"Quien me pidió la escultura, decía que Bola era como un
duendecillo redondo y su hermana me contó que vivía para su imagen,
que gastaba mucho dinero en perfumes y ropas, que no era barrigón,
tenía su cintura muy estrecha y los pies pequeñitos, calzados con
sandalias", recuerda Madrigal.
Con el proceso de búsqueda de información sobre el músico
sobrevino entonces la selección del material más aconsejable para la
pieza, en este caso la fibra de vidrio que ya había probado hace
algún tiempo en la estatua del trovador espirituano Miguel
Companioni, el modelado de la figura con excelente arcilla traída
desde Pinar del Río y la necesidad de contar con un piano que
sirviera de prototipo para su creación.
"Tuve la suerte de que la Escuela de Música de la provincia me
donara uno descontinuado —relata el artista— y allí es donde empieza
a destrabarse todo, porque yo estaba confundido de cierta forma y
con el piano comencé a tomar las dimensiones de la altura del
teclado y la posición que debía tener el pianista."
Así llegó su versión de Bola de Nieve, a tamaño natural, sentado
frente al instrumento, con una mano sobre el teclado y la otra junto
a la boca, como si estuviera entonando su inconfundible Ay, mamá
Inés o pregonándonos otra vez, en medio de su excentricismo
simpático, El Manisero, de Moisés Simons.
Luego de su galería a cielo abierto creada hace años con
personajes espirituanos (Teofilito, Companioni, Serapio, entre
otros), de dar vida al proyecto comunitario Volumen y Espacio y de
acoger el evento nacional de cerámica Embarrarte, Félix Madrigal,
también pintor y muralista, admite sin titubeos que este ha sido uno
de sus lances más arriesgados en los predios de la plástica.
"Fueron meses de dudas, de consultas, de compromiso, cuando Abel
Prieto me preguntaba por la obra y yo pensaba en los buenos
escultores que tiene La Habana, a veces le daba hasta evasivas
porque creo que en el fondo sentí miedo de enfrentarme a Bola."