Tiene
razón Adalberto Álvarez al decir que en la ejecución del tres hay un
antes y un después de Pancho Amat.
Al escuchar a Pancho es muy posible que alguien recuerde la frase
con la que Miguelito Cuní le daba entrada en el conjunto de
Chapottín al tresero Arturo Jarvi: "Alambre dulce". Pancho, sin
lugar a dudas, multiplica el legado melodioso de los grandes
treseros cubanos, pero a la vez aporta una nueva dimensión
virtuosística y ensancha el ámbito sonoro del instrumento.
Antes
de que este excepcional artista —honrado este último fin de semana
con el Premio Nacional de la Música 2010 en reconocimiento a la obra
de la vida— irrumpiera en el ámbito de la creación, en Cuba se había
desarrollado toda una escuela del tres, sobre la base de seculares
saberes empíricos y tradiciones heredadas.
Cómo olvidar los aportes de Arsenio Rodríguez, no solo magnífico
compositor sino cultor del cordófono cubano por excelencia; del
mítico Niño Rivera, de los legendarios Isaac Oviedo, Chito Latamblet
y Nené Manfugás.
Pero cuando llegó Pancho a la escena, al filo de los setenta del
pasado siglo, trajo consigo conceptos renovadores que se tradujeron
en una nueva cultura del sonido.
El tres dio entonces el salto desde la instancia folclórica hacia
el espectro universal.
Claro que ello no sucedió de un día para otro. Primero hubo que
acumular información y desarrollar el talento natural. A Pancho lo
recordamos en la fundación del grupo Manguaré en 1971, en los días
de la Unidad Popular del presidente Allende tratando junto a sus
compañeros de dominar el charango. Pero como venía de Güira de
Melena, de escuchar mucho guateque, y coincidía generacionalmente
con los iniciadores de la Nueva Trova, y se estaba dando el caso,
además, de que la resurrección de la música bailable cubana pasaba
no solo por Irakere y Los Van Van, sino también por Rumbavana y Son
14, a Pancho, que llevaba el son en la sangre, comenzó a salírsele
en el tres. Él mismo ha explicado su vínculo con el instrumento y el
son:
"El tres empezó con el son y solo tiene tres sonidos: seis
cuerdas repartidas dobles. El son creció y entonces, quizá por el
hecho de tener tantos ingredientes que lo conforman, étnicos si se
quiere, de tantas regiones de África, algo de lo que entró por
Haití, más la influencia ibérica, es tal vez el género donde más
equilibrados están todos sus ingredientes. Eso también permite al
son ajustarse a otros géneros e invadirlos, y, a la vez, permitir
que otros sonidos se metan en él. Entonces el son ha crecido de tal
modo y se ha contaminado positivamente con tantas cosas, que ahora
los que tocamos el tres, con aquellas tres cuerditas dobles, nos
vemos obligados a hacer crecer un instrumento que se concibió de una
determinada manera, y que si lo cambias ya no es tres. Eso es un
reto."
Como también lo es otro de sus secretos: "Mi concepto del sonido
es trovar el son y sonear la trova". Justo por ese camino buscan
tanto su colaboración en proyectos discográficos de las más diversas
especies, tanto en Cuba como en el extranjero.
Prueba al canto, en lugar de una, aquí van dos: la grabación
junto al guitarrista Joaquín Clerch y la flautista alemana Anette
Malburg, que conquistó en el 2009 el Echo Klassik Award en Europa; y
la participación con su banda El Cabildo del Son en un álbum donde
se entrecruzan los aires de Cuba y Venezuela al alternar con la
agrupación de este último país Cuatro x Cuatro.
No puedo poner punto final a esta nota sin una sugerencia al
Instituto Cubano de la Música: de ser posible, idear el encuentro de
Pancho con sus dos agrupaciones: el Cabildo del Son y Café Vista
Alegre. Sería una oportunidad única y quizás irrepetible.