La
compañía DanzAbierta estrenó la obra Show Room, de Susana
Pous, en el capitalino teatro Mella como parte del programa de la
Semana de la Francofonía. En una primera lectura, podemos acentuar
la increíble plasticidad de los cuerpos para subrayar la trama con
una habilidad casi pictórica, el sugerente poder de comunicación de
los bailarines, y el original lenguaje coreográfico con que el grupo
trasmite un sinfín de emociones en el espectador, ese que, una vez
terminada la puesta, ya comienza a padecer la nostalgia.
Sin embargo, quienes cedan solo a la tentación de caer eclipsados
por el poder técnico de la Compañía, se perderán la fuerza vital del
argumento narrativo del espectáculo, que traza un extraordinario
fresco sobre la condición del ser humano, los inasibles derroteros
de su presente, y subraya su fortaleza para levantar en colectivo el
edificio de su propia vida.
Bien pensada, la puesta parece trasladar a la escritura
coreográfica algunas de las semblanzas filosóficas de esa cumbre
cinematográfica que es Koyaanisqatsi, especialmente por los
casi telúricos diálogos sobre el entorno circundante y la polémica
evolución humana que suscitan en el interior del público. Su
carácter narrativo se encuentra serpenteado por un contenido de
marcado simbolismo que surge dentro de las fronteras insulares, pero
luego las trasciende para esbozar así una atenta mirada de los
conflictos que registran la crispada existencia en el mundo
contemporáneo.
El peso coreográfico de la historia recae sobre bailarines que
con sorprendente dinamismo y poderío reptan por el escenario
transformado en una especie de habitación, cuarto, o espacio
exterior de un cabaret, separado por una enorme puerta que hace las
veces de espejo, en cuyas diferentes dimensiones subyacen realidades
que en ocasiones reflejan sus zonas más oscuras y en otras sus
rostros más amables y luminosos. Dos desiguales cauces que se cruzan
y tratan incesantemente de imponerse en el eje temático de la
puesta, en una incansable lucha que tiene como epicentro la
controvertida condición humana y sus variados ámbitos de acción.
No obstante, los múltiples niveles de lectura del decursar
coreográfico no victimizan de ninguna forma al ser humano. En
cambio, lo presentan como una criatura capaz de superar numerosos
lastres (incluso sus propias contingencias internas), para tomar con
convicción las riendas de su propio destino y llevar la proa de sus
expectativas individuales hacia lo más alto posible, sin desgajarse,
en ningún momento, del contexto social en que convive.
La pieza parece hecha a la medida de la juventud de los
bailarines de DanzAbierta, que se muestran totalmente acoplados para
ofrecer una lectura coreográfica con tino y precisión. Sus cuerpos
crecen y decrecen sobre el escenario, se expanden hacia lo
desconocido y se bifurcan dibujando los movimientos oceánicos de la
vida actual.
La música de X Alfonso constituye otra de las ganancias del
programa. Se asienta particularmente sobre la facilidad innata de
los ritmos electrónicos para sugerir disímiles atmósferas, subrayar
los momentos de mayor intensidad y transmitir con exactitud los bien
elaborados mensajes de Show Room, que, sin duda, se puede
considerar otro auténtico hallazgo de la danza cubana de estos
tiempos.