¿El ajo es un problema insoluble?
Freddy
Pérez Cabrera
Como resultado de la ineficiencia de la agricultura en los
procesos de producción, contratación y comercialización, e
incumplimientos de los cultivadores de ajo, Cuba se ha visto
obligada a adquirir en el exterior el codiciado condimento.
El ejemplo de Villa Clara demuestra cuánto falta por hacer en el
país para lograr una agricultura eficiente, donde imperen el orden,
la disciplina y la exigencia que deben caracterizar los procesos
agroindustriales, si queremos ahorrar los más de mil millones de
dólares invertidos cada año en comprar alimentos, la mayoría de los
cuales pudiéramos producir aquí.
Gran
parte del ajo permanece almacenada en espera de mejores precios.
Todavía se recuerda el cuello de botella creado en el 2008 con la
superproducción de ajo en Camajuaní, fruto de la falta de
planificación, la cual obligó al presupuesto estatal a desembolsar
cerca de 50 millones de pesos adicionales para resolver la situación
creada.
Esta vez los problemas son otros, pero la razón sigue siendo la
permanente falta de seriedad a la hora de realizar los contratos, al
no fijarse las responsabilidades mutuas entre las empresas, ni entre
estas y los productores, al igual que la falta de ética de no
entregar lo comprometido para "venderlo por la izquierda a
sobreprecio", poniendo en crisis las interrelaciones de las partes
implicadas en el proceso, con el consiguiente daño a la economía.
Aunque muchos alegan que el origen del problema radica en el
establecimiento de precios escalonados, atendiendo a la calidad del
producto y la etapa del año en que sea comprado, la verdadera razón
habría que buscarla en la ineficiencia a la hora de cumplir lo
establecido.
No obstante, hay una opinión generalizada de que la actual medida
resultó una trampa para el Estado, tras la cual se han amparado los
infractores del contrato y aquellos que, aunque no concertaron,
prefirieron vender a precios superiores.
Para el ajo destinado a la industria se estableció un precio de
420 pesos el quintal y para el consumo un importe diferenciado, en
dependencia del momento del año en que se comprara. De febrero a
abril, cuando el producto no está bien seco, 712 pesos, entre mayo y
julio 855, de agosto a octubre 1 035 y de noviembre a enero 1 170
pesos.
Lo cierto es que ya en mayo el ajo estaba completamente seco. Sin
embargo, la mayoría de los campesinos, aun cuando supieran que
tendrían alguna que otra merma, pactaron la entrega a partir de
septiembre en busca de mejores precios. No adquirirlo en una fecha
más temprana supuso el desvío hacia otros fines, lo cual ha derivado
en perjuicios para los mercados estatales y la industria, que
carecieron del producto a pesar de existir miles de toneladas de ajo
disponibles en casa de los productores, según explicó el delegado de
la agricultura en Camajuaní, Julio Montes de Oca, quien reconoció
cómo la ineficiente negociación llevó a priorizar los intereses
particulares sobre los estatales.
En desleal competencia, rastras y camiones de diferentes lugares,
en lo fundamental de la región oriental y la capital, han invadido
la zona para ofrecer importes exorbitantes, mucho mayores que los
acordados, llevándose consigo miles de ristras de la mejor calidad.
En esa carga va el producto no contratado y también parte del ajo
comprometido.
¿Ojo
con el ajo?
En búsqueda de las causas de tal dilema, intercambiamos con
varios productores y directivos de la ANAP y la agricultura en
Camajuaní y la provincia, quienes ofrecieron sus puntos de vista a
Granma. Dichos criterios, con razón o parcialmente errados,
merecen ser tenidos en cuenta si queremos ponerle punto final a una
controversia que ha causado grandes gastos a nuestra economía.
Para Isaac Moreno, de la CCS Héctor Falero, la siembra de ajo
resulta un proceso muy trabajoso y caro en extremo, atendiendo a la
cantidad de recursos a emplear y a que los insumos entregados por la
agricultura como paquetes tecnológicos no resultan suficientes para
sostener toda la cosecha, en especial los pesticidas y fungicidas,
además de lo que debe invertir en la compra de petróleo con el
objetivo de garantizar los riegos, un recurso no incluido en el
contrato.
"Yo creo que debe revisarse la ficha de costo, la actual, a mi
entender, resulta obsoleta. Quienes conocen de ajo saben que, si cae
una llovizna debemos fumigar, viene una neblina y sucede lo mismo,
aparece una manchita y si no la eliminas a tiempo te quedas sin
cosecha, perdiendo toda la inversión, esa es la verdad. Al final,
uno quiere sacar los gastos y dejar algún dinerito para otros
asuntos", refiere el campesino.
De acuerdo con los criterios de Grisell Gómez León, presidenta de
la ANAP en el municipio, "la mayoría de los labriegos prefiere un
precio único en el año, y por calidad: primera, segunda, tercera y
cuarta, como era antes, y así nadie perdería por constituir un
estímulo adicional para entregar la producción al Estado y no a los
intermediarios, lo cual no quita la responsabilidad de aquellos que
violan lo acordado, y de quienes no velamos por su cumplimiento".
