El
30 de septiembre de 1930 pudo haber sido un día cualquiera en la
vida del joven Rafael Trejo González. Pero no lo fue. Aquel día le
abatieron a balazos. Luego, perdió la vida, y ganó la inmortalidad.
Vaya coincidencias le trajo septiembre: nace el día 9; años más
tarde, ingresa en la Universidad de La Habana el último día de ese
mes; y, otro día 30, abren fuego contra él.
Esa mañana lluviosa y sombría, el Directorio Estudiantil
Universitario había convocado a una asamblea en el Patio de los
Laureles, para protestar por el aplazamiento del curso académico y
denunciar la ola de asesinatos de estudiantes, obreros y campesinos,
así como la corrupción oficial imperante en el país.
Cuando Rafael, estudiante de tercer año de Derecho, cae
mortalmente herido cerca de la escalinata universitaria, en los
límites del parque Eloy Alfaro, el tirano Gerardo Machado no pudo
imaginar que se encendía la chispa que lo desalojaría del poder.
En ese lugar se produjo el enfrentamiento desigual entre los
agentes represivos y los universitarios. Cayó al suelo con la cabeza
ensangrentada Pablo de la Torriente Brau, lo cual indignó a Trejo y
este, resuelto, entabló una lucha cuerpo a cuerpo con el policía
agresor, de la que salió herido. Pocas horas después falleció el
joven en el hospital de Emergencias.
La sociedad cubana se conmovió ante los cruentos sucesos
derivados de la huelga estudiantil de ese día. A partir de entonces,
la oposición a la dictadura se arreció; participaron no solo obreros
y estudiantes, sino también otras clases y sectores sociales del
país.
Rafael Trejo murió a la edad de 20 años. Con su muerte, el
movimiento revolucionario antimachadista cobró una fuerza
incontenible, que culminó con el derrocamiento de ese régimen en
1933. Este joven se convirtió en un símbolo de libertad del
estudiantado cubano.