"No 
			se puede jugar mejor al fútbol", había sentenciado primorosamente el 
			Kaiser Franz Beckenbauer, congratulándose por el pase de Alemania a 
			semifinales, pero se equivocó. En realidad, sí que se puede jugar 
			mejor. Como demostró ayer España al rendir a la Mannschaft con una 
			soberbia exhibición.
			Curioso, pero cierto. Mientras el otro finalista de Sudáfrica, la 
			Holanda de Bert van Marwijk, ha renunciado a la belleza para aliarse 
			con la victoria (recuerden que lleva ya 25 partidos sin conocer la 
			derrota), esta España del "tiqui-taca" encarna los mismos valores 
			estéticos que encumbraron a la Naranja Mecánica de 1974 con aquel 
			prodigioso "fútbol total".
			
			En ese sentido, aunque todavía no consigue traducir su 
			avasalladora posesión del balón en marcadores más holgados, son bien 
			pocos los defectos que se le pueden reprochar, más allá del estilo 
			barroco y de su excesivo manierismo a la hora de concretar. De ahí 
			la forma en que por fin obtuvo la víspera un soñado boleto a la 
			final.
			Con toque, con gusto, con un esfuerzo armónico y solidario, el 
			once ibérico anuló el juego vertiginoso y contundente de un equipo 
			germano muy prometedor, que luego de aplastar a dos "históricos" 
			como Inglaterra (4-1) y Argentina (4-0) arribaba a la penúltima 
			instancia del torneo como el más goleador (con 13 tantos).
			Quizás es verdad que los alemanes perdieron pegada con la 
			ausencia del bombardero Müller, cuyo vacío Trochowski no alcanzó a 
			llenar, pero tal vez ni el habilidoso volante hubiese impedido que 
			en el duelo de orquestas esta Furia Roja exultante dejase afónica a 
			la Mannschaft con el clamor de sus violines.
			Ya saben: Como había anticipado Joachim Löw sabiamente, España es 
			un equipo muy peligroso, que no tiene un único Messi, sino varios 
			jugadores que saben hacer la diferencia. En el centro del campo poco 
			importó que un genuino vikingo como Schweinsteiger se multiplicase. 
			En definitiva, terminó siendo engullido por esos genios menudos que 
			son Xavi Hernández y Andrés Iniesta. Entre Pedro y Sergio Ramos 
			dejaron a Boateng en evidencia una y otra vez por la banda derecha. 
			Y Puyol ni Piqué tuvieron que emplearse a fondo para secar a 
			Miroslav Klose en la defensa.
			Tan bien y tan complejamente cumplieron cada tarea sus jugadores, 
			que la Furia terminó embotellando el campo sobre la portería 
			alemana, antes de colocar el tapón de una vez y por todas. Porque 
			tardó en llegar el gol, es verdad. Pero el gol era seguro y llegó, 
			tras un corner heroico que cabeceó Puyol con su maraña de rizos.
			Corría el minuto 73 del partido en Durban y el arco futurista del 
			estadio Moses Mabhida se recortaba blanco contra la espesura de la 
			noche, cuando el central catalán se agigantó entre tantos gigantes 
			rubios y catapultó la Jabulani a las redes rivales ante el 
			desconcierto de Schweinsteiger y otros tantos alemanes.
			Al final el pulpo Paul había acertado en sus predicciones. 
			Alemania terminó hincando la rodilla derrotada y el domingo, en el 
			estadio Soccer City de Johannesburgo, España pondrá un inédito 
			colofón europeo a este Mundial ante la pragmática Holanda.