En el 2009, la XV COP en Copenhague resultó un desastre total.
"Primaron allí procedimientos antidemocráticos y una total falta de
transparencia. Un grupo de países, encabezados por Estados Unidos,
el mayor emisor per cápita e histórico, secuestró el proceso de
negociaciones e impuso un documento apócrifo que no resuelve,
siquiera, los desafíos identificados por las investigaciones
científicas más conservadoras sobre el tema", denunció el ministro
de Relaciones Exteriores cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, un año
después en la cumbre de Cancún.
Aun cuando no pocos coinciden en que Durban es la última
oportunidad para salvar al planeta, la cita mantiene el denominador
común de sus antecesoras: llega viciada por la falta de voluntad
política de los países desarrollados para reducir sus emisiones y
asumir su responsabilidad histórica con el cambio climático,
determinada por sus insostenibles patrones de producción y consumo.
No se observa disposición por parte de las grandes potencias para
lograr un acuerdo justo y balanceado, el cual, de no concretarse
significaría perpetuar el egoísmo y la irresponsabilidad, actitud
que Cuba ha denunciado como ética y políticamente inaceptable.
Lo anterior nos conduce a un necesario examen de la actitud más
resuelta adoptada por los pueblos para frenar la catástrofe
climática que vive el planeta, cuya expresión más alta fue la
Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los
Derechos de la Madre Tierra, realizada en Cochabamba (Bolivia), el
año pasado, con el llamado a los países industrializados a asumir
sus obligaciones con un carácter vinculante.
También en la ciudad sudafricana, de forma paralela,
organizaciones indígenas de varias regiones del mundo reclamarán una
mayor presencia en la toma de decisiones gubernamentales sobre
asuntos del medio ambiente.
Pero, al tiempo que los pueblos claman por soluciones a las
consecuencias del cambio climático de las que son víctimas, muchas
de ellas irreversibles, las principales economías mundiales —los
verdaderos victimarios— absurdamente exigen más implicación a las
emergentes, mientras promueven el derroche y el consumo irracional
de los limitados recursos del planeta.
Los que acudan a Durban serán responsables de aprovechar esta
última oportunidad de concertación de medidas concretas que podrían
salvar a la humanidad... o perderse entre los condicionamientos y
las exclusiones para volver a fracasar.