Octubre y De la infancia

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Dos buenas cintas en la recta final del Festival, la peruana Octubre, ópera prima dirigida por los hermanos Vega y coproducida con Venezuela, y la mexicana De la infancia, lo último dado a conocer por Carlos Carrera, el mismo de la muy popular El crimen del padre Amaro, ahora ofreciendo el realizador una obra tan emotiva como aquella, pero amparada en una realización artística superior.

Afincado en un estilo minimalista que dice mucho más de lo que parece y sin virtuosismos de composiciones visuales, Octubre es un drama de sutil humor negro que habla de Clemente, un prestamista hecho de la feroz madera de los de su clase. Solitario y aferrado al último centavo, Clemente realiza cortas escapadas a un prostíbulo donde hace el amor como si estuviera serruchando una tabla. Un día, al llegar a su casa, se encuentra con que le dejaron una niña de meses, a todas luces una hija concebida con una prostituta. ¿Quién se hará cargo de ella?

Ambientes míseros y mujeres muy poco agraciadas para ejercer el oficio de la cama conforman un cuadro que de manera oblicua muestra las transformaciones de un hombre frío y lleno de cálculos matemáticos, hacia un estado humano superior. Pero ni pensar que estamos ante una de esas comedias melosas con bebé incluido.

Trayendo a la memoria un aire referencial de El dinero, aquel clásico de Robert Bresson, los hermanos Vega revelan los interiores del prestamista, excelentemente interpretado por Bruno Odar desde unas composiciones secas y hasta inexpresivas, y al unísono, y sin demasiado ruido, componen un cuadro de la psicología social reinante, incluyendo la creencia en los "amarres" amorosos y el fervor religioso de la población.

El humor sin tonos gruesos ni risotadas, el humor de sutil sugerencia, tan difícil de recrear y decisivo para la feliz conclusión narrativa de Octubre, una película de escaso presupuesto concebida desde el talento puro, y sin duda con algún premio de este Festival apuntándole al bolsillo.

Transgresor y fuerte, Carlos Carrera conmueve sin golpes bajos con De la infancia, con un Damián Alcázar de nuevo en estado de gracia, ahora como un ladrón que en el plano familiar mantiene a hijos y esposa en un constante desasosiego debido a su estado anímico cambiante y a los desmandes físicos y psicológicos de los que hace gala.

La historia es una flecha directa clavándose en el corazón de aquellos padres que descuidan la crianza de sus hijos y hasta en ocasiones se convierten en máximos responsables de posteriores descarríos, lo que de ninguna manera debe hacer creer que estamos ante un filme de marcado afán didáctico.

Desde un fuerte realismo narra Carlos Carrera pero se permite, y le sale bien, recurrir a elementos mágicos simbólicos, como un cohete que cobra vida en escena, a la manera de escape imaginativo de uno de los niños en pleno ataque de furia del padre.

Película desgarradora y a la vez sensible, De la infancia marca otro buen punto para la cinematografía mexicana presente en este 32 Festival.

 

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