Por
su ininterrumpida labor como promotora cultural y en su afán de
implicar en los espacios literarios a adeptos y morosos, la poeta y
ensayista Basilia Papastamatíu anda siempre muy cerca de las páginas
de este diario para convocar en favor del arte. Pero hoy no son esos
menesteres los que nos permiten tenerla, y sí su propio quehacer,
que ilustró por estos días las Lecturas de Viernes que tienen
lugar una vez al mes en la sala Villena, de la UNEAC. Allí prefirió
estrenar oralmente su poesía inédita.
Se trata de una obra que, como la anterior, se sigue moviendo
entre el existencialismo y el surrealismo que "tan bien le funciona"
y que puso a disposición de todos para, desde ella, debatir, indagar
y disfrutar. La lectura de poemas de Lezama y su aparente
desencuentro con el barroquismo de este autor —nos cuenta— hicieron
nacer algunas de las composiciones seleccionadas, que la devuelven
en esta nueva propuesta "entrenada y ducha en el manejo del
subconsciente poético, sucinto, magro pero inalterablemente
coherente", como acotó su presentadora, la poeta Leyla Leyva.
"Todo lo que es psicológico, lo que es subjetivo, conciencia,
inconsciencia, para mí es muy importante", asiente Basilia ante las
intervenciones de un auditorio que aun desde diferentes puntos de
mira coinciden en el distingo de esa angustia existencial que ronda
una buena parte de su obra y que cuesta a muchos reconocer nacida de
una persona cuyo comportamiento social nada tiene que ver con cierto
estado "agónico o sombrío".
Así, poemas como Probar otras mieles, En la escena
pública, Arrojados como bultos y Pero mi alma no la
encuentro, son irrefutables muestras de esa dicotomía que asiste
a la autora en el momento del alumbramiento artístico cuando no es
consciente del acto poético que está teniendo lugar:
"A veces no puedo decir qué quiero decir, no es que esté
escondiendo algo, el poema va saliendo y no puedo evitar que adopte
esa forma. Es como si él solo se armara y decidiera, el poema
necesita tal palabra y esa es la que va, y llega el momento en que
no me pide más y se termina. Es entonces cuando me identifico con
él, ahí me siento yo, ahí me siento en el texto."
Un poema ecológico, Muerte perezosa, donde "falsas
antorchas nos iluminan/ hasta que otra vez ardientes se contemplan y
abrazan y por sus blandas heridas/ hilachas de sangre confluyen en
sus bocas/ balbuceando muertes/ Impulsados a la fuga/ recorren el
único espacio posible/ un puente que no se ve/ por el incesante
remolino/ de gigantescas olas/ bajo la negra luz/ de un mundo en
agonía/ Es el frío final/ el miedo final.", nos revela a la
poeta con esa vital y necesaria lucidez que no pierde la orientación
genuinamente sensible, translucida desde "el escenario
contemporáneo" y dotada, al decir de Pedro de Oraá, de "esa secreta
confianza en la criatura humana".