Se trata de un dato del Alto Comisionado de Naciones Unidas para
los Refugiados (ACNUR), solo sobre uno de los campamentos, donde más
de 25 000 personas hacinadas comparten la espera por la llegada de
los alimentos prometidos o de la muerte implacable.
Paradójicamente, el desplazamiento de los menores somalíes y sus
familias se produce hacia la vecina Etiopía, tan castigada por el
hambre, la sequía y otras desgracias, como lo está el país emisor.
Tras los famélicos cuerpos de menores deshidratados, anémicos y
sin masa corporal alguna, acuden otros crueles componentes como el
sarampión y el cólera, que parecen encaprichados en matar a los que
puedan sobrevivir del hambre.
Mientras, con la muerte como esperanza, los pequeños se apegan a
sus madres como la hiedra a la pared, y la ACNUR evalúa con alarma
que en uno de estos almacenes de seres humanos, en Kobe, las tasas
de fallecimientos son extremadamente altas, principalmente debido a
la desnutrición.
Más inhumano es el destino de estos seres en ese punto de la
extensa geografía del África Subsahariana, cuando se sabe que en
otro país, Libia, en la parte norte del propio continente, Estados
Unidos gasta más de 2 000 millones de dólares al mes y solo entre el
19 y el 28 de marzo pasado, empleó 590 millones de dólares
adicionales en municiones, vuelos suplementarios y consumo extra de
combustible para aviones y barcos del Pentágono. El resto de los
aliados de la OTAN destinan cada día cifras millonarias en euros.
Son recursos que se utilizan para matar civiles, muchos de ellos
niños, y destruir una cultura y una civilización parte del gran
patrimonio de la humanidad. (Elson Concepción Pérez)