Los intrincados y aislados asentamientos poblacionales, reflejan
una existencia humana en penuria extrema, flagelada por la
inexistencia de carreteras, atención médica, escuelas o fuentes de
empleo.
Perteneciente a la comuna de Thomazeau, en el departamento Oeste,
división administrativa que abarca también a la destruida capital
haitiana, Puerto Príncipe, allí el cólera se transmite
principalmente por el consumo de agua contaminada.
Pequeñas charcas naturales o artificiales son empleadas por los
pobladores para sus necesidades más perentorias (para beber, bañarse
o lavar la escasa ropa, por ejemplo), pero de igual forma calman su
sed los animales. También caminan largas distancias en busca del
vital líquido.
Por otra parte, con la llegada de la letal epidemia se ha
incrementado el reclamo popular de ubicar un doctor en el pequeño
"hospitalito" en Mohotiere, cuya construcción se terminó en octubre
del 2009.
La Brigada Médica cubana transformó el hospital en una unidad de
tratamiento de cólera, donde han salvado de la terrible enfermedad a
más de 2 400 personas.
Delva Walrvo, un haitiano enjuto, expresa a Granma que los
médicos extranjeros solo se aventuran a dar consultas en la iglesia
de Noiyo, mucho más abajo, "pero no suben hasta Trou D’Eau, Montale,
Mohotiere, Denigó o Feso, porque le tienen miedo al monte".
Para salirle al paso a tanta desidia, la dirección de la Brigada
cubana desplazó hacia esas áridas y desoladas alturas a un grupo de
pesquisa activa, que ha visitado en sus humildes casas a más de 15
000 haitianos y rescatado de ese mal a otros 170 en casi dos meses.
El equipo lo integran el galeno José David Otavalo, de Ecuador y
graduado de la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana,
junto a los enfermeros Ricardo Otero, de Las Tunas; Tomás David
Olivera, de Villa Clara; José Luis Arencibia, de Pinar del Río; y el
técnico Alberto Moreno, de Artemisa, quienes en un santiamén se han
echado en un bolsillo a los montañeses de Trou D’Eau con su labor
humanitaria.
Ellos andan y desandan escabrosos trillos de piedra caliza, bajo
el sol caribeño, con pancartas preventivas, impartiendo charlas
educativas y entregando gratuitamente tabletas para clorar el agua y
sales de rehidratación oral con el supremo objetivo de irle cerrando
cada vez más el paso a la epidemia.
El enfermero Ibrahim de la Rosa Aguilera, natural del municipio
santiaguero de Contramaestre, se desenvuelve con el creole, la
lengua local, como pez en el agua y se ha revelado como puntal clave
en la labor de los grupos de pesquisa activa. Con su ayuda pudimos
dialogar con los montañeses, además conoce bien a los haitianos
desde 1999, cuando cumplió su primera misión.
"Conozco a los médicos cubanos y a pesar de que trabajan duro
contra el cólera, nunca han cobrado un centavo. Ahora los tenemos
acá arriba auxiliándonos. Es una suerte, porque mucha gente con
problemas en las piernas no puede bajar la loma", afirma Walrvo.
A su lado, Confo Wiska, otro montañés, asiente y agradece tanto
esfuerzo para sanar "a nuestros niños, mujeres, y a todos".
Estos sencillos aldeanos, quienes muchas veces no saben ni leer
ni escribir, siguen a pie juntillas las recomendaciones de los
médicos cubanos.