó a 
			silenciar los negocios sucios que hacía para ambos. "Según Madeleine 
			Brown, íntima amiga de Johnson, el Vicepresidente asistió con ella 
			el 21 de noviembre a la soirée privada en casa de Clint 
			Murchinson, magnate petrolero de Dallas, donde pronunció una frase 
			enigmática: ‘A partir de mañana esos malditos Kennedy no serán más 
			un problema’". (2) 
			Oglesby denuncia en The Yankee Cowboy War la presencia en esa 
			fiesta, además de Johnson y Nixon, de J. Edgar Hoover, director del 
			FBI; Allen Dulles, exdirector de la CIA; el millonario petrolero H.L. 
			Hunt; John Connally, exgobernador de Texas; el general Charles 
			Cabell y su hermano Earl, personajes que odiaban a JFK. 
			El Presidente había cesanteado el 1ro. de febrero de 1962 a 
			Cabell como subdirector de la CIA. El general había tratado de 
			obligar a Kennedy el 19 de abril de 1961 a autorizar el empleo de 
			los cazas de un portaviones estacionado cerca de Cuba que, según él, 
			podían cambiar el curso de la invasión de Girón en unos minutos. Los 
			jefes del Pentágono, encabezados por Lemnitzer y Walker y los de la 
			CIA, en especial Dulles y Cabell, prácticamente se insubordinaron y 
			siguieron tratando de provocar una intervención militar directa 
			contra Cuba. Por esas razones fue muy sospechosa la decisión del 
			hermano del general Cabell, quien en su condición de alcalde de 
			Dallas desvió el tránsito de la caravana del Presidente, que venía 
			por la calle Mayor hacia el centro de la Plaza Dealey para seguir 
			hacia la autopista Stemmons, como estaba previsto en el plan 
			original. "En la calle Mayor, continuando por el prado abierto no 
			hubieran podido alcanzarle (los disparos)... en el último momento 
			cambiaron la ruta prevista del presidente de Estados Unidos para 
			hacerla pasar por donde está el almacén". (3) Por ese cambio que 
			introdujo Cabell, doblaron hacia abajo en la calle Houston para 
			hacer un giro de 120 grados que obligó a reducir la velocidad hasta 
			unos 15 kilómetros por hora y tomar hacia la calle Elm, donde se 
			encuentra el almacén y un montículo de hierba. Este dramático giro 
			facilitó la tarea a los asesinos de Kennedy allí emboscados. 
			Latell y Garvin debieron formular esa pregunta sobre todo a 
			George H. W. Bush, uno de los pocos sospechosos sobrevivientes del 
			crimen. La infatigable labor de los investigadores ha dado lugar a 
			nuevos hallazgos que involucran en el complot del magnicidio a Nixon 
			y también a Lyndon Johnson, sustituto de JFK, la persona más 
			beneficiada con el asesinato. 
			Tras el asesinato de Robert Kennedy en 1968, Nixon fue elegido 
			Presidente y continuó con sus tretas que le ganaron el mote de Dirty 
			Dick (Ricardito el sucio). Un grupo de agentes y oficiales de la 
			CIA, disfrazados de plomeros, se introdujeron, por encargo de Nixon, 
			en el local del partido demócrata en el edificio Watergate, 
			enclavado en Washington. En principio se pensó que el objetivo era 
			buscar información para perjudicar a George McGovern, quien aspiraba 
			a la presidencia, pero en realidad el asunto era mucho más grave y 
			sucio. El 23 de junio de 1972 el Presidente Nixon trataba de atajar 
			la investigación del Watergate a cargo de oficiales del FBI como 
			Mark Felt, quien recientemente resultó ser "Garganta Profunda", el 
			informante secreto del diario The Washington Post, que contribuyó a 
			esclarecer los hechos. 
			En los primeros días del escándalo, Nixon hizo que su ayudante 
			John Ehrlichman llamase a la Casa Blanca a Patrick Gray, director 
			del FBI en sustitución de Edgar Hoover y le advirtiese que seis 
			files escritos por Hunt en poder del FBI eran dinamita política 
			y no deberían ver la luz del día. Gray se llevó los seis files 
			a su casa y los quemó. Eso mismo hizo John Dean, consejero del 
			presidente, con el diario de Hunt. Pero las grabaciones de los 
			diálogos en la Casa Blanca, revelaban la causa del desvelo de Nixon 
			por la detención de Hunt y el resto de los implicados. Trataba de 
			esconder que la operación expondría la conexión con el asesinato de 
			Kennedy y accedió a que entregasen a Hunt un millón de dólares. 
			Temeroso por las posibles consecuencias de la trampa, Nixon exigía a 
			su jefe de personal, H.R. Haldeman, presionar a sus compinches de la 
			CIA George Bush, Richard Helms y Vernon Walters: "Mira, el problema 
			es que esto abrirá el agujero completo de la Bahía de Cochinos". (4) 
			"Nosotros protegimos a Helms en un montón de cosas —expresaba Nixon—. 
			Bush hará cualquier cosa por nuestra causa". (5) 
			La apasionada agitación con que reaccionó Helms, gritando que no 
			tenía nada que ver con la Bahía de Cochinos, llenó de asombro a 
			Haldeman. El hombre de confianza del Presidente realizó la tarea 
			encomendada, pero el escándalo había avanzado demasiado por las 
			revelaciones de las grabaciones en La Casa Blanca y se vio obligado 
			a informar a Nixon que ya no podían hacer nada. 
			En su posterior libro Los Fines del Poder, Haldeman 
			confiesa que Nixon siempre que se refería al magnicidio lo 
			disfrazaba como el asunto de la Bahía de Cochinos. Las grabaciones 
			están llenas de esas referencias. Uno de los ladrones disfrazados de 
			plomeros, Frank Sturgis, confesó cinco años después cuál era la 
			motivación tan poderosa que inquietaba a Nixon: "la razón para 
			penetrar en el hotel Watergate era las fotos sobre nuestro papel 
			cuando el asesinato de Kennedy". (6) Los "plomeros", todos oficiales 
			y agentes de la CIA, eran E. Howard Hunt, quien encabezaba el grupo; 
			James W. McCord Jr. y los cubanos Virgilio R. González, Bernard L. 
			Barker y Eugenio Martínez, participaron de un modo u otro en la 
			invasión por Girón. Y salvo McCord, fueron investigados por el 
			magnicidio. 
			En sus memorias, Espía Americano, Hunt manifiesta que 
			William Harvey, colocado por la CIA a la cabeza de la Fuerza de 
			Tarea W, a fin de dirigir los complots para asesinar a Fidel, pudo 
			haber jugado con David Morales, el más reconocido asesino dentro de 
			la CIA, el rol principal en organizar el asesinato de Kennedy. En el 
			año 2004 Hunt dictó otras revelaciones en un video a su hijo St. 
			John, quien se lo había pedido cuando sintió cercano el deceso de su 
			padre por un cáncer. Hunt manifestó que Frank Sturgis, uno de los 
			"plomeros" de Watergate, lo invitó a una reunión clandestina de la 
			CIA en la cual estaba presente Morales y discutieron sobre el gran 
			evento, que después supo era un complot para asesinar a Kennedy. 
			Hunt admitió crípticamente que participó, pero "como un jugador de 
			reemplazo", pues tenía reparos. 
			El diario Nuevo Herald, al comentar el libro de Latell, trató de 
			exonerar a la CIA y los grupos mafiosos y otros intereses espúreos 
			por la invasión de 1961, la Crisis de los cohetes en 1962 y el 
			asesinato de Kennedy, acontecimientos ligados como vasos 
			comunicantes. 
			La tesis principal de Latell es la del asesino único: Lee Harvey 
			Oswald, ligado a Cuba. Este fue precisamente la primera prueba de 
			que hubo una conspiración oficial. Ese complot merece otro análisis.