De nada le valió a Von Trier ser hoy por hoy uno de los
directores más creativos del mundo, ni haber ganado en el mismo
Festival de Cannes del año 2000 la Palma de Oro con Bailando en
la oscuridad. En la conferencia de prensa que ofreció tras su
triunfal filme fue expulsado del certamen bajo el calificativo de
persona non grata, el primero que suscribe Cannes desde su
creación en 1938 para enfrentar al Festival de Venecia, instituido
por Mussolini con el propósito de llenar de loas los supuestos
éxitos del fascismo italiano.
Navegando entre interferencias políticas, algún que otro
escándalo enterrado en el pasado y muchos intereses comerciales, el
Festival de Cannes se mantiene desde hace mucho como la principal
vitrina del cine internacional. En él conviven el glamour, la
alfombra roja, los muchos negocios, y también una preocupación
porque se premie lo mejor del concurso, dentro de un ambiente de
seriedad que procura mantener en alza su prestigio cultural y hasta
político (aunque enfilar por estas últimas aguas se evita siempre
que se pueda por parte de los directivos).
Sin embargo, lo de Lars Von Trier, para desconcierto de todos,
fue de escándalo. Es cierto que el autor de Rompiendo las olas
y Dogville hace gala desde hace rato de una mentalidad
perturbadora, plausible en lo artístico, pero desconcertante en lo
personal, como cuando en la misma conferencia de prensa en la que se
embarró hasta el cuello dijo que le gustaría filmar una cinta porno
con las dos protagonistas de Melancolía, lo que hizo que
Kirten Dunst se revolviera en su asiento, pero no tanto como cuando
el danés soltó la bomba: "¿Qué puedo decir? Entiendo a Hitler".
El principio del fin comenzó al solicitarle un periodista que
explicara unas declaraciones recientes, en las que se mostraba
interesado por la estética nazi, algo comprensible desde el punto de
vista artístico, social y político y que ha motivado numerosos
estudios. Pero el cineasta saltó más allá de lo que se le pedía:
"Creo que Hitler hizo algunas cosas malas, sí absolutamente, pero
puedo verle sentado en su búnker al final".
Y en unos términos en los que seriedad y jocosidad se dieron la
mano: "Creo que entiendo al hombre. No es lo que llamarías un buen
tipo, pero entiendo muchas cosas de él y simpatizo con él un
poquito".
Retirada la credencial y puesto frente a la puerta de salida, el
danés trató de alegar que había estado bromeando en todo momento.
Más tarde dijo que la expulsión quizá lo convertiría en un ser más
rebelde.
¿Hubiera ganado su aclamada Melancolía ––historia de dos
hermanas en un trance final–– un importante premio en Cannes de no
haber sido por las nefastas declaraciones y la expulsión?
Por el momento flota la incógnita, mientras los hechos confirman
que no siempre los grandes talentos artísticos están vacunados
contra la irresponsabilidad y la bobería.