¿Acabó la “maldición” de los domingos?

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

No pocos televidentes se han preguntado si las opciones presentadas de un tiempo a esta parte, después del noticiero estelar por Cubavisión, responden a un estadío transitorio de la parrilla de la programación por ese canal. Tan acostumbrado estaban a que en esa franja privilegiada apareciera una revista de variedades o un telespectáculo musical armado sobre la base de una figura real o supuestamente carismática.

A decir verdad, estas últimas propuestas han fracasado. La excepción apunta hacia el espacio que tuvo, en dos veranos sucesivos, al humorista Ángel García en el centro, un artista imaginativo y por momentos desbordado que ha sido capaz de crear un personaje tipo, Antolín el Pichón, alfa y omega del guajiro de nuestros tiempos, chispa e ingenio de la punta del tabaco y las gafas a los zapatos puntiagudos y las gambas arqueadas, estampa que se completa con la socarronería de la palabra y la picardía de los gestos. Sin embargo el elenco artístico comprendido en el programa no siempre ha respondido a la dinámica de su protagonista. Atrás, en la memoria, los días de Mi salsa, con Víctor Torres cumplieron un ciclo necesario, avalado por sus resultados históricos, y más atrás poco o nada queda.

Entre la grandilocuencia y la incoherencia, la programación dominical ha tropezado a lo largo de la primera década de este siglo con la misma piedra; y no se comprende por qué insistir en apelar a variaciones de una fórmula que ocupa, con sus más y sus menos, un espacio jerarquizado el fin de semana, como es el caso de La descarga, del sábado.

¿Crisis del domingo? La solución puesta en práctica revela un costado promisorio que se corresponde con uno de los objetivos de una televisión pública como la nuestra, encaminada a enriquecer, desde la diversidad, los horizontes estéticos de la familia cubana.

¿Quién puede cuestionar la transmisión de un concierto único e irrepetible como el que protagonizaron Chucho Valdés y Diego el Cigala? ¿Cómo no agradecer, desde Baracoa, Guáimaro y Jagüey Grande, que irrumpan en el hogar las galas del más reciente Festival Internacional de Ballet de La Habana? ¿Hubo acaso alguien que permaneció insensible ante el recorrido por la vida y el legado artístico de Esther Borja, plasmado en un ejemplar documental de la serie persona y pensamiento, bajo la dirección general de Alfredo Guevara y la realización puntual de René Arencibia?

¿Qué falta entonces? Pienso que la División de Musicales debe caracterizar, y dotar de identidad propia, este espacio, de manera que el público se prepare a adentrarse en una propuesta cultural seria y entretenida. A ver si de una vez acaba la maldición de los domingos.

 

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