Rolando Ruiz, especialista en cultivos varios de la empresa Luis
Arcos Bergnes, reconoce que en realidad los recursos entregados no
satisfacen todas las necesidades de quien contrata su producción,
razón que lo obliga a pagar a muy altos precios en el mercado negro
las necesidades no cubiertas por el paquete tecnológico. Este
argumento es utilizado como escudo para retener la cosecha en busca
de mejores precios, algo injustificable porque la mayor parte de
esos productos son ofrecidos por el Estado a precios subsidiados.
Explica Rolando que los campesinos contratados en Camajuaní,
municipio capaz de producir más de tres millones de ristras, suman
apenas el 23 %; el resto no se acoge a esa variante, teniendo que
adquirir todos los insumos "por la izquierda". No obstante, buena
parte de ese ajo también el país lo necesita, reflexiona el
directivo.
Amado Pérez Colina, miembro del buró de la ANAP en la provincia,
destaca que nada justifica el incumplimiento de los acuerdos
pactados en el contrato y reconoce que la mayoría de los campesinos
son partidarios de venderle a acopio, sin caer en ilegalidades.
Mileidy Manso González, económica de la CCS Menelao Mora, explica
que el campesino tiene una cultura de vender por ristras, como
siempre ha sido, en dependencia de la calidad del bulbo, de ahí su
rechazo a la venta por quintal, donde la merma es mucho mayor para
ambas partes.
De la
contratación y otras irregularidades
Muchos deslices se cometieron en el proceso de contratación del
ajo, como reconoció Manuel Veitía, subdelegado municipal de la
agricultura en Camajuaní.
"Es cierto que a la hora de fijar la fecha de entrega de la
cosecha no tuvimos en cuenta los intereses de todas las partes, ni
especificamos si el producto iba destinado a la industria, donde
tiene un menor precio, o para el consumo, error que ha traído mucho
malestar. Tampoco explicamos si el ajo a comprar debía ser
decapitado o no, es decir solo la cabeza."
Orestes Carvajal González, de la CCS Abel Santamaría, reconoce
que él prefiere contratar con el Estado y ser serio en sus
compromisos, pero también necesita que sean responsables en lo
pactado. "A veces los recursos llegan atrasados cuando estamos a
mitad de cosecha y la verdad es que los contratos no tienen fuerza
legal alguna, muchos incumplen y no pasa nada, y no pocas veces
quedan mal con nosotros y tampoco pasa nada".
Cuando estas cosas suceden, sufren un gran daño la economía de la
cooperativa y la del país, explica Isidro Oliva, presidente de la
CCS Abel Santamaría. "Nosotros perdemos el margen comercial y
dejamos de obtener el 2 % que el campesino paga por concepto de las
ventas, el Estado pierde el 5 % que la cooperativa entrega como
tributo a la ONAT, además de lo que representa para la nación,
obligada entonces a comprar la especia en el exterior".
Reinier García, subdelegado de la agricultura en la provincia que
atiende los cultivos varios, reconoce que hubo falta de exigencia en
los contratos y la conciliación entre las partes, y pone como
ejemplo que en el mes de marzo, cuando trataron de vender a la
industria avileña, aquella no tenía dinero para pagar.
Ajo
industria, punto y aparte
Otro asunto difícil de entender es que se le preste menor
importancia al ajo destinado al procesamiento industrial, el cual
sustituye importaciones, que al otro que va a parar a la cocina
cubana cada día. Todos resultan importantes.
Y tanto es así que cuando hay producción la industria lo consume
todo. Al asignarle un menor precio de compra, 420 pesos el quintal,
nunca se estimulará al productor a entregar la mejor cabeza para
algo tan vital como evitar la compra del condimento en el exterior,
máxime cuando los compradores pagan muchísimo más por ese mismo ajo,
enriqueciéndose a costa del precio elevado que le imponen a la
población.
Incluso a la hora de concertar con el campesino, no se distingue
el ajo que debe ser procesado en la fábrica del destinado a los
mercados, a nuestro modo de ver otra gran laguna en la contratación.
De igual manera, muchas veces hemos escuchado que acopio no puede
realizar compras masivas por no tener destino para el producto, y en
otros casos, debido a su escasa capacidad de almacenaje. Esa es otra
prueba de que las cosas no acaban de marchar bien y lo que falta es
integralidad en la planificación, pues se supone que debiera haber
una conciliación realista entre la agricultura y la industria, a fin
de poner los intereses de la nación por encima de cualquier decisión
burocrática.
Existe diversidad de criterios acerca del mejor momento para
comprar el ajo. Valdría la pena razonar la factibilidad de adquirir
el destinado a la industria, una vez que este se encuentre en
condiciones de ser preservado, medida que lo protegería de la
especulación.
Lo otro sería buscar una manera de captarlo atendiendo a la
demanda de los mercados estatales y en la medida que las capacidades
fabriles puedan asimilarlo, disposición que requeriría resolver las
grandes y graves insuficiencias que hasta ahora han lastrado la
efectividad de los convenios y las conciliaciones.
En resumen, lo que hace falta es que se acabe de poner orden por
los directivos de la agricultura, pero también por los productores. |