Cuba en el mundo

Desde Haití

Una experiencia para llevar en mi corazón

JUAN DIEGO NUSA PEÑALVER, enviado especial

El licenciado en Enfermería José Enrique Pérez Téllez nunca pensó que la misión médica en Haití cambiaría tanto su vida, haciéndolo más fuerte.

Tras dos años de misión en la patria de Louverture, "Jóse", como cariñosamente lo llaman todos, siente que ha vivido una experiencia única, que guardará celosamente en su corazón mientras viva, y que contará a sus nietos y tataranietos, pues a sus 41 años de edad se siente en forma para enfrentar lo que venga.

Foto del autorEl enfermero José Enrique Pérez Téllez, de Las Tunas, expresa que en Haití deja a una hija, Jaine Sulof, que quiere como si fuera propia. 

"En Puerto Padre, mi tierra natal, tengo una linda familia que me espera; mis dos hijas, Yaimé de 21 años, estudiante de cuarto año de Medicina, Yaima de 17, que termina el técnico medio de Informática, y mi esposa Marelys Acuña García, también licenciada en Enfermería. Ellas son mi apoyo durante esta misión", asevera e inmediatamente añade que deja en Haití a otra hija, a Jaine Sulof.

En el hoy convertido hospital comunitario de referencia (HCR) de Raboteau, en la ciudad de Gonaives, capital departamental de Artibonite, centro de Haití, conoció en trágicas circunstancias a Jaine, una adolescente de 18 años, que llegó a la instalación hospitalaria "con sus dos piernas molidas" tras caerle encima su casa, matando además a su madre e hiriendo gravemente a su hermana.

"Jóse" relata que no había nada humanamente posible para salvarle las piernas. Requería de una urgente amputación y también una transfusión de sangre, y ofreció la suya. "La operación se hizo de brazo a brazo, fueron diez jeringuillas suministradas directamente a su torrente sanguíneo, y le salvamos la vida", expresa con orgullo y mucho más relajado, al contar aquellos tensos instantes.

"Ahora ella dice que yo soy su segundo padre, nos comunicamos regularmente y la quiero como a una hija", dice emocionado.

Si la experiencia del devastador sismo fue dramática, pues de Puerto Príncipe llegaban rastras y rastras de lesionados en estado muy grave, cuyas heridas infectadas curaba en el patio del centro en medio de la fetidez de las desgarraduras, la epidemia del cólera no le exigió menor esfuerzo.

Relata que al segundo día de "explotar" el cólera en el Artibonite, la región haitiana más castigada y por donde comenzó a propagarse ese mal, el turno al que pertenecía tuvo que canalizar las venas para pasarle el suero a más de 470 personas y rápido, para impedir que fallecieran en aquella noche-madrugada infernal.

"Fueron 12 horas ininterrumpidas, en las que tuvimos que improvisar hasta unos rústicos colgadores de madera para fijar los sueros en alto y suministrarle la solución parenteral a los enfermos que, aunque venían en mal estado, logramos salvar".

Haití ha sido una escuela para mí, y para todos los que estamos aquí, el sufrimiento humano en un trance tan difícil te crea muchas defensas sicológicas, pero igualmente habilidades profesionales, afirma "Jóse".

"Este es un pueblo que necesita mucho apoyo; un pueblo que se da a querer cuando tú le demuestras que estás aquí para brindarle salud y cuidarlo".

 

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