Hay quienes llegaron a lo bueno empezando por lo malo o, para no
ser rotundo, por lo de dudosa valía.
Los libritos del oeste, Corín Tellado y otras cosillas fueron su
iniciación en la lectura y, sin embargo, terminarían devorando
clásicos, o sumidos en obras que recaban una atención superior.
Ya fuera por influencias ajenas o por un proceso de descarte
regido por la propia inteligencia e ilustración, lo que antes fuera
motivo de entretenimiento (la lectura cómoda e insustancial), se
iría transformando gradualmente en un vehículo de superación e
indescriptible disfrute.
Otros nunca fueron más allá del primer saboreo y se resignaron a
estancarse en una literatura suave y paralizadora del crecimiento
intelectual.
Sucede lo mismo con el cine y, en especial, con sus soportes
modernos.
Cómodamente instalado en los hogares, el DVD es como un dragón a
toda hora con la boca abierta y dispuesto a tragarse cuánto se le
tire.
Del alimento que reciba dependerá el advenimiento de un nuevo
tipo de disfrute mental y espiritual o, por lo contrario, a causas
de esas baratijas proliferantes que nos disminuyen, terminar
triturado en las fauces del monstruo.