El 3 de enero, el partido republicano de Iowa anunció
oficialmente que Mitt Romney había salido victorioso en los caucuses
de Iowa, por el estrecho margen de ocho votos sobre su más cercano
perseguidor, Rick Santorum (30 015 vs. 30 007).
Cuando echamos una mirada más detallada a estos resultados, vemos
que la victoria de Romney no lo coloca como un verdadero triunfador.
De los 122 255 votos depositados, Romney obtuvo solamente el 24,6 %
mientras que los restantes seis candidatos sumaron en conjunto el
75,1 %; es decir, que Romney alcanzó en Iowa una cuarta parte de los
votos depositados por el 19 % de los republicanos registrados y el
5,4 % de todos los residentes con derecho al voto en las elecciones
generales. Por tanto, los obtenidos por Romney representan el 1,5 %
de los electores de Iowa. Además, Romney ganó solo en 17 de los 99
condados del estado, de ellos cuatro de los cinco más populosos,
mientras que Ron Paul triunfó en igual número, pero ninguno entre
los de mayor población y, finalmente, Santorum se llevó la victoria
en la friolera de 63 condados, pero solo en uno de los más
populosos.
Romney logró ser el candidato con mayor número de votos en los
comicios internos republicanos de Iowa, producto de su mayor
capacidad financiera que le permitió intensificar en las últimas
semanas previas al caucus el funcionamiento de su maquinaria de
búsqueda de votos, concentrar los esfuerzos en los lugares de mayor
población, simultaneándolo con un barrage de propaganda negativa
contra quien en aquel momento era el delantero entre los
contendientes, Newt Gingrich. Esta combinación le permitió relegar a
un decepcionante cuarto lugar a este que era su más peligroso rival
antes del caucus.
De todos, Romney pudo demostrar que era menos malo que cualquiera
de los otros aspirantes y reforzó sus posiciones entre los líderes
tradicionales republicanos y el aparato de su partido. De paso, dejó
botada en la cuneta electoral a Michele Bachmann, quien en un tiempo
se consideró la figura estelar del Tea Party, pero decidió abandonar
la lucha luego del pobre desempeño en su nativo Iowa.
El pasado martes 10 de enero en las primarias de New Hampshire la
victoria de Romney careció de la espectacularidad de la del caucus
de Iowa, porque Romney mantuvo durante muchos meses la categoría de
favorito vencedor en el estado. Aparte, era el único que contaba con
los recursos financieros para mantener una activa campaña electoral.
Haber ganado estos dos primeros comicios internos republicanos es un
resultado no alcanzado por un candidato republicano que no estuviese
en ejercicio de la presidencia desde que en el siglo pasado se
reestructuraron las elecciones primarias y contribuye a resaltar su
aureola como único candidato con posibilidades de presentarle
batalla a Obama en las elecciones presidenciales de noviembre
próximo.
Sin embargo, en New Hampshire se ha repetido la historia del
caucus de Iowa aunque, como era de esperar, en proporciones menores.
Romney obtuvo el 39,3 % de los votos (97 532), mientras los cinco
rivales restantes alcanzaron el 59,3 %, para un total de 147 328
votos. El triunfador lo hizo en nueve de los diez condados del
estado y solo perdió ante Ron Paul el norteño Coos por un margen de
101 votos de 4 733 depositados. En esta ocasión Paul fue su más
cercano perseguidor con 56 848 votos (22,9 %), mientras que Rick
Santorum fue relegado a un penúltimo lugar con un ínfimo 9,4 % de la
votación. A diferencia de Iowa, donde no se adjudican en los caucus
delegados a la Convención Nacional, en New Hampshire Romney
conquistó siete delegados, que corresponde a menos del 1 % de los 1
144 necesarios para ser proclamado candidato a la presidencia de la
república en la Convención Nacional que se celebrará en Tampa,
Florida a partir del 27 de agosto próximo. Si Romney logra repetir
este desempeño vencedor en las próximas primarias que se celebrarán
el 21 de enero en South Carolina, es muy posible que la nómina de
aspirantes en pugna se reduzca a dos o tres, y uno de ellos sea Ron
Paul, quien ha dicho se mantendrá en la lucha, aunque hasta él mismo
asegura que no tiene posibilidades de llegar a ser el candidato
republicano a la presidencia.
Lo que nos enseñan los resultados de los dos primeros eventos de
la etapa de primarias (o elecciones internas de los partidos) es que
el proceso electoral del 2012 está marcado por el signo de la crisis
de la sociedad norteamericana y el descontento de las bases tanto
republicanas como demócratas por la actuación de los líderes, de los
legisladores y de los encargados de las entidades del gobierno
federal, incluyendo al Presidente de la República.
Los movimientos de base, como en gran medida lo es el Tea Party,
no han mostrado la capacidad para imponer sus candidatos o
preferencias a nivel nacional. Tienen el suficiente poder como para
entorpecer el proceso de designación de candidatos provenientes de
la cúpula tradicional de los partidos republicano y demócrata, pero
carecen de la capacidad organizativa, el poder financiero o el
"saber hacer" de la política a nivel nacional.
Algo similar sucede con el Ocupa Wall Street. Aunque tiene otra
orientación y emplea tácticas diferentes, es reflejo del descontento
e insatisfacción de la población con la actuación de la capa
política dirigente. Carece igualmente de estructura, organización,
programa, capacidad financiera y habilidad para actuar en el terreno
de la lucha política pública. Ha enfrentado también, a diferencia
del Tea Party, la represión sistemática e incesante de los cuerpos
policíacos locales en todo el país.
A su vez, la cúpula dirigente bipartidista no ha mostrado la
capacidad de poder valorar las circunstancias por las que atraviesa
el país, ni ofrecer soluciones o ideas que respondan a los reclamos
de la ciudadanía, pero sí cuenta con el dominio de los diferentes
mecanismos de un sistema político que ha sido estructurado para
precisamente defender los intereses de los grupos dominantes de la
sociedad capitalista norteamericana.
Por eso, a la larga, y pese a que las bases del partido
republicano y la propia población de Estados Unidos no se muestran
inclinadas en su mayoría a elegir a un político tradicional, los
poderes fácticos llegarán a imponer como única opción a quien sea
propenso o proclive a mantener el "status quo".
Algo similar sucede en el Partido Demócrata donde por varias
razones Obama es ya la única opción que se ofrece a las bases
demócratas y al resto de la población. Primero, porque lo indica la
tradición electoral norteamericana que ya impone que un presidente
en funciones de su primer mandato deberá aspirar a un segundo
término. No hacerlo, equivale a reconocer el fracaso de su gestión
presidencial. Segundo, porque ningún grupo de poder o político
reconocido del partido demócrata ha expresado la pretensión de
enfrentar a Obama por la candidatura a la presidencia de la
república. Tercero, porque el país se encuentra en una crisis
económica, social y política que hace recomendable a los grupos de
poder aglutinados en ese partido darles continuidad a las medidas
mediante las cuales pretenden poner punto final a la crisis.
Tal como están hoy las cosas, y en dependencia de lo que suceda
en las primarias de South Carolina y de Florida, esta última el 31
de enero, al concluir este mes podrá haberse despejado el camino
para definir los candidatos presidenciales de cada partido y se
ampliarán los tiempos políticos electorales de una campaña que
parece abocada a un ritmo lento por la temprana culminación del
periodo de elecciones internas entre los dos partidos dominantes en
el escenario político norteamericano. Los únicos que se lamentarán
son los medios de difusión, los anunciantes y los profesionales que
hacen su agosto con la industria electorera de Estados Unidos.