La condena a Videla es mucho más que un hecho
judicial LAURA BÉCQUER
PASEIRO
La condena a prisión perpetua impuesta en diciembre pasado por la
justicia argentina a Jorge Rafael Videla finalizó un año marcado por
la aceleración de los procesos contra los represores de la última
dictadura.
No
puede concebirse una democracia en Argentina con Videla en libertad.
En su alegato, el dictador apeló a la teoría de los dos demonios
para justificar el terrorismo de Estado: "Querían tomar el poder
político para implementar un sistema marxista", apuntó, y según su
visión de la historia argentina reciente, "ante la inoperancia de la
Justicia, hubo que apelar a los uniformados".
El represor dijo, además, que en febrero de 1976 el entonces
titular del partido Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, le pidió
que las fuerzas armadas dieran un golpe de Estado "cuanto antes" y
"evitaran así una larga agonía a la República".
Videla fue sentenciado en esta ocasión por las torturas y el
fusilamiento de 31 presos políticos en la Unidad Penitenciaria de
San Martín, en Córdoba. También recibió prisión perpetua por los
mismos cargos Luciano Benjamín Menéndez, quien era entonces
comandante del III Cuerpo de Ejército, con asiento en ese distrito.
Por unanimidad, el tribunal federal oral consideró que los
delitos de imposición de tormentos y homicidios fueron agravados por
la condición de perseguidos políticos de las víctimas. Ordenó,
además, que Videla fuera recluido en una cárcel común.
Recibía de esta forma su segunda condena a prisión perpetua. La
primera fue en 1985 en el juicio a los jefes de la dictadura, aunque
cinco años después, el entonces presidente argentino Carlos Menem
(1989-1999), lo indultó junto a otros militares condenados.
Su libertad duró poco. En 1998 lo detuvieron de nuevo acusado de
apropiación de menores, y diez años después, cuando ya tenía varias
causas en su contra, la justicia ordenó su traslado a un penal en el
Campo de Mayo en Buenos Aires.
EPÍLOGO DE UNA GUERRA SUCIA
Videla encabezó el golpe de Estado que derrocó el gobierno
constitucional de María Estela Martínez de Perón (1973-1976).
Justificándose, en su alegato sostuvo que "no fue una guerra sucia,
sino una guerra justa en la que salvamos al país de los jóvenes
idealistas que quisieron imponer una cultura ajena a nuestro
tradicional estilo de vida, occidental y cristiano".
La violencia indiscriminada, persecuciones, represión, tortura
sistematizada, desaparición forzosa de personas, manipulación de la
información y terrorismo de Estado, caracterizaron lo que los
dictadores denominaron Proceso de Reorganización Nacional, que
gobernó hasta 1983.
Durante ese periodo, las fuerzas represoras del gobierno de facto
hicieron desaparecer a 30 000 personas, en tanto resultaron muertos
de 500 a 540 miembros de las fuerzas armadas.
El uso sistemático de la violencia y su extensión contra
objetivos civiles como consecuencia de la toma del poder político
por las Fuerzas Armadas, determinó la inmediata suspensión de los
derechos y garantías constitucionales y propició la aplicación de
tácticas y procedimientos bélicos irregulares a toda la población.
No obstante, la denominación de "guerra" es objetada por algunas
organizaciones políticas y de derechos humanos, sosteniendo que se
trata de un argumento esgrimido originariamente por la dictadura
militar para justificar la represión indiscriminada. Más bien de lo
que hablamos es de un genocidio, del que Videla fue el máximo
responsable.
En ese sentido, el periodista argentino Luis Bruschtein señaló
que "la condena a Videla resignifica a esta democracia. No podía
concebirse una democracia con Videla en libertad".
Los juicios, a partir de la decisión política del fallecido ex
presidente Néstor Kirchner y el seguimiento de la actual mandataria
Cristina Fernández, les devuelven la esperanza a muchos argentinos
que aún esperan porque se les haga justicia a sus seres queridos.
La condena a Videla es mucho más que un hecho judicial, se
proyecta sobre toda la sociedad argentina como una reivindicación de
los derechos humanos y la justicia. |