Dos
buenas cintas en la recta final del Festival, la peruana Octubre,
ópera prima dirigida por los hermanos Vega y coproducida con
Venezuela, y la mexicana De la infancia, lo último dado a
conocer por Carlos Carrera, el mismo de la muy popular El crimen
del padre Amaro, ahora ofreciendo el realizador una obra tan
emotiva como aquella, pero amparada en una realización artística
superior.
Afincado en un estilo minimalista que dice mucho más de lo que
parece y sin virtuosismos de composiciones visuales, Octubre
es un drama de sutil humor negro que habla de Clemente, un
prestamista hecho de la feroz madera de los de su clase. Solitario y
aferrado al último centavo, Clemente realiza cortas escapadas a un
prostíbulo donde hace el amor como si estuviera serruchando una
tabla. Un día, al llegar a su casa, se encuentra con que le dejaron
una niña de meses, a todas luces una hija concebida con una
prostituta. ¿Quién se hará cargo de ella?
Ambientes míseros y mujeres muy poco agraciadas para ejercer el
oficio de la cama conforman un cuadro que de manera oblicua muestra
las transformaciones de un hombre frío y lleno de cálculos
matemáticos, hacia un estado humano superior. Pero ni pensar que
estamos ante una de esas comedias melosas con bebé incluido.
Trayendo a la memoria un aire referencial de El dinero,
aquel clásico de Robert Bresson, los hermanos Vega revelan los
interiores del prestamista, excelentemente interpretado por Bruno
Odar desde unas composiciones secas y hasta inexpresivas, y al
unísono, y sin demasiado ruido, componen un cuadro de la psicología
social reinante, incluyendo la creencia en los "amarres" amorosos y
el fervor religioso de la población.
El humor sin tonos gruesos ni risotadas, el humor de sutil
sugerencia, tan difícil de recrear y decisivo para la feliz
conclusión narrativa de Octubre, una película de escaso
presupuesto concebida desde el talento puro, y sin duda con algún
premio de este Festival apuntándole al bolsillo.
Transgresor y fuerte, Carlos Carrera conmueve sin golpes bajos
con De la infancia, con un Damián Alcázar de nuevo en estado
de gracia, ahora como un ladrón que en el plano familiar mantiene a
hijos y esposa en un constante desasosiego debido a su estado
anímico cambiante y a los desmandes físicos y psicológicos de los
que hace gala.
La historia es una flecha directa clavándose en el corazón de
aquellos padres que descuidan la crianza de sus hijos y hasta en
ocasiones se convierten en máximos responsables de posteriores
descarríos, lo que de ninguna manera debe hacer creer que estamos
ante un filme de marcado afán didáctico.
Desde un fuerte realismo narra Carlos Carrera pero se permite, y
le sale bien, recurrir a elementos mágicos simbólicos, como un
cohete que cobra vida en escena, a la manera de escape imaginativo
de uno de los niños en pleno ataque de furia del padre.
Película desgarradora y a la vez sensible, De la infancia
marca otro buen punto para la cinematografía mexicana presente en
este 32 Festival.