No pocos televidentes se han preguntado si las opciones
presentadas de un tiempo a esta parte, después del noticiero estelar
por Cubavisión, responden a un estadío transitorio de la parrilla de
la programación por ese canal. Tan acostumbrado estaban a que en esa
franja privilegiada apareciera una revista de variedades o un
telespectáculo musical armado sobre la base de una figura real o
supuestamente carismática.
A decir verdad, estas últimas propuestas han fracasado. La
excepción apunta hacia el espacio que tuvo, en dos veranos
sucesivos, al humorista Ángel García en el centro, un artista
imaginativo y por momentos desbordado que ha sido capaz de crear un
personaje tipo, Antolín el Pichón, alfa y omega del guajiro de
nuestros tiempos, chispa e ingenio de la punta del tabaco y las
gafas a los zapatos puntiagudos y las gambas arqueadas, estampa que
se completa con la socarronería de la palabra y la picardía de los
gestos. Sin embargo el elenco artístico comprendido en el programa
no siempre ha respondido a la dinámica de su protagonista. Atrás, en
la memoria, los días de Mi salsa, con Víctor Torres
cumplieron un ciclo necesario, avalado por sus resultados
históricos, y más atrás poco o nada queda.
Entre la grandilocuencia y la incoherencia, la programación
dominical ha tropezado a lo largo de la primera década de este siglo
con la misma piedra; y no se comprende por qué insistir en apelar a
variaciones de una fórmula que ocupa, con sus más y sus menos, un
espacio jerarquizado el fin de semana, como es el caso de La
descarga, del sábado.
¿Crisis del domingo? La solución puesta en práctica revela un
costado promisorio que se corresponde con uno de los objetivos de
una televisión pública como la nuestra, encaminada a enriquecer,
desde la diversidad, los horizontes estéticos de la familia cubana.
¿Quién puede cuestionar la transmisión de un concierto único e
irrepetible como el que protagonizaron Chucho Valdés y Diego el
Cigala? ¿Cómo no agradecer, desde Baracoa, Guáimaro y Jagüey Grande,
que irrumpan en el hogar las galas del más reciente Festival
Internacional de Ballet de La Habana? ¿Hubo acaso alguien que
permaneció insensible ante el recorrido por la vida y el legado
artístico de Esther Borja, plasmado en un ejemplar documental de la
serie persona y pensamiento, bajo la dirección general de Alfredo
Guevara y la realización puntual de René Arencibia?
¿Qué falta entonces? Pienso que la División de Musicales debe
caracterizar, y dotar de identidad propia, este espacio, de manera
que el público se prepare a adentrarse en una propuesta cultural
seria y entretenida. A ver si de una vez acaba la maldición de los
domingos.