PARÍS, junio (IPS).— La intolerancia religiosa es una realidad
cotidiana en Europa. Tiene por objetivo principal a los musulmanes y
ataca el pluralismo religioso, negándose a compartir el espacio
público con religiones minoritarias o apenas tolerando prácticas
consideradas "seculares".
Quienes encarnan las voces clave de la intolerancia no son
marginales ni pueden desestimarse como anticuados activistas de
extrema derecha. A menudo se trata de jefes de gobierno, importantes
ministros o poderosos políticos.
Sus palabras expresan una cantinela de xenofobia oficial.
Sucesivas menciones del presidente francés Nicolas Sarkozy y de la
canciller alemana Angela Merkel sobre el fracaso del
multiculturalismo en países donde esa política nunca se promovió, y
el discurso de febrero del primer ministro británico David Cameron,
que asoció el multiculturalismo con el terrorismo islámico, son
algunos de los ejemplos más recientes.
El deseo de volver invisible el Islam no solamente ha causado
discursos estigmatizantes, sino también nuevas leyes. El 29 de
noviembre del 2009, el 57,5 % de los ciudadanos suizos optó, en un
referendo popular, por prohibir en su país la construcción de nuevos
minaretes (torre de una mezquita, elevada y poco gruesa, desde la
que el almuédano convoca a los musulmanes a la oración). Esto parece
ser parte de una tendencia europea.
En el 2004, Francia prohibió usar el "niqab", velo tradicional
islámico, en las escuelas públicas, por considerarlo un símbolo de
ostentación religiosa. El 11 de abril de este año entró en vigor una
nueva ley que prohíbe usar ese velo en "lugares públicos" de todo el
país. Es decir, en todas partes menos en el hogar, el automóvil, el
lugar de trabajo o la mezquita.
Un estudio publicado por la Open Society Foundation concluyó que
menos de 2 000 mujeres cubren su rostro con ese velo en Francia.
Muchas ya han sufrido insultos y, a veces, hasta acoso físico. La
nueva ley solamente alentará más abusos. Sin embargo, todavía se
permiten las procesiones religiosas cristianas que requieren, a
quienes las realizan, cubrir sus rostros.
Necesitamos comprender mejor la dinámica que hay detrás de estas
controversias y de las nuevas leyes que prohíben el uso de símbolos
de expresión religiosa. Y debemos preguntarnos si en el espacio
público de Europa existe una adecuada protección del pluralismo
religioso y de la neutralidad confesional.
La extrema derecha europea ha ocupado el espacio público para
afirmar agresivamente su cultura en contra de las prácticas
musulmanas. Las acciones que insultan deliberadamente a los
musulmanes van en aumento.
En Italia, el derechista partido Liga Norte organiza procesiones
de cerdos en los sitios donde se planea construir mezquitas. En
Francia, un movimiento antimusulmán, que dice ser secular, organiza
fiestas de "salame y vino", dirigidas contra las tradiciones
islámicas que prohíben comer cerdo y beber alcohol.
El centrarse en los alimentos y el vino muestra que el temor a
las amenazas a la identidad cultural originadas en la globalización
está en el centro de la "nueva derecha", como sostiene la socióloga
Mabel Berezin en su libro Política intolerante en tiempos
neoliberales.
La expresión religiosa se está convirtiendo otra vez en un
distintivo de la identidad cultural nacional, y el discurso xenófobo
que rodea al Islam parece tener un amplio atractivo. La actual
generación de líderes de la extrema derecha (entre ellos Heinz-Christian
Strache en Austria, Geert Wilders en Holanda, Marie Le Pen en
Francia y Oskar Freysinger en Suiza) se visten con ropas nuevas.
Son más jóvenes y dicen ser progresistas mientras subvierten los
símbolos y las luchas de las revoluciones de los años 60. Algunos
aseguran que son feministas, que están a favor de los derechos de
los homosexuales y de la libre expresión, y todos toman por blanco
al Islam más que al judaísmo.
Los partidos dominantes están divididos en torno a estos temas.
Luego de décadas de intentos locales y nacionales de resolver
asuntos prácticos, como el espacio que se destina a los musulmanes
en los cementerios y la organización de entidades musulmanas
representativas, los gobiernos europeos parecen acompasar y permitir
el flujo de intolerancia, prohibiendo y estigmatizando las prácticas
islámicas.
En este contexto, ¿cómo se puede proteger a las religiones
minoritarias en el espacio público? Históricamente, la "tolerancia"
de las religiones minoritarias por parte de la mayoría se asocia con
el Iluminismo (siglos XVII y XVIII) y los inicios de la noción
contemporánea de los derechos humanos.
Las constituciones europeas actuales también se hacen eco de las
luchas del siglo XIX al promover el secularismo en el continente
(aunque no en los imperios).
De todos modos, los legados de estas batallas difíciles y a veces
sangrientas no están tan profundamente arraigados como podría
pensarse. En las democracias liberales, los derechos fundamentales
de las minorías tienden a estar protegidos de los abusos de la
mayoría mediante constituciones internas y convenios internacionales
como el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos
y de las Libertades Fundamentales.
Pero la jurisprudencia del tribunal que salvaguarda este convenio
muestra que no todas las religiones reciben el mismo trato. En el
célebre caso "Lautsi versus Italia", la Gran Cámara de la Corte
Europea de Derechos Humanos dictaminó en marzo de este año que la
presencia de crucifijos en escuelas primarias italianas no viola el
derecho a la libertad de conciencia de quienes no son cristianos.
Se trató de un triunfo para el Gobierno italiano y para otros 19
gobiernos que habían urgido a ese tribunal a respetar las
identidades nacionales y las tradiciones religiosas dominantes de
cada uno de los Estados parte del convenio.
Las religiones minoritarias todavía tienen que ganar un caso
relativo a la libertad de expresión religiosa ante la Corte Europea
de Derechos Humanos. Y el tribunal de la opinión pública europea
parece volverse cada vez menos tolerante. La posibilidad de igualdad
entre las religiones todavía está cuestionada en Europa.