Deuda con Morricone

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Muchos años después de no haberlo valorado como se merecía, he ido a una cita múltiple con Ennio Morricone en la Sala 2 del Multicine Infanta, donde el ICAIC programa hasta el próximo 2 de noviembre un panorama fílmico con la música del italiano.

Con acompañamiento de Ennio Morricone se titula la muestra que se exhibe en el Multicine Infanta hasta el 2 de noviembre.

Lo de no haber comprendido al prolífero Morricone (casi quinientas bandas sonoras a su haber, incluyendo seriales, y en plena actividad a los 83 años de edad) se vincula a Sergio Leone y al wertern spaghetti surgido en los primeros años de la década del sesenta del pasado siglo.

Como género, aquellas historias filmadas en Almería, con vaqueros llevando capas y rostros la mar de ingratos, desconcertaron en un principio a espectadores criados bajo la égida del oeste tradicional norteamericano, incluyendo sus bandas sonoras que, con las excepciones de rigor, eran reiterativas en acordes, romanticotas y no poco grandilocuentes.

No es que no gustaran desde un principio Por un puñado de dólares o El bueno, el feo y el malo. Simplemente no se tomaban en serio por algunos que no comprendían el cambiazo estético que proponían tanto el cineasta como el compositor, este último con una música que se hacía sentir, porque a Leone ––y me lo reiteró en una entrevista que le realizara en un Festival de Cine de Moscú–– le encantaba el protagonismo de la música y cuando tenía que subirle el volumen de alguna escena, pues no lo dudaba y se lo subía.

Morricone aprovechó la brecha para aportar lo suyo: una épica acorde con los nuevos tiempos de la ingeniería musical. Se valía todo, desde la estridencia de una guitarra eléctrica, hasta el silbido del viento. Y Leone, con sus reiterados primeros planos en cámara lenta le ofrecía la oportunidad ideal para dramatizar en el pentagrama aquellas caras ríspidas que a toda hora parecían estar a un paso de la muerte.

El vínculo con el malogrado Sergio Leone sería el principio de una carrera que convertiría a Morricone en uno de los grandes ––polémico y criticado a veces, por supuesto–– de todos los tiempos.

Bastaría con citar su banda sonora en Cinema Paradiso (1989) para tener una idea de cuán diferente puede ser la apreciación del gusto en lo que respecta a la música del italiano: para algunos sublime y perfecta como evocación de nostalgias, para otros, demasiado dulce y hasta ñoña.

Sin embargo, las bandas sonoras de Érase una vez en América o Los intocables (para mencionar solo dos) ya están instaladas para siempre en los aplausos de una memoria colectiva. La lista de filmes con música de Morricone no cabría en toda esta página. Películas tan diferentes como Quemada, de Pontecorvo y con Marlon Brando, hasta la Lolita, de Adrian Lyne.

Es precisamente esa cantidad de directores con universos artísticos tan diferentes yendo en busca de Morricone lo que mejor pudiera hablar de la calidad profesional del músico: Pasolini, Bertolucci, Pontecorvo, Brian de Palma, Marco Bellocchi, Pedro Almodóvar¼

¿Cómo se las arregló el maestro Morricone para lidiar con tanto genio? Él mismo lo ha explicado con una modestia impresionante: "Si una película requiere música nostálgica, la compongo. Si necesita música dramática, también. La música del cine no pertenece al compositor que la escribe. Pertenece a la película. Si hay algo del compositor, suele ser algo muy personal, muy íntimo, pero lo que prima es la necesidad de la historia que cuenta la película. Por supuesto, cada uno tiene su caligrafía; uno no puede sustraerse a lo que es, y puede llegar a convertirse muchas veces en una expresión personal".

 

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