Oscar, otra vuelta de tuerca

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

En un año en que la taquilla de los cines ha estado de capa caída, al igual que la llamada gran industria, el Oscar representa un respiro para muchas de las casas productoras que resultaron bendecidas, como es el caso de El artista (Michel Hanazavicius), que se llevó los premios de mejor película y mejor director, además de merecer Jean Dujardin el galardón de actor principal, e imponerse el filme en los rubros de mejor banda sonora y vestuario, cinco en total.

La invención de Hugo, de Martin Scorsese.

Mudo y en blanco negro, El artista tiene la nacionalidad francesa, aunque la historia optimista y sentimental que cuenta no podía tener otro escenario que Los Ángeles, en tiempos en que los actores incapaces de hacerse entender en el naciente sonoro tenían que decirle adiós a la pantalla.

Modesta en producción, El artista había tenido una más que discreta acogida en Estados Unidos y se espera que el espaldarazo del Oscar le ayude a ganar terreno en su recuperación económica.

No es el caso de la otra gran ganadora, La invención de Hugo, de Martin Scorsese, espectáculo en tercera dimensión acerca de los avatares de un niño que se extravía, y canto a los comienzos del cine (ganó en las categorías de fotografía, dirección artística, edición de sonido, mezcla y efectos visuales.)

Llama la atención que ambas cintas, al igual que no pocas de las nominadas, recurran al llamado "cine de nostalgia" para plasmar sus historias, un estilo que evita, o les pasa la mano de manera optimista, a aspectos críticos del pasado.

Bastaría citar en esa línea a Criadas y señoras, premio para Jessica Chastain en actuación secundaria, y la mismísima Medianoche en París, de Woody Allen, Oscar al mejor guión; la primera con una historia de época suavizada sobre el tema que sugiere su título y la segunda, una revisión tierna desde el presente del París de los años veinte.

Igualmente, el filme que le mereció el Oscar secundario al veterano Christopher Plummer por Los principiantes, es un mirar melancólico a los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, lo que no quiere decir que les falte méritos a esos filmes ––y el de Woddy Allen resulta una gozada––, sino que por lo general, demuestran una tendencia a la evasión temática del presente conflictivo.

Como se esperaba, Meryl Streep ganó su tercer Oscar por la interpretación intimista ––calificada de extraordinaria–– como Margaret Thatcher en La dama de hierro, cinta a la que se le critica correrle bastante el cuerpo a más de un aspecto político que hizo época.

Fuera de esta tendencia de virarse hacia el pasado estaba entre las nominadas Tan fuerte tan cerca, una historia que se inspira en el derribo de las Torres Gemelas, pero tan descafeinada políticamente que no se le tuvo en cuenta.

A más de ochenta años de asomar su cabeza dorada, el Oscar sigue sin poder ocultar sus arrimos a un tipo de cine conservador y en buena medida comercial, que es el que sostiene la industria millonaria de Hollywood, hoy día sumida en una encrucijada entre las nuevas tecnologías, los nuevos inventos-viejos, como la tercera dimensión, y el cansancio de no pocos espectadores por estar viendo siempre un cine muy parecido.

Pero quizás lo que mejor resuma el gusto de la Academia sea un misterio largamente guardado en la colinas de Hollywood y ahora puesto en evidencia, tras largas pesquisas realizadas por periodistas de Los Ángeles Times: de los más de 6 000 "académicos" que le deciden al mundo cada año qué es lo mejor de lo mejor, el 94 % son blancos, el 77 hombres, un 2 % son negros, y uno y fracciones, latinos. La edad promedio ronda los 62 años.

Todo ello batido y echado en un vaso da un sabor artístico tan preocupante como para ir pensando en cambiar la fórmula.

 

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