Cannes y Lars Von Trier

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Cannes concedió su Palma de Oro al veterano Terrence Malick por El árbol de la vida y no son pocos los que se preguntan si las declaraciones del danés Lars Von Trier defendiendo "un poquito" a Hitler fueron decisivas para que el jurado no lo tuviera en cuenta entre los galardones principales, a no ser el premio a la mejor actriz concedido a Kirsten Dunst protagonista de su filme Melancolía, altamente elogiado por la crítica y el público.

Lars Von Trier, uno de los creadores del Movimiento Dogma 95.

De nada le valió a Von Trier ser hoy por hoy uno de los directores más creativos del mundo, ni haber ganado en el mismo Festival de Cannes del año 2000 la Palma de Oro con Bailando en la oscuridad. En la conferencia de prensa que ofreció tras su triunfal filme fue expulsado del certamen bajo el calificativo de persona non grata, el primero que suscribe Cannes desde su creación en 1938 para enfrentar al Festival de Venecia, instituido por Mussolini con el propósito de llenar de loas los supuestos éxitos del fascismo italiano.

Navegando entre interferencias políticas, algún que otro escándalo enterrado en el pasado y muchos intereses comerciales, el Festival de Cannes se mantiene desde hace mucho como la principal vitrina del cine internacional. En él conviven el glamour, la alfombra roja, los muchos negocios, y también una preocupación porque se premie lo mejor del concurso, dentro de un ambiente de seriedad que procura mantener en alza su prestigio cultural y hasta político (aunque enfilar por estas últimas aguas se evita siempre que se pueda por parte de los directivos).

Sin embargo, lo de Lars Von Trier, para desconcierto de todos, fue de escándalo. Es cierto que el autor de Rompiendo las olas y Dogville hace gala desde hace rato de una mentalidad perturbadora, plausible en lo artístico, pero desconcertante en lo personal, como cuando en la misma conferencia de prensa en la que se embarró hasta el cuello dijo que le gustaría filmar una cinta porno con las dos protagonistas de Melancolía, lo que hizo que Kirten Dunst se revolviera en su asiento, pero no tanto como cuando el danés soltó la bomba: "¿Qué puedo decir? Entiendo a Hitler".

El principio del fin comenzó al solicitarle un periodista que explicara unas declaraciones recientes, en las que se mostraba interesado por la estética nazi, algo comprensible desde el punto de vista artístico, social y político y que ha motivado numerosos estudios. Pero el cineasta saltó más allá de lo que se le pedía: "Creo que Hitler hizo algunas cosas malas, sí absolutamente, pero puedo verle sentado en su búnker al final".

Y en unos términos en los que seriedad y jocosidad se dieron la mano: "Creo que entiendo al hombre. No es lo que llamarías un buen tipo, pero entiendo muchas cosas de él y simpatizo con él un poquito".

Retirada la credencial y puesto frente a la puerta de salida, el danés trató de alegar que había estado bromeando en todo momento. Más tarde dijo que la expulsión quizá lo convertiría en un ser más rebelde.

¿Hubiera ganado su aclamada Melancolía ––historia de dos hermanas en un trance final–– un importante premio en Cannes de no haber sido por las nefastas declaraciones y la expulsión?

Por el momento flota la incógnita, mientras los hechos confirman que no siempre los grandes talentos artísticos están vacunados contra la irresponsabilidad y la bobería.

 

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