El
deporte en Estados Unidos despidió el 2009 renegando del amargo
sabor de una noticia: los editores de periódicos norteamericanos
consideraron que el principal acontecimiento de su movimiento
deportivo en el año fue el escándalo de dopaje en las Grandes Ligas
del béisbol.
Rimbombantes nombres de peloteros tintinearon en los oídos de
aficionados y neófitos. Entre los encartados en el tema de los
jeringuillazos sacaron boletos para la primera fila estrellas del
diamante y otros no tan estelares.
El pesado saco —con fondo profundo y entrada libre— incrementa su
envergadura en este final veraniego, por contener una árida historia
que amenaza con enviar a la cárcel a Roger Clemens, ex lanzador de
los Yankees de New York (siete veces premio Cy Young), acusado de
perjurio y de obstruir el curso de la justicia al negar frente al
Congreso de los Estados Unidos que empleó sustancias prohibidas
durante su carrera.
Esta semana, el otrora serpentinero, de 48 años, compareció ante
la corte de Washington y, después de declararse "no culpable", el
juez Regie Watson le notificó que enfrentará tres cargos por falso
testimonio, dos de perjurio, y otro por obstruir las investigaciones
federales cuando negó en el 2008 de cara a un comité congresional
haberse dopado con hormona de crecimiento humano (HGH, siglas en
inglés) u otros esteroides para incrementar su rendimiento.
El proceso penal proseguirá con la selección del jurado en abril
del 2011, por lo que Clemens podría ir a la cárcel, al igual que
otras ex figuras de las bolas y los strikes como Pete Rose, Darryl
Strawberry, Dwight Gooden y Denny McLain, quienes ya pasaron
temporadas recluidos tras las rejas.
El monticulista insiste en declararse inocente, pero su ex
entrenador, Brian McNamee, le lanzó un balde de agua fría cuando
aseveró ante los agentes federales que inyectó al pitcher más de 12
veces entre 1998 y el 2001, y en las pruebas con que apoyó su
testimonio ofreció muestras de ADN, jeringuillas y otros productos
utilizados para satisfacer a su pupilo.
A finales del 2009, ni el escándalo de infidelidad que condujo al
famoso golfista Tiger Woods hasta una clínica para atender su
"adicción sexual", trama que concluyó con el divorcio de su pareja;
ni la algarabía mediática montada en EE. UU. por el dopaje de David
Ortiz y Manny Ramírez, beisbolistas dominicanos negros; ni las
lamentaciones de Mark McGwire por no ser aceptado en el Salón de la
Fama, también perdido en ese mundo de los jeringuillazos; y mucho
menos las intenciones de enfriar el ambiente por parte de Bud Selig,
comisionado de las Grandes Ligas, afirmando que "la era de los
esteroides es cosa del pasado", serán el último capítulo de esta
pesadilla por entregas del deporte en USA.
El aguacero continuará. Hoy el ex jonronero Barry Bonds espera su
turno, no al bate, sino para encarar la conclusión de su proceso,
otro caso de perjurio a punto de llegar al noveno inning, en San
Francisco.