La exposición Necrópolis, que hasta finales de abril se 
			puede apreciar en la Fototeca de Cuba (Plaza Vieja, en el centro 
			histórico de la capital), despliega las imágenes que con toda 
			paciencia ha ido acumulando sobre el tema.
			Lo que marca la diferencia en el ejercicio de Romero es la 
			intención del discurso, ajena a toda pretensión documental. El 
			artista no ha ido a la ciudad de los muertos a reflejar la imponente 
			arquitectura de los túmulos funerarios que se observan en una buena 
			parte de la Necrópolis de Colón, que guarda verdaderos monumentos 
			escultóricos casi todos inscritos en la tradición euroccidental. Su 
			búsqueda se dirige a la construcción de asociaciones visuales, unas 
			transidas de dramatismo y otras de una fina ironía. 
			El ángulo de percepción en la composición de cada obra revela la 
			sensibilidad del artista y, sobre todo, la agudeza para decantar lo 
			superfluo y concentrarse en los elementos fundamentales, que 
			permiten al espectador descubrir inéditos significados a las 
			alegorías talladas sobre el mármol y la piedra. El recorrido visual 
			por la necrópolis se convierte, en el caso de Juan Carlos Romero, en 
			un pretexto para la interrogación de las formas y su degradación con 
			el paso del tiempo.