Hay quien encumbra con éxito la empinada colina del
reconocimiento social, y olvida fácilmente el día en que inició la
escalada con los bolsillos repletos de anhelos y solo tenacidad para
materializarlos.
Sin
embargo, los hombres nacidos para engrandecer la condición humana,
como el general peruano Juan Velasco Alvarado, son de los que
doblegan las más altas cimas sin olvidar a aquellos que los
impulsaron.
Nació el 16 de junio de 1910 en Castilla, a las afueras de Piura,
ciudad del Perú rodeada de muchas tierras con pocos dueños y
demasiados hambrientos sin ningún terreno para cultivar.
En la época de sus primeros estudios, no solo contempló la
pobreza extrema; también sufrió sus efectos apabullantes. Quizás,
este impacto temprano con el dolor por la abundancia mal compartida,
lo determinara a marcar la diferencia y contribuir a un mundo menos
indiferente.
La perseverancia fue una de sus posesiones más valiosas. Cuando
el destino le cerró las puertas de la escuela de oficiales del
ejército, y con ellas parecía clausurarle el sueño de una formación
militar, no dudó en ingresar como soldado raso a las filas.
El empeño en el estudio y la disciplina le indicaron los senderos
del ascenso, y así, en enero de 1959, obtuvo los grados de general
de brigada.
Llegar a presidente del Perú, en octubre de 1968, no significó
para Velasco Alvarado un honor que lo encegueciera, sino la
oportunidad de ubicarse en el lugar estratégico para librar la
batalla de su vida.
Una semana después de la toma del poder, nacionalizó los bienes
de la International Petroleum Company; más tarde, procedió de forma
similar con la International Telegraph and Telephone Corporation y
con la banca.
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba,
aislada por los países miembros de la OEA, y la colaboración con las
naciones socialistas, refrendaron en política exterior su apego a
los que hacían de los pobres su causa.
Durante su gobierno, de casi siete años, abundaron las medidas en
favor de los que nunca resultaban beneficiados: proclamó una reforma
agraria radical e impulsó la creación de un área de propiedad social
en la economía.
Sin límite para la consternación y la pena, el pueblo del Perú
cargó su féretro en hombros cuando una enfermedad terminó con su
vida, el 24 de diciembre de 1977.