En Una estética para el teatro de títeres el polaco
Michael Meschke subrayó que era imposible hacer teatro infantil
bueno sin amor a los niños. La frase no podía dictar sentencia más
veraz. Y aunque de los titiriteros hay mucho por contar, es
ineludible resaltar su vocación y amor por el retablo. Así,
encontramos a todo lo largo de la Isla —en unas provincias más que
en otras— a actores titiriteros que, sin buscar otro reconocimiento
que el del aplauso, poseen un impresionante sentido de la
laboriosidad y la dedicación. Carlos González, director de la
compañía Hilos Mágicos, es uno de ellos.
Discípulo de los maestros Eurípides La Mata y María Antonia
Fariñas, Carlos —quien durante muchos años perteneció al
desaparecido grupo El Galpón— nos cuenta cuándo y por qué fundó su
conjunto: "Hilos Mágicos se creó hace exactamente 22 años con el
objetivo de dar continuidad al teatro de marionetas en Cuba que
había dirigido María Antonia en el Parque Almendares. La primera
obra que monté fue Aquí está el circo en 1996; era un
espectáculo infantil musical con 18 números de variedades".
"A partir de ahí —comenta— comenzamos a trabajar específicamente
con marionetas porque en el teatro de títeres existen distintas
técnicas que incluyen al títere plano, el digital, el de guante,
varilla, marote, parlante, las sombras chinescas, máscaras o
esperpentos y las marionetas de hilos largos y cortos. La marioneta
es el muñeco más parecido al ser humano que mayor posibilidad de
movimiento tiene, es la más difícil de confeccionar y manipular".
Con sede en el Teatro La Edad de Oro, en el municipio de 10 de
Octubre, Hilos Mágicos cuenta con seis actores que interpretan
alrededor de veinte espectáculos, entre ellos El agüita de todos,
de Fidel Galbán, única obra con marionetas de hilos de casi dos
metros y medio de largo. "Actualmente estamos presentando, hasta
esta semana, una reposición de La cucarachita Martina, de
Abelardo Estorino. Es un homenaje por los 36 años del estreno de El
Galpón y por los 70 que hubiera cumplido Jorge Martínez, su
director. Esta puesta en escena dio 340 funciones y ganó el premio
del IV Encuentro Nacional de Teatro para niños y jóvenes en 1975.
Hice el montaje con diseño de escenografía y música original.
También en el lobby montamos una exposición con algunas de las
piezas que quedaron".
"Del mismo modo —explica el director que ha llevado su arte a
distintos festivales internacionales en México, España, Pamplona, y
Ecuador— estoy preparando para los próximos meses una reposición de
El circo de los dos colores del argentino Cándido Manao, y
Tina y Fina, de Fidel Galván, que es con títeres de guante".
A sus 42 años de vida artística, Carlos, casi al final de la
entrevista, recuerda cuándo confeccionó sus primeras marionetas y
descubrió que su camino era el teatro de títeres. Después de la
despedida no puedo evitar pensar en una frase que Rubén Darío
Salazar, director del grupo de teatro Las Estaciones, me dijo en una
ocasión: "la vocación titiritera no se aprende ni se hereda,
sencillamente se tiene o no, pero eso sí, nunca se deja de ser
titiritero". Y Carlos no lo menciona, pero sabe que apostó por su
vocación y escogió bien por ser siempre titiritero.