Si
el centro de Las Vegas es la capital mundial de la ilusión y el lujo
instantáneo, los barrios que la rodean son el apéndice del nuevo
cinturón nacional de la herrumbre.
El "cinturón de óxido" original es el área histórica en el "medio
oeste" que abarca el norte del estado de Nueva York, la totalidad de
Ohio, la mitad inferior de Michigan y la zona alrededor de Chicago,
Illinois.
Esta faja fue la zona que le dio al país su poderío económico y
le permitió su hegemonía mundial, que creó el sueño americano para
millones y que colapsó desde hace tres decenios.
Allí se desarrollaron la industria de los automóviles y los altos
hornos de la metalurgia y la industria pesada. Y cayeron.
De todo eso quedaron fábricas herrumbradas y vecindarios
abandonados.
Se lo puede ver a través del filme Roger and me de Michael
Moore, donde documenta la desaparición de su ciudad natal de Flint,
Michigan, como foco de producción automotriz después del cierre de
las plantas de General Motors y el despido de 80 000 trabajadores.
Ahora, en el lejano oeste norteamericano, en California, Arizona
y Nevada, se ha creado otro tipo de "belt". El término "foreclosure
belt" quizás lo describa con precisión: el cinturón de la ejecución
hipotecaria.
Aquí, millones de familias de trabajadores jóvenes que han
perdido sus casas y luego de años de pagar fortunas por ellas,
debieron devolverlas al banco, y dejar el lugar en donde habían
cifrado sus esperanzas e inversiones y donde nacieron sus primeros
hijos.
Según datos del Censo, en enero del 2011 muchas viviendas en este
"cinturón" tenían equidad financiera negativa. Es decir, sus
compradores le debían a los bancos más que el valor al que habían
descendido las propiedades, son invendibles.
En Nevada, donde seguramente se han generado las ganancias
corporativas más altas del país por la industria hotelera, era el 65
% de sus casi 600 000 hipotecas. En Arizona, donde culpar a los
inmigrantes indocumentados de los problemas locales ha creado un
monstruo político de resentimiento y agresividad contra extranjeros,
el 51 % de su 1,3 millón de hipotecas. En California, el 32 % de 6.8
millones.
Otros estados sufren de manera similar: en Florida es el 48 % y
Michigan termina de derrumbarse con el 36 %.
El proceso es el mismo: mamá pierde el trabajo; luego lo pierde
papá. Los trabajos ocasionales no alcanzan para los gastos y mucho
menos la hipoteca. Al poco tiempo deben elegir entre pagar lo
adeudado o dejar el lugar. Las otras opciones son escasas y
costosas.
Paseamos por un barrio fantasma en Las Vegas. En el Las Vegas
Review-Journal / Las Vegas Sun, nombre largo que indica la
unificación de medios de comunicación para evitar su propia
desaparición, vemos avisos de esas casas por 90 000 y 100 000
dólares. Costaron el doble o más. Son nuevas, macizas. Están a diez
millas del famosísimo strip, 10 o 15 minutos por la carretera
215.
Mansiones con amplios patios de cemento y rincones para la carne
asada y un huerto de hortalizas hoy son estructuras yermas, grises,
rotas. No tienen vida, porque la vida se la daban sus moradores.
La cercanía a la opulencia y magnificencia de Las Vegas, el
marcado contraste con el derroche de luces, enfatiza la tristeza.
Pero aquí, en nuestro Inland Empire, en los condados de Riverside y
San Bernardino, tenemos los mismos vecindarios de casas nuevas y
abandonadas. Se extienden hacia el horizonte. Aquí y allá se ven
parcelas a las que las familias se aferran con las uñas.
La ejecución hipotecaria crea una cultura de rapiña entre los más
afortunados. Una familia puso el año pasado y por unas semanas en
venta su casa, porque el hombre había recibido una oferta de trabajo
en otra zona. Los interesados en la compra supusieron erróneamente
que la familia perdía su casa al fantasma de la ejecución; la
recorrían con júbilo y ofrecían sumas muy por debajo de la
solicitada, jugando con lo que creían era la desesperación de los
vendedores por salir antes de perderlo todo. Por supuesto que no
hubo venta.
Pero las compras de casas ejecutadas llegan al 50 % del total en
esas áreas, comparado con el 27 % en otras zonas.
Sí, el número de embargos ha descendido. La situación mejoró.
Pero los pueblos fantasma siguen solos. Y como los del Far West que
se convirtieron con el correr de los años en deleite de turistas,
estos pueblos fantasmas engrosarán las filas de nuestra cultura
donde muestras del fracaso del esfuerzo humano se tornan en parques
de supuestas diversiones. (Tomado de La Opinión, de Los Ángeles)