Ella vivió en el Broadwater Farm, un complejo habitacional que en
sus inicios fue modelo de viviendas públicas del gobierno laborista,
pero transformado en un ghetto sin salida en los ochenta como
consecuencia del abrazo al neoliberalismo de Margaret Thatcher, con
una alta población afrocaribeña, constantemente acosada por la
policía en lo que se conoció como "la política de detener y
registrar".
No es por casualidad que las actuales manifestaciones en el Reino
Unido empezaran en ese mismo barrio, esta vez, otra vez, como
reacción por la muerte a tiros policiales de Mark Duggan, un
afrocaribeño joven, padre de cuatros niños. Treinta y seis horas
después, su familia todavía no había recibido ninguna explicación de
su muerte. Algunos centenares de personas hicieron una manifestación
pacífica frente a la comisaría local. "Queremos respuestas,
justicia", gritaron. Se dice que un policía empujó a una joven y,
una vez más, estalló la ira. Inicialmente enfocada en la policía, se
extendió velozmente a otros barrios de Londres y las ciudades del
centro y el norte del Reino Unido, convirtiéndose en una expresión
encendida de las contradicciones de un sistema intensivo de
consumismo, que "tiene todo lo que uno quiere comprar, pero no
puede".
El paquete neoliberal de la otrora Primera Ministra (1979-1990)
Margaret Thatcher se tradujo en cuatro millones de desempleados,
limitaciones en los gastos públicos y una privatización galopante.
Todo eso golpeó fuertemente a las comunidades inmigrantes, en
particular a las nuevas generaciones, hijos e hijas de caribeños,
hindúes, paquistaníes y africanos, quienes suministraron la fuerza
de trabajo para el boom inglés después de la Segunda Guerra Mundial.
Durante los ochenta hubo motines en las ciudades con
concentraciones más grandes de este sector de la población: 1980 –
St. Paul’s, Bristol y Brixton, Londres; 81, Brixton; 1985, Tottenham,
Londres; 1987, Chapeltown, Leeds, y 1989, Dewsbury, Manchester.
Poco ha cambiado en estos 26 años, aparte de la realidad de que
la exclusión vivida por las nuevas generaciones de jóvenes negros se
extendió a sectores de jóvenes blancos del país. La erosión de la
educación pública y gratuita y su comercialización por el gobierno
laborista de Blair, otro apóstol del neoliberalismo, fueron seguidas
de la restauración por la coalición conservadora de la educación
superior para una elite adinerada.
En el mismo Tottenham, los recortes aplastantes impuestos por el
dúo Cameron-Clegg privaron a la municipalidad de 41 millones de
libras esterlinas de su presupuesto, la abolición de su estipendio
educacional que era el apoyo para que miles de jóvenes asistieran a
los colegios, y la de-saparición del 75 % de sus servicios para la
juventud.
Al regresar de sus vacaciones en Tuscany, Italia, 72 horas
después del inicio de la insurrección, Cameron entonó: "Lo que hemos
visto es totalmente inaceptable, el vandalismo, puro y sencillo". No
ofreció condolencia alguna a la familia de Mark Duggan; ya la
policía había confirmado que él no fue muerto en un tiroteo, como
afirmó originalmente, y que Duggan no había utilizado el arma
supuestamente en su posesión.
El análisis de Cameron de la crisis —largamente repetido por
políticos y los medios—, según el cual esta nació de una violencia
ciega, reflejó un líder que da más importancia a las propiedades
comerciales y a la sociedad de consumo que al bienestar de sus
ciudadanos en su conjunto. De hecho, el estallido fue una expresión
esencialmente política de una crisis humana y económica.
La mayoría de los británicos jóvenes que tomaron las calles saben
que forman un sector excluido sin esperanza de avanzar dentro de las
estructuras legítimas, sin voz y sin poder.
Laurie Penny, una escritora y bloguera londinense de 24 años,
citó un reportaje de NBC, cuando se le preguntó a un joven en
Tottenham si causando disturbios realmente lograría algo:
"Sí —dijo el joven—, no estaría hablando conmigo si no hubiéramos
causado estos disturbios. Hace dos meses, más de 2 000 de nosotros
marchamos a Scotland Yard, todos negros, pacíficamente, y ¿sabes?,
ni una palabra en la prensa. Anoche, un poco de insurrección y
saqueo y mira a tu alrededor."
Él se refería a una marcha por un número de municipalidades
londinenses hasta New Scotland Yard, la sede de la Policía Nacional,
para protestar contra la muerte durante un registro de su casa de
Smiley Culture, un conocido artista de reggae durante los 80s, y
para demandar justicia para todas las víctimas de la brutalidad
policial. En los últimos 10 años, 400 miembros de la comunidad
afrocaribeña en el Reino Unido han perdido la vida a manos de la
policía o en detención policial.
Y continúa Laurie Penny: "No es un ataque de vez en cuando a la
dignidad, es una humillación reiterada".
Ahora, muchas de las ciudades británicas, despojadas de sus bases
industriales y cuyos pobres son vistos como disfuncionales, están
llenas de policías autorizados a utilizar las balas de goma (en el
norte de Irlanda su uso se remonta a los años 60). Las cortes están
procesando a los jóvenes las 24 horas del día. Las detenciones ya
rondan las 3 000. Como apeló una mujer mayor afrocaribeña, que bien
podría ser la abuela de algunos de ellos: "Que no usen la fuerza
contra la fuerza".
Pero las políticas actuales aseguran que el Reino Unido seguirá
siendo un polvorín.