Fidel, otra vez inmenso

LETICIA MARTÍNEZ HERNÁNDEZ

Cuando hace tres años mis compañeros y yo recibíamos el título de graduados, solo una idea lograba ensombrecer el montón de ilusiones que me llenaban la cabeza. Entonces deseaba haber tenido muchos más años para sentir ese apretazón en el pecho que suponía tener a Fidel cerca, y luego llenar tantas cuartillas en blanco con el quehacer de un hombre que ha vivido siempre más adelante que nadie. Por eso cuando este sábado, y rayando las once, entró al plenario del Palacio de Convenciones donde tantas veces lo acompañamos, recordé a aquella grandiosa mujer que meciendo su sillón no se cansaba de repetirme: "ya tendrás tiempo para escucharlo de cerquita". Y así fue, junto a los más de 600 diputados que amanecieron con la alegría del reencuentro. Como si el tiempo no hubiera pasado, volvió el Comandante al podio de tantísimas batallas. Proyectó su voz. Alzó el dedo índice. Y enmudeció a todos cuando lanzó su mensaje a los diputados cubanos.

Y es que Fidel es un hombre inmenso, que alabó las buenas intervenciones pero que convocó a debatir, a mirar con enfoques nuevos los problemas de hoy, que mencionó con delicadeza el nombre de los que levantaron junto a él la voz en el plenario, que pidió al joven poeta de Manicaragua unas décimas, que agradeció con una humildad hermosa a quienes respondieron sus interrogantes. Así lo hizo con Pura Avilés, la delegada que aún con la voz temblorosa definió de histórica la sesión en que el diputado Fidel Castro volvía a ocupar su escaño. Dijo Avilés que solo él, por su prestigio, por no mentir nunca y no tener deudas con nadie, podía denunciar tamaños sucesos. Y preguntó Pura al líder histórico de la Revolución si el gobierno de Obama sería capaz de dar el sí a una guerra sin precedentes, a lo que respondió Fidel sin cortapisas: "No, si lo persuadimos". Como espectadores de un juego de pelota, supimos de inmediato por donde venía la recta del Comandante, tan directa como siempre, pero inesperadamente escueta porque como dijo en algún momento allí, el tiempo corre, es oro y hay mucho por hacer para mover la conciencia de millones de personas ante una catástrofe infernal, o más bien para persuadir al hombre que tiene en su respuesta el futuro de la humanidad.

Pero la emoción no solo caló en aquellos que nos encontraríamos por vez primera con Fidel, o los que desde el desdichado julio de 2 006 no volvieron a verlo más. También para aquellos hombres, y mujeres, curtidos en el placer del roce frecuente con el líder de siempre, fue gordiano el nudo en sus gargantas esa mañana de sábado. Si no de qué otra manera interpretar la emoción de Ricardo Alarcón de Quesada, presidente del Parlamento, cuando en el intento de captar el sentir de tantos recordó las palabras de Gerardo Hernández luego de salir del hueco: "¡Gracias Comandante, por la alegría de escucharlo y verlo tan grande como siempre!". O cuando el diputado Kcho, brigadista de un kilometraje enorme, ducho en eso de levantar su mano y lanzar ráfagas certeras de palabras que muchas veces no logran rodar al tiempo supersónico de su pensamiento, decidió confesar que esta vez prefería el silencio para seguirlo escuchando.

Y fue esta otra lección del Comandante. En alrededor de noventa minutos escuchamos del peligro de una guerra mundial, de artimañas de súper potencias, de la historia poco feliz de presidentes norteamericanos ignorantes y cínicos, de conflagraciones que dejaron de ser instrumentos para defender imperios, de la teoría del big bang, de la evolución, de la noción del tiempo inventada por los humanos, del poder miles de veces superior de las actuales bombas nucleares con respecto a las lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, de los efectos de la radioactividad, de lo perecedero del Sol…

Pero como para recordarnos aquella imagen de la posibilidad de un mejor mundo, el Comandante volvió también con la esperanza que siempre trae debajo de tantos pliegos de cables apocalípticos. Volvió a hacernos pensar en un mundo donde los recursos naturales puedan ser preservados, el cambio climático evitado, el trabajo útil de los seres humanos garantizado, los enfermos asistidos, la cultura y la ciencia al servicio del hombre aseguradas. Un mundo donde los niños, adolescentes y jóvenes no perezcan bajo un holocausto mundial. Con la sensación de no estar viviendo aún la profecía del fin del mundo, salieron muchos del plenario este sábado, pensando también en la forma en que desde su espacio pueden ayudar a evitar una confrontación que borraría la vida de la faz de la tierra. Por ello no fue raro escuchar en el pasillo a aquel veterano de la guerra revolucionaria que planificaba ponerse en contacto con otros veteranos del mundo para ayudar a frenar las ansias belicistas, "porque nosotros sí sabemos de los horrores de la guerra". Tampoco resultó extraño descubrir el momento en que algunos voltearon el rostro al plenario casi al cruzar la puerta, quizás para desear un próximo encuentro con el Comandante, con el hombre que volvimos a sentir vivo, con el Fidel eternamente inmenso.

 

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