Alberto
Korda es en el arte fotográfico cubano sinónimo de maestría, de
observación lúcida de la realidad, de inteligencia poética en la
captación de momentos culminantes.
La Casa de las Américas, como parte de su agenda dedicada al Año
Internacional de los Afrodescendientes, alberga en su Galería
Latinoamericana, un ensayo fotográfico del maestro titulado Bembé,
que desde el despliegue de una parte de los fotogramas en la revista
INRA, en abril de 1960, no había sido revelado.
Alguna vez Korda pensó en armar un álbum con aquellas imágenes y
realizó una maqueta tentativa. Esa es la base de la exposición,
puesto que nunca se han podido hallar los negativos.
Gracias al trabajo del Estate Korda (en las artes plásticas se
denominan estate a las entidades encargadas de conservar, curar y
promover los legados de los artistas desaparecidos), Bembé
llega al espectador de nuestros días con la misma frescura que le
imprimió el maestro en los días de su realización.
Eran tiempos aquellos en que la Revolución fundaba una política
cultural, una de cuyas aristas apuntaba hacia el rescate y
vindicación de expresiones populares discriminadas por las prácticas
de legitimación de la conservadora cultura oficial.
Como antecedentes estaban los trabajos de don Fernando Ortiz,
quien había registrado y concedido desde la ciencia jerarquía
pertinente a la riqueza material y espiritual aportada por los
africanos y sus descendientes en la Isla.
La
Revolución creó una base para las investigaciones folclóricas, con
Argeliers León al frente, en el Teatro Nacional (de ahí surgieron
dos de nuestros más renombrados expertos en esos menesteres, Miguel
Barnet y Rogelio Martínez Furé); y dio apoyo después para la
fundación del Conjunto Folclórico Nacional. No hay que olvidar cómo
en la matriz del Conjunto de Danza Moderna por esos días, el maestro
Ramiro Guerra instaló su magnífica Suite Yoruba.
En ese contexto, la revista INRA encargó un reportaje gráfico a
Alberto Korda, que calzaba un artículo de Odilio Urfé. Su validez no
solo proviene del dato testimonial, que de por sí bastaría para
enaltecer el trabajo del artista, sino también de la poética de las
imágenes en claroscuros que revelan atmósferas, gestos, gozos y
fervores.
La exposición está acompañada por un modesto pero ilustrativo
catálogo que reproduce la maqueta del álbum, el facsímil de la
publicación del reportaje en la revista, y un texto introductorio de
Cristina Figueroa.
Un solo detalle se echa de menos: para las nuevas generaciones
debió incluirse una nota biográfica y valorativa sobre Odilio Urfé.
La nota del reportaje, enjundiosa en su brevedad, lleva la firma de
un hombre con el que siempre estará en deuda la cultura cubana, por
su apasionada labor como músico y musicólogo apegado a las raíces
populares.