Burocratismo, ¿hasta cuándo?

O. FONTICOBA GENER

El burocratismo en Cuba no es un concepto nacido con la Revolución o el socialismo, sino un fenómeno que debió morir con ellos.

Normalmente es asociado a trámites aletargados, papeleo innecesario, "reunionismo" o atascos legales. Sin embargo, estas son definiciones en extremo simplistas sobre la naturaleza del fenómeno y sus características.

El origen del término burocracia proviene de los conceptos del filósofo alemán Marx Weber, que la concibe como un tipo de poder ejercido por el Estado a través de su clase dominante y que funciona a partir de fundamentos racionales.

A simple vista, esta parece una teoría práctica e, incluso, progresista. A fin de cuentas, se trata de simplificar y agilizar los procesos. Más, en tal "virtud" radica su falla: de la especialización, por ejemplo, se pasa al exceso de formalismo y a la incapacidad de decisión; y de la planificación, a la rutina y a la resistencia al cambio.

El cubano ha hecho de la dilación una rutina tan liada a su realidad que no le asusta ya su presencia, sino que le sorprende su vacío. El burocratismo se ha extendido a todo tipo de relaciones e, incluso, se ha burocratizado a sí mismo; se ha convertido, no en un modo de manejo administrativo, sino en un modo de vida. Pero esta no es la peor de sus consecuencias. El más temido de sus agravios es la capacidad de reproducirse.

Entonces, ¿puede el burocratismo auto-regenerarse, mutar hacia alguna forma de ordenamiento superior? O de lo contrario, ¿podrá auto-corregirse? La respuesta es en sí otra interrogante.

Cuba vive actualmente un proceso de reajuste de su modelo económico que implica, además, el reacomodo de la complejidad de estructuras, prácticas sociales y modos de pensamiento que le acompañan.

La validez y efectividad de este proceso depende, no solo de las decisiones que sean tomadas en aras de reajustar las políticas o normas del país en este sentido, sino también de la capacidad social para erradicar viejos vicios que atentan contra el mejoramiento de nuestro sistema socialista.

El burocratismo no es una cuestión que, por irresuelta, deba suponerse irremediable. Así como tampoco debe ser asunto debatido, plasmado en actas y luego archivado; o lo que es lo mismo, no debe ser pasto del burocratismo que pretende destruir. Se trata de hacer, de ocuparse; de eliminar paternalismos, autocompadecimientos y capacitaciones de incapacidad.

No debe exponerse la Revolución al enajenante burocratismo, con sus trabas, su inmovilidad y falta de lucidez. Se debe no solo recontextualizar los conceptos de manejo administrativo o flexibilizar las estructuras económico-estatales, como ya se está haciendo en el país, sino también redimensionar individual y colectivamente los modelos de gestión humana y desterrar, para siempre, cualquier deformación que ponga en riesgo el perfeccionamiento del sistema socialista nacional.

 

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