"Es muy interesante lo que pasa con esta exposición. Mucha gente
en el mundo se ha sorprendido cuando comprueban que ese pueblito es
de verdad, porque pensaban que era una invención de Gabo".
Así relata Alejandra Matiz, hija de este iluminado hacedor de
imágenes, sus vivencias durante las exhibiciones de Macondo visto
por Leo Matiz, una muestra que ha girado por todo el orbe y que
ahora hizo escala en Cuba. La exposición, instalada en el Centro
Hispanoamericano de Cultura, bajo los auspicios del Consejo Nacional
de las Artes Plásticas, la Embajada de Colombia en La Habana y la
Oficina del Historiador de la Ciudad, refleja la sensibilidad
poética de una de las leyendas de la fotografía del siglo XX, y
retrata a través de 47 obras el halo mítico de Aracataca,
inspiración de Macondo, donde el "guardián de la sombra", como fue
calificado este versátil y aventurero creador, vio la luz diez años
antes que García Márquez.
Alejandra
Matiz, hija del célebre fotógrafo colombiano.
Fotógrafo, caricaturista, pintor, reportero gráfico, actor y
publicista, Leo Matiz abrió los ojos al mundo en 1917. La historia
de su nacimiento podría poner verde de envidia al más macondiano de
los personajes del autor de El amor en los tiempos del cólera.
"Mi papá nació encima de un caballo, algo que es lo más
macondiano que podemos imaginar. Mi abuela tenía trece años cuando
sintió los dolores de parto. En aquella época el único medio de
transporte en Aracataca era el caballo, el burro o la mula y el
movimiento del animal provocó que ella diera a luz antes de llegar a
la partera. Luego, cuando él cumplió los tres años, le preguntaba a
mi abuela si su madre era ella o el caballo..." dice sonriente la
presidenta de la Fundación Leo Matiz y restauradora de arte.
Este maestro del lente no solo compartió con García Márquez la
geografía espiritual de su vida. También, como el insigne escritor,
cedió a la tentación de revelar al mundo la magia de Aracataca,
propósito que lo motivó a traducir al lenguaje fotográfico la
mística de su región natal. "Es increíble cómo inmortalizó sin
saberlo lo que Gabo después escribió. A los 21 años ya había probado
suerte con la cámara, pero se consideraba más caricaturista o
pintor. Por aquel entonces le pidieron un reportaje sobre el río
Magdalena, y empezó a hacer una serie de instantáneas de
pescadores".
Cuenta Alejandra que así surgió la foto que más amó Leo Matiz. Se
trata de La red, una obra en la se que mezcla el culto a la
belleza y a la expresividad y profundidad de la naturaleza humana.
"La imagen —señala — la tomó al mediodía con una cámara de baja
velocidad. Vio a un pescador en el rió, se metió al agua, lo
retrató, desayunó con él y después fue para la casa a revelarla.
Cuando la vio se volvió como loco. Él siempre dijo que esa fue su
foto de conquista, pagó deudas y ganó amores".
Matiz vivió con intensidad el ritmo de una vida que despierta
tanta admiración como su propia obra. Fundó la galería donde
Fernando Botero inauguró sus dos primeras exposiciones; cubrió
guerras y revoluciones; fue íntimo amigo de los muralistas
mexicanos; trabajó con Luis Buñuel, y recorrió el mundo como
fotorreportero de prestigiosas publicaciones. En su archivo aparecen
fotografías de Salvador Allende, Diego Rivera y Frida Kahlo, Buñuel,
Louis Armstrong y Walt Disney, entre una amplia lista de
personalidades. En esa colección destaca un grupo de imágenes del
líder cubano Fidel Castro, a quien conoció por intermedio de Jorge
Eliécer Gaitán.
"En 1948 el dirigente revolucionario colombiano le dijo a mi
padre que quería presentarle a un muchacho que prometía mucho. Fue
entonces que él conoció a Fidel en Colombia gracias a Gaitán, quien
luego fue ultimado a balazos, un asesinato que desencadenó los
sucesos del Bogotazo. Mi padre estaba ahí cuando lo mataron y tomó
la primera foto de su cuerpo sin vida", comenta.
La presidenta de la Fundación Leo Matiz, que atesora más de un
millón de obras, recuerda que su progenitor realizaba todo un ritual
del proceso creativo. "Siempre decía que la fotografía hay que
pensarla, y que ahora una buena parte de sus creadores no piensan
mucho, porque toman las instantáneas muy rápido y se cansan y no
insisten. Cuando él iba a retratar a un artista, se volvía su amigo
y regresaba a su casa una y otra vez. De ahí que forjaba otro tipo
de vínculo y el producto final quedaba impecable", explica.
Leo Matiz aseguró que "su mejor foto nunca la había hecho",
aunque realmente transformó en auténticas obras de arte las estampas
que "congeló" durante sus viajes por América Latina, donde captó el
espíritu de las ciudades "invisibles" del alma latinoamericana y la
dignidad natural de sus habitantes.
Hombre de izquierda que abrazó las mejores causas de su tiempo,
el autor de Campesinos estuvo varias veces en la Isla, adonde
"quiso regresar antes de morir en 1998, pero no pudo" según revela
su hija. "Sin embargo —afirma—traer esta exposición a Cuba ha sido
como si mi padre hubiera cumplido su sueño".