Los cubanos siempre tenemos las ganas y el pretexto para tomarnos
una taza de café fuerte, a cualquier hora del día o de la noche, en
invierno o en verano; las tierras de nuestras montañas son fértiles
como pocas para el aromático grano; los campesinos que en ellas
habitan y nuestros ingenieros agrónomos son maestros en su cultivo y
cualquiera de nosotros, de San Antonio a Maisí, es experto en hacer
una buena colada. Todo eso parecería suficiente para que nunca nos
faltara el exótico néctar negro, pero no es así.
De hecho, para no renunciar al ancestral buchito matutino, hemos
tenido que disminuir la pureza de su sabor y mezclarlo con chícharo.
Mecanismos desestimularon su producción. Por ejemplo, un
campesino de una zona cafetalera llegó a recibir una paga superior
por un quintal de boniato que por uno de café. El resultado fue que
de país productor, pasamos a importador hasta que ya no se pudo
continuar erogando los casi 50 millones de dólares que estaba
costando comprar —por los altos precios del producto en el mundo— la
cantidad necesaria para garantizar la cuota normada.
Este es solo un ejemplo de que si no hay una acertada y
consciente utilización de las leyes económicas, no bastan los
deseos, ni las elevadas aspiraciones —de por sí imprescindibles—, ni
siquiera las condiciones objetivas, para que un pueblo satisfaga sus
necesidades y garantice un futuro de justicia social y desarrollo.
Sin economía no hay dinero con qué comprar y no hay café, pero
mucho menos habrá salud y educación de calidad para todos, ni
desarrollo científico, ni viviendas, ni transporte, ni comida... El
más noble de nuestros sueños no pasaría de ser una quimera, pues
carecería de la base que permite hacerlo realidad.
Por eso, como ha insistido Raúl, "la batalla económica constituye
hoy, más que nunca, la tarea principal y el centro del trabajo
ideológico de los cuadros, porque de ella depende la sostenibilidad
y preservación de nuestro sistema social".
Es cierto que no es una batalla fácil ni que se gane de un solo
golpe, porque el enemigo principal está entre nosotros y en nosotros
mismos. Nadie en particular tiene la llave mágica, el país está en
manos de todos. Hay quienes no se dan cuenta de ello por falta de
cultura económica; hay quienes lo saben bien, los simuladores y
oportunistas que hacen todo por frenar los cambios para continuar
sacando provecho individual de las propias deficiencias y errores
del sistema que estamos abocados a mejorar.
A los cubanos no nos ha faltado nunca el arma con que hemos
enfrentado y resistido décadas de dificultades de todo tipo: la
unidad que nos hace pensar como pueblo, la misma que debe traer al
presente algo que ya Fidel nos dijo en 1986, durante el III Congreso
del Partido: "El Estado Socialista, ningún Estado, ningún sistema
puede dar lo que no tiene, y mucho menos va a tener si no se
produce; si se está dando dinero sin respaldo productivo".
En ese razonamiento está la esencia para alcanzar una adecuada
relación, a la cual solo llegaríamos con el fortalecimiento de la
institucionalidad, y con el trabajo. Para tener hay que trabajar,
hay que producir.
Solo así los bueyes estarían delante de la carreta y no detrás,
única manera de halar con fuerza la implementación de las necesarias
transformaciones de nuestro modelo económico y social, para hacerlo
sustentable y duradero.