más.
Desde el laberinto de su natal Aracataca, Colombia, un General de la
letra poética partió hacia la conquista de la universalidad, y en
este camino de victorias llega a los 85 años.
Alquimista de la forma literaria del realismo mágico, que al sur
de nuestro continente es condición de vida, Gabriel García Márquez
figura también como expresión de un boom que, en estallidos
sucesivos, mostró al resto del mundo una prosa latinoamericana
irreverente, impregnada de lo político.
Bajo el embrujo de su escritura, varias muertes y vidas,
destierros o advenimientos, han tomado la forma de crónicas
anunciadas. Merecedor de todos los títulos y epítetos que sintetizan
la grandeza artística, incluido el Premio Nobel de Literatura en
1982, imposible que hoy este también Coronel no tenga quién le
escriba.
Y es que también hace 45 años, el Gabo exorcizó la soledad
centenaria de generaciones nacidas y por venir. Desde que el coronel
Aureliano Buendía recordara aquella tarde remota en que su padre lo
llevó a conocer el hielo, muchos otros descubrimientos queda-rían
congelados en el registro emocional de sus lectores.
El cólera de amores que desatan sus palabras (compuestas de
grafemas y un ente indivisible onírico-criollo) nos convencen de que
en el ir y venir de las páginas de sus libros —macondos travestidos,
paralelos, infinitos; recuento distintivo del génesis y apocalipsis
de la humanidad toda— podríamos estar toda la vida.