Los bueyes de mi carreta

GUSTAVO BECERRA ESTORINO

Los cubanos siempre tenemos las ganas y el pretexto para tomarnos una taza de café fuerte, a cualquier hora del día o de la noche, en invierno o en verano; las tierras de nuestras montañas son fértiles como pocas para el aromático grano; los campesinos que en ellas habitan y nuestros ingenieros agrónomos son maestros en su cultivo y cualquiera de nosotros, de San Antonio a Maisí, es experto en hacer una buena colada. Todo eso parecería suficiente para que nunca nos faltara el exótico néctar negro, pero no es así.

De hecho, para no renunciar al ancestral buchito matutino, hemos tenido que disminuir la pureza de su sabor y mezclarlo con chícharo.

Mecanismos desestimularon su producción. Por ejemplo, un campesino de una zona cafetalera llegó a recibir una paga superior por un quintal de boniato que por uno de café. El resultado fue que de país productor, pasamos a importador hasta que ya no se pudo continuar erogando los casi 50 millones de dólares que estaba costando comprar —por los altos precios del producto en el mundo— la cantidad necesaria para garantizar la cuota normada.

Este es solo un ejemplo de que si no hay una acertada y consciente utilización de las leyes económicas, no bastan los deseos, ni las elevadas aspiraciones —de por sí imprescindibles—, ni siquiera las condiciones objetivas, para que un pueblo satisfaga sus necesidades y garantice un futuro de justicia social y desarrollo.

Sin economía no hay dinero con qué comprar y no hay café, pero mucho menos habrá salud y educación de calidad para todos, ni desarrollo científico, ni viviendas, ni transporte, ni comida... El más noble de nuestros sueños no pasaría de ser una quimera, pues carecería de la base que permite hacerlo realidad.

Por eso, como ha insistido Raúl, "la batalla económica constituye hoy, más que nunca, la tarea principal y el centro del trabajo ideológico de los cuadros, porque de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema social".

Es cierto que no es una batalla fácil ni que se gane de un solo golpe, porque el enemigo principal está entre nosotros y en nosotros mismos. Nadie en particular tiene la llave mágica, el país está en manos de todos. Hay quienes no se dan cuenta de ello por falta de cultura económica; hay quienes lo saben bien, los simuladores y oportunistas que hacen todo por frenar los cambios para continuar sacando provecho individual de las propias deficiencias y errores del sistema que estamos abocados a mejorar.

A los cubanos no nos ha faltado nunca el arma con que hemos enfrentado y resistido décadas de dificultades de todo tipo: la unidad que nos hace pensar como pueblo, la misma que debe traer al presente algo que ya Fidel nos dijo en 1986, durante el III Congreso del Partido: "El Estado Socialista, ningún Estado, ningún sistema puede dar lo que no tiene, y mucho menos va a tener si no se produce; si se está dando dinero sin respaldo productivo".

En ese razonamiento está la esencia para alcanzar una adecuada relación, a la cual solo llegaríamos con el fortalecimiento de la institucionalidad, y con el trabajo. Para tener hay que trabajar, hay que producir.

Solo así los bueyes estarían delante de la carreta y no detrás, única manera de halar con fuerza la implementación de las necesarias transformaciones de nuestro modelo económico y social, para hacerlo sustentable y duradero.

 

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