El dragón y el DVD

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Hay quienes llegaron a lo bueno empezando por lo malo o, para no ser rotundo, por lo de dudosa valía.

Los libritos del oeste, Corín Tellado y otras cosillas fueron su iniciación en la lectura y, sin embargo, terminarían devorando clásicos, o sumidos en obras que recaban una atención superior.

Ya fuera por influencias ajenas o por un proceso de descarte regido por la propia inteligencia e ilustración, lo que antes fuera motivo de entretenimiento (la lectura cómoda e insustancial), se iría transformando gradualmente en un vehículo de superación e indescriptible disfrute.

Otros nunca fueron más allá del primer saboreo y se resignaron a estancarse en una literatura suave y paralizadora del crecimiento intelectual.

Sucede lo mismo con el cine y, en especial, con sus soportes modernos.

Cómodamente instalado en los hogares, el DVD es como un dragón a toda hora con la boca abierta y dispuesto a tragarse cuánto se le tire.

Del alimento que reciba dependerá el advenimiento de un nuevo tipo de disfrute mental y espiritual o, por lo contrario, a causas de esas baratijas proliferantes que nos disminuyen, terminar triturado en las fauces del monstruo.

 

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