Lo de no haber comprendido al prolífero Morricone (casi
quinientas bandas sonoras a su haber, incluyendo seriales, y en
plena actividad a los 83 años de edad) se vincula a Sergio Leone y
al wertern spaghetti surgido en los primeros años de la
década del sesenta del pasado siglo.
Como género, aquellas historias filmadas en Almería, con vaqueros
llevando capas y rostros la mar de ingratos, desconcertaron en un
principio a espectadores criados bajo la égida del oeste tradicional
norteamericano, incluyendo sus bandas sonoras que, con las
excepciones de rigor, eran reiterativas en acordes, romanticotas y
no poco grandilocuentes.
No es que no gustaran desde un principio Por un puñado de
dólares o El bueno, el feo y el malo. Simplemente no se
tomaban en serio por algunos que no comprendían el cambiazo estético
que proponían tanto el cineasta como el compositor, este último con
una música que se hacía sentir, porque a Leone ––y me lo reiteró en
una entrevista que le realizara en un Festival de Cine de Moscú–– le
encantaba el protagonismo de la música y cuando tenía que subirle el
volumen de alguna escena, pues no lo dudaba y se lo subía.
Morricone aprovechó la brecha para aportar lo suyo: una épica
acorde con los nuevos tiempos de la ingeniería musical. Se valía
todo, desde la estridencia de una guitarra eléctrica, hasta el
silbido del viento. Y Leone, con sus reiterados primeros planos en
cámara lenta le ofrecía la oportunidad ideal para dramatizar en el
pentagrama aquellas caras ríspidas que a toda hora parecían estar a
un paso de la muerte.
El vínculo con el malogrado Sergio Leone sería el principio de
una carrera que convertiría a Morricone en uno de los grandes
––polémico y criticado a veces, por supuesto–– de todos los tiempos.
Bastaría con citar su banda sonora en Cinema Paradiso
(1989) para tener una idea de cuán diferente puede ser la
apreciación del gusto en lo que respecta a la música del italiano:
para algunos sublime y perfecta como evocación de nostalgias, para
otros, demasiado dulce y hasta ñoña.
Sin embargo, las bandas sonoras de Érase una vez en América
o Los intocables (para mencionar solo dos) ya están
instaladas para siempre en los aplausos de una memoria colectiva. La
lista de filmes con música de Morricone no cabría en toda esta
página. Películas tan diferentes como Quemada, de Pontecorvo
y con Marlon Brando, hasta la Lolita, de Adrian Lyne.
Es precisamente esa cantidad de directores con universos
artísticos tan diferentes yendo en busca de Morricone lo que mejor
pudiera hablar de la calidad profesional del músico: Pasolini,
Bertolucci, Pontecorvo, Brian de Palma, Marco Bellocchi, Pedro
Almodóvar¼
¿Cómo se las arregló el maestro Morricone para lidiar con tanto
genio? Él mismo lo ha explicado con una modestia impresionante: "Si
una película requiere música nostálgica, la compongo. Si necesita
música dramática, también. La música del cine no pertenece al
compositor que la escribe. Pertenece a la película. Si hay algo del
compositor, suele ser algo muy personal, muy íntimo, pero lo que
prima es la necesidad de la historia que cuenta la película. Por
supuesto, cada uno tiene su caligrafía; uno no puede sustraerse a lo
que es, y puede llegar a convertirse muchas veces en una expresión
personal".