En varios salones de la cueva de Santa Catalina, que se localiza
paralela a la autopista Vía Blanca, a una decena de kilómetros de la
playa de Varadero, en la provincia de Matanzas, se hallan los muy
curiosos hongos gigantes, que son en realidad estalagmitas
fungiformes, raras en Cuba y que se levantan a varios metros del
suelo de la espelunca.
Su excepcional forma motiva a turistas nacionales y foráneos a
realizar excursiones a la caverna, siempre con un guía, pues sus
aberturas están muy ocultas por la espesa montuosidad, reporta la
AIN.
Pero en las bocas, galerías y salones de Santa Catalina,
Monumento Nacional de la República de Cuba, en atención, además, a
sus valores históricos, la atracción del vasto sistema cavernario se
acrecienta al saber que hace miles de años fue habitáculo de
primitivos aborígenes, los que no obstante su elemental cultura
dejaron plasmada su presencia allí en toscos dibujos rupestres.
Más cercanos en el tiempo, igualmente, la enorme cueva (de ocho
kilómetros de longitud) dio abrigo a esclavos negros escapados de
los ingenios azucareros de la cercanas localidades de Camarioca y
Cantel, y de la propia Matanzas.
Esos cimarrones lograron sobrevivir en esos dominios y también en
las paredes dejaron sus huellas pictóricas, junto a los sencillos
enseres necesarios para alimentarse, como "fantasmas" en agonía.
Se sabe que en Santa Catalina pernoctaba y ocasionalmente se
escondía de sus perseguidores, una unidad de guerreros cubanos del
Ejército Libertador, que en el siglo XIX se enfrentaba a la colonia
española, igualmente, cual si fueran almas en pena. Se dice que en
la cueva llegó a funcionar un insurrecto hospital de campaña.
También se reporta que a unos 600 metros de una de sus salidas a
la superficie, por su parte Norte, hace varias décadas fueron
hallados en una charca de agua los restos óseos fosilizados y
dispersos de una india joven de unos 20 años, fallecida hace unos
tres mil años de pánico e inanición, presumiblemente al no hallar un
escape a la impenetrable oscuridad que la rodeaba.
La muchacha había entrado en la caverna, posiblemente buscando
refugio de un temporal y avanzó mucho hacia adentro, hasta el reino
de las tinieblas. Ella debió formar parte de una muy antigua etnia
de aborígenes recolectores que se extinguieron muchos años antes de
la llegada de la expedición de Cristóbal Colón a Cuba, en 1492